Hubo un tiempo en el que sobraba el tiempo para los cuentos y los héroes de tierras lejanas, para las leyendas de barrio contadas en el quiosco de la esquina. Un tiempo donde las palabras se compartían sin apuro, se repetían hasta el cansancio y sanaban al calor de una ronda de mates o alrededor del fuego.
Hoy ya no es así. Entre horarios apretados y pantallas luminosas, marchamos sin rumbo buscando la felicidad en lo efímero y olvidando el sendero que alguna vez trazaron nuestros ancestros. Reemplazamos el fuego por el microondas, la cosecha por el supermercado y las historias por la inmediatez de la entrega a domicilio.
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Nos convertimos en hombres y mujeres modernos, saqueadores de un arte perdido: el arte de contar historias.
Cada día corro para ganarle a la hora pico, subo a toda prisa mi propio monte Sísifo. Mi historia —como una columna de fuego— me guía a través de desiertos de confusión y océanos de desesperanza, persiguiendo esa ansiada libertad.
De niño, mi abuelo me contaba sobre la casa de su abuela, sobre guerras y supervivencia. Me habló de su escape y de cómo logró salvarse para así poder contarlo. Hoy me pregunto: ¿Sobrevivirá su historia? ¿La escuchará mi nieto?
Hemos perdido un arte esencial: el arte de narrar.
Contar y escuchar historias es el hilo invisible que une generaciones. Los niños se fascinan con los relatos, la terapia comienza cuando alguien se anima a contar su historia, las culturas se comprenden a través de sus narrativas y hasta las organizaciones encuentran su propósito en sus relatos. Enseñar también es saber contar.
Porque las historias liberan, enseñan, sanan, inspiran y nos dan esperanza. A través de ellas lideramos, conectamos y dejamos huella.
Por eso, en esta columna quiero invitarte a volver a las historias. A reencontrarnos con ese arte que no solo narra el pasado, sino que también escribe el futuro.
Piensa por un momento en alguna historia de tu vida que haya sacado lo mejor de vos.
Y acompañarme en este espacio, donde juntos podamos escribir la mejor historia jamás contada: esa que marque tu semana y te acerque un paso más a ser el mejor yo que puedas ser.
Nuestra primera historia: Todo pasa
Había una vez un rey profundamente triste. Nadie en su corte —ni sus consejeros más sabios ni los médicos más brillantes— lograba aliviar su pena. Desesperados, hicieron correr la voz por todo el reino: quien lograra devolverle la sonrisa al rey sería recompensado generosamente.
Acudieron intelectuales, filósofos, alquimistas… pero ninguno pudo cambiar su estado de ánimo. Hasta que un día apareció un hombre simple, un desconocido. Se rieron de él -¿Cómo iba a lograr lo que los grandes no pudieron?-, pero lo dejaron pasar.
El hombre se acercó al rey, lo miró a los ojos y le entregó un pequeño anillo. El rey lo tomó entre sus manos y, al leer la inscripción grabada, esbozó la primera sonrisa en días.
El anillo decía: “Esto también pasará”.
Ahí estaba el secreto. Ni los momentos más felices ni los más dolorosos son eternos. Todo pasa.
Las emociones que hoy parecen arrasarnos también se desvanecerán con el tiempo. Nos enojamos y sentimos que ese enojo durará por siempre. Por eso actuamos en ese instante de rabia, sin pensar que esa emoción por tan intensa que sea será pasajera, unos segundos, unos minutos, a veces unos días pero ese enojo baja su intensidad y lo que queda es el remordimiento de haber dicho lo que dijimos en ese momento,
Por eso, no tiene sentido tomar decisiones definitivas en medio de una emoción, que por definición es pasajera.
El verdadero secreto del anillo es aprender a distinguir lo permanente de lo transitorio. Saber qué quedará… y qué, inevitablemente, pasará.
Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos, tenía su propio método: cuando se enojaba mucho con alguien, le escribía una carta con todo lo que sentía en ese momento. Luego la guardaba. Si después de una semana seguía sintiendo lo mismo, se la enviaba. Dicen que nunca envió ninguna.
Recordá siempre: Esto también pasará.
Te invito a reflexionar sobre esta primera historia y a seguir caminando juntos en este viaje de relatos que nos empoderan, nos conectan y nos recuerdan quiénes somos.
Rafa
(*) Rafael Jashes - Rabino