Venezuela sumó su enésima semana de tensiones políticas y sociales, que enmarcaron la fecha prevista para la toma de posesión de quien, en teoría, debería presidir este país hasta enero de 2031. El viernes era el día marcado para asumir un puesto, el más alto del Ejecutivo, que reclamaban para sí los abanderados de dos fuerzas opuestas e irreconciliables que, desde posiciones muy disímiles, se atribuyeron el triunfo en las elecciones presidenciales del 28 de julio del año pasado.
La jornada estuvo precedida por informaciones y expectativas cambiantes que trascendieron las fronteras del país caribeño y culminó con indicios de que este capítulo de la historia no está del todo cerrado.
La cronología acotada dirá que la oposición venezolana vio el jueves reaparecer en público en Caracas, después de 133 días en la clandestinidad, a María Corina Machado la dirigente que se había impuesto por paliza en las internas pero cuya candidatura fue proscripta y derivó en la postulación de Edmundo González Urrutia, al frente de la llamada Plataforma Unitaria Democrática (PUD).
Poco después de concluir el acto en el que arengó a sus seguidores en la zona del Chacao, en vísperas de lo que prometía como un día histórico para su país, se sucedieron las noticias de que Machado había sido interceptada y/o secuestrada por fuerzas policiales y se temía por su destino, hasta que la propia dirigente divulgó en las redes sociales un confuso video en el que decía ya estar a salvo y mantenía las exhortaciones para el 10 de enero.
De modo paralelo, Edmundo González, al cabo de una “mini-gira” que lo había llevado desde España (donde se instaló meses atrás) a Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Panamá y finalmente a República Dominicana, mantenía su promesa de regresar el viernes a Venezuela a jurar como el legítimo presidente, tras la votación en la que la oposición unida asegura haber obtenido alrededor del 67 por ciento de los sufragios.
Anteayer, poco después del mediodía, Nicolás Maduro juró para un tercer mandato de seis años ante la Asamblea Nacional, amparado en un cuestionado fallo del Consejo Nacional Electoral, que hace poco más de cuatro meses lo dio como ganador con el 52 por ciento de los votos, y sin que el oficialismo exhibiera las actas que acreditaran su triunfo, en una omisión que no sólo sus detractores vieron como implícita convalidación de las denuncias de fraude.
Por tercera vez
El día de la toma de posesión, Maduro pronunció un extenso discurso en el que fustigó a quienes quieren “imponer” desde afuera un presidente para Venezuela, entre quienes incluyó a Javier Milei (a quien llamó, “nazi, sionista y sádico social”), y prometió que su nuevo mandato será un “período de la paz, la prosperidad, la igualdad, la nueva democracia”. “A Venezuela no le impone un presidente nadie en este mundo”, sentenció.
Un par de horas más tarde, en su cuenta de Instagram, María Corina Machado subía un nuevo video en el que aseguraba que Maduro se había puesto la banda presidencial no en su pecho, sino “en el tobillo, como un grillete”, y calificaba lo ocurrido en la sede del Parlamento como un “golpe de Estado”. Además, la líder opositora despejaba parcialmente las incógnitas sobre el destino inmediato de González Urrutia alegando que quien fuera el candidato opositor volvería al país a juramentarse como jefe de Estado “cuando sea el momento correcto”.
En filas de la PUD se justificó el cambio de planes en los riesgos que implicaba para González (por quien el gobierno venezolano ofrecía 100 mil dólares a quien suministre datos que contribuyan a su detención) intentar reingresar al país, que había cerrado fronteras y activado su sistema de defensa antiaérea. Lo cierto es que la idea de una suerte de “regreso triunfal” acompañado por exmandatarios latinoamericanos de derecha o centroderecha sin que el actual oficialismo se inmutara, sonaba desde un comienzo como imposible.
Maduro ironizó en su discurso acerca de la incumplida promesa de su contrincante del 28 de julio. Pese a todo, al caer la tarde, González Urrutia, en una alocución difundida en la red social de Elon Musk, hizo una simbólica juramentación en la que se dirigió a los miembros de las Fuerzas Armadas.
