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CONDICIONES DE VIDA DESOLADORAS

Pobreza extrema, explotación laboral y exclusión social: el drama detrás del caso Lian

La situación de la comunidad boliviana en Ballesteros Sud es un reflejo crudo de las desigualdades y exclusiones que persisten. La desaparición de Lian puso en evidencia no sólo las condiciones de vida extremadamente precarias en las que subsisten estas familias, sino también la indiferencia y el abandono sistemático que enfrentan como inmigrantes.

1-3-2025-Ballesteros Sud
. | CEDOC PERFIL

La comunidad boliviana, dedicada principalmente a la producción de ladrillos en Ballesteros Sud, vive en un contexto de pobreza extrema, explotación laboral y exclusión social, agravado por la falta de apoyo estatal y la discriminación, muchas veces solapada. La desaparición de Lian mostró las condiciones de vida extremadamente precarias en las que subsisten esas familias.

Daniel Massara, integrante de la Red Alto al Tráfico y Trata de Personas en Córdoba, indicó durante la semana que el caso de Lian configura un claro ejemplo de apropiación y trata de personas, aunque los investigadores de la desaparición recién empezaron a referirse a este presunto delito entre el jueves y el viernes, pese a que informalmente ya había intercambio de información entre la justicia provincial y la federal.

Massara sugirió que el niño fue sacado de la zona, lo que evidencia la vulnerabilidad de estas comunidades frente a redes de explotación. Además, enfatizó en la necesidad de visibilizar la situación de las familias bolivianas, quienes, a pesar de ser el sostén económico de la industria ladrillera en la región, viven en condiciones infrahumanas y su trabajo es invisibilizado y subvalorado.

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El hombre también mencionó la desconfianza que estas familias tienen hacia las autoridades, producto de experiencias pasadas de abuso y desalojo, lo que dificulta aún más la comunicación y la búsqueda de soluciones conjuntas. “Desconfían de la policía, del gobierno. La mayoría de los adultos de hoy fueron jóvenes que sufrieron un violento desalojo en Villa María en 2015, que obligó a muchas familias a migrar a Ballesteros y Ballesteros Sud”, recordó.

Este hecho dejó una huella imborrable y reforzó la desconfianza hacia las instituciones. Massara agregó: “Desde entonces, no creen en el Estado, sienten que cuando se acercan es para perjudicarlos y no para ayudarlos”.

Por su parte, Alex Siñari Ferrufino, representante de la Asociación Boliviana de Villa María, aportó una perspectiva desde adentro de la comunidad. Describió cómo las familias bolivianas en Ballesteros y Villa María enfrentan discriminación desde las escuelas hasta los espacios laborales. También denunció la falta de apoyo gubernamental, indicando que, a pesar de ser una comunidad que contribuye significativamente a la economía local, no recibe asistencia básica como agua potable o viviendas dignas.

Las condiciones de vida allí son desoladoras. El agua salada que consumen y los pozos que sirven como sanitarios son sólo algunos de los indicadores de la miseria en la que subsisten. Los niños, como Lian, crecen en un entorno donde el trabajo infantil es una realidad cotidiana, y las oportunidades de educación y desarrollo son escasas.

La falta de infraestructura y la exposición a condiciones climáticas extremas agravan aún más su situación. Cuando llueve, las casas se inundan, los caminos se vuelven intransitables y la producción de ladrillos, su principal sustento, se detiene. Esta precariedad no sólo afecta su bienestar físico, sino también su dignidad como seres humanos.

Manda el hermetismo

La idiosincrasia de la comunidad boliviana en Ballesteros Sud está marcada por un hermetismo comprensible, producto de años de marginación y discriminación. La desconfianza hacia las autoridades y las instituciones es palpable, y tiene sus raíces en experiencias traumáticas del pasado.

Hoy, cuando las instituciones intentan ayudar, como en el caso de la desaparición de Lian, esa desconfianza se convierte en un muro difícil de derribar. Las familias prefieren guardar silencio, mirar hacia abajo y resolver sus problemas en la intimidad de su comunidad, lejos de un sistema que históricamente los ha excluido.

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La pobreza y la explotación laboral son dos caras de la misma moneda en Ballesteros. Los dueños de los campos donde trabajan estas familias les cobran hasta un 30% de su producción, perpetuando un ciclo de dependencia y miseria. La ayuda humanitaria, cuando llega, es insuficiente y esporádica, como lo demuestra el hecho de que la intendencia local sólo haya proporcionado tres bolsas de papa a la familia de Lian en medio de esta crisis. Esta falta de apoyo estatal contrasta con la solidaridad que existe dentro de la propia comunidad, donde los vínculos son fuertes pero también están marcados por la desesperación y la necesidad de sobