“Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad, sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas, para luego traicionarlas sin remordimiento alguno”.
Janet Malcom
“El periodista y el asesino”.
“Llamame porque estoy hasta la pija punto com —dice, y termina el mensaje con una frase en tono acelerado—. Te necesito de urgencia. Después, va a pedir que cometa un delito para ayudarla. — Hola Dante. Perdón, perdón, perdón —empieza el segundo audio—. Ya sé que quedamos en juntarnos por el libro y todas las boludeces, pero bueno. He estado para el ocote y ahora estoy peor para el ocote. Necesito hablar con vos, urgente. Por favor llamame.
Eran casi las dos de la tarde de un jueves de 2022. Guardo las capturas de pantalla: “Te llamo”, dice el primer texto salido desde mi teléfono a las trece y cincuenta y uno. Recuerdo lo que me dijo en esa llamada: “Tengo a la Policía en la esquina de casa. Estos hijos de puta me están caminando desde hace una semana. Estoy hasta las pelotas. No quiero ir presa de nuevo. Averiguame por favor quién tiene mi causa. De qué es. Decime quién me está investigando. Preguntá a tus amigos”. Su tono de voz era intenso, paranoico.
Su pedido estaba fuera de los códigos. Si conseguía esa información y ella la utilizaba para evadir la justicia podía convertirme en su encubridor, pero me correspondían “las generales de la ley”, como se dice antes de declarar en un juicio. Kamila ya era un personaje de mi futuro libro y que estuviese a punto de ser capturada convertía esa situación en parte de mi trabajo.
El siguiente mensaje de audio llegó tres horas más tarde ese mismo día de junio. Fue la primera vez desde que nos conocemos que la escuché desbordada y nerviosa, al borde del llanto. También sentí que podía estar sufriendo un bajón posterior al consumo de cocaína: — Dame alguna noticia Gordo, dale que estoy re ansiosa por saber qué pasa.
Mi respuesta fue: “no me contestan”. Cuando uno hace algo riesgoso economiza las palabras. Eran las diecisiete y treinta y nueve. Once minutos más tarde, otro mensaje de texto: “¿Te puedo llamar?” y después un audio: — Adónde tiraste la línea Dante. Decime para tirar otra adentro de la cárcel. Quizá ahí sepan.
No dije nada. Si daba demasiadas explicaciones y Kamila estaba metida en algo complicado, lo mejor era que ella no supiera demasiado. — Avisame cualquier cosa que te respondan —decía el siguiente audio, apenas pasadas las seis de la tarde.
Una hora y media después habían llegado las respuestas. No había ninguna causa en su contra. Ningún área de investigaciones de la Policía la estaba siguiendo y tampoco la Fuerza Policial Antinarcóticos tenía un expediente -al menos actual- sobre ella. Le mandé un audio explicándole que no podía decirle mucho, pero que se quedara tranquila, que nadie la estaba siguiendo. Me reproché haber caído en la trampa de su desesperación. Contestó con otro audio: — Perdoname. Te juro que estoy en casa sin hacer nada. Alquilando disfraces para las fiestas patrias y re tranquila. Dejé esa bosta (la venta de droga al menudeo), pero yo no sé qué onda. Los vieron pasar, ayer tomaron la dirección y preguntaron quién vivía. Después fueron a casa de un familiar. Si vos decís que está todo bien me quedo más tranquila, pero algo está pasando.
Una semana después una comisión policial enviada desde otra provincia llegó al barrio y en un allanamiento realizado antes del amanecer detuvo al hermano de Kamila. Lo acusaban de dos robos millonarios. Uno a un banco y otro a una entidad crediticia. Gracias al contacto de la semana anterior habíamos estado a punto de retomar nuestros encuentros para avanzar en la posibilidad de escribir este libro. La detención demoraba todo otra vez.
El libro se suspendía. Kamila volvió a desaparecer. Durante los siguientes seis meses viajó, investigó, entabló relaciones y se encargó de acompañar a su hermano en un proceso en el que estaba muy complicado, pero del que terminó desvinculado. Pero eso pasó después. O antes. En realidad es difícil de explicar.
Para contar la historia de Kamila vamos a necesitar viajar en el tiempo muchas veces hacia atrás y hacia adelante. En la mitad de este libro hay una línea de tiempo que representa la vida de Kamila. Una línea que cada lector tendrá que completar y que puede servir para corregir los errores involuntarios (o voluntarios) que surjan de este relato. La línea comienza en su nacimiento y termina en 2024 cuando -con la ayuda de una bruja de barrio Zumarán- decidimos escribir este libro porque, entre todas las vidas de Kamila, una nueva estaba por comenzar.