Proclamación tuitera
Tras sostener sin más precisiones que estaba “muy cerca” de Venezuela, el exembajador al que distintos gobiernos reconocieron como presidente electo afirmó: “Como comandante en jefe ordeno al alto mando desconocer órdenes ilegales que les sean dadas por quienes confiscan el poder y preparen mis condiciones de seguridad para asumir el cargo”. En el curso de esta misma semana, el ministro de Defensa y una de las voces clave entre los uniformados había anticipado que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) respaldaría monolíticamente la nueva jura de Maduro.
Si la dramática realidad y las disputas de poder en Venezuela pudieran equipararse a un match de ajedrez, podría pensarse que el oficialismo movió cada pieza con ventaja en esta partida. Pero las fotos del viernes dan cuenta de una realidad mucho más compleja.
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Nada es igual
La estrategia de Maduro y su gobierno de equiparar los pasos y apoyos de María Corina Machado y González Urrutia con los intentos por deponerlo que intentaron de modo fallido otros opositores como Leopoldo López o Juan Guaidó, tropieza con realidades y reacciones diferentes que dan cuenta de otro contexto interno e internacional.
Ya se han marcado aquí las diferencias evidentes de carisma y manejo político entre Maduro y Hugo Chávez, quien no rehuyó de un referéndum revocatorio que terminó refrendándolo en el cargo tras un fugaz y fallido golpe en su contra, quien admitió su derrota cuando una vez perdió y quien ya muy enfermo ganó su última elección a Henrique Capriles, en octubre de 2012, para un mandato que el cáncer le impidió cumplir.
En el acto de juramentación que proclamó a Maduro el viernes hubo ausencias regionales más que visibles y el contraste de sólo dos presidentes, el de Cuba y el de Nicaragua, en el estrado reservado a mandatarios invitados.
Más allá del previsible faltazo de quienes fustigan desde las antípodas al régimen venezolano a una ceremonia que consideraban ilegítima, hicieron tanto ruido los vacíos de Brasil, Colombia o México, hasta última hora mediadores que reclamaron al gobierno venezolano exhibir las actas que acreditaran una victoria proclamada judicialmente de manera vidriosa, como el calificativo de “dictadura”, que lanzó desde el sur el presidente de Chile, Gabriel Boric.
Y aunque en su discurso Maduro agradeció a los delegados enviados por los “hermanos mayores” de China, Rusia o India, países con los que prometió profundizar vínculos y desarrollos de infraestructura, la oposición subrayó el “aislamiento” de quien llegó al poder hace 12 años y prometió al menos seis años más en el Palacio de Miraflores.
Más allá de los efectos reales de la presión internacional para producir un cambio de mando, si se mira lo ocurrido años atrás con el fallido Grupo de Lima, el contexto es diferente y no puede ser soslayado. Tras 12 años de desgaste en el poder y sucesivas crisis (entre ellas la migratoria que llevó al éxodo a 7,7 millones de venezolanos), la deriva autoritaria y represiva pone no sólo a los venezolanos en otra encrucijada.
Pasados pisados
Ayer, mientras se escribían estas líneas casi seguramente desactualizadas por el vértigo que suelen tener los acontecimientos en la nación bolivariana, trascendía un pedido conjunto de los presidentes de Brasil, Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, y de Francia, Emmanuel Macron, para que el gobierno respete los derechos y garantías de opositores, retome el diálogo entre partes y disponga “la liberación de personas detenidas por opiniones o compromisos políticos”.
Más allá de si gana o no nuevas partidas frente a la oposición interna que apuesta a una sublevación en filas castrenses o a acciones externas que la respalden, los pasos próximos que dé Maduro también impactarán en gobiernos o liderazgos que sintonizaron con la Revolución Bolivariana en su génesis y a los que no puede considerar sus enemigos.
No hace mucho, la escritora y poetisa nicaragüense Gioconda Belli, afirmaba en una entrevista cómo el presente gobierno encabezado por su excamarada Daniel Ortega y la esposa de éste, Rosario Murillo (quienes la obligaron a exiliarse y le quitaron su nacionalidad), podía con sus excesos acabar borrando de la memoria colectiva todo lo épico y heroico que tuvo la Revolución Sandinista que puso fin a la dictadura de Anastasio Somoza.
La desnaturalización interna o la traición de un proyecto suele ser más funcional a su destrucción que cualquier otro ataque.
Por su posición estratégica, sus riquezas naturales, su petróleo, su historia y su gente, Venezuela sigue siendo clave en este mundo conflictivo del primer cuarto del siglo 21. Por suerte y para desgracia de ella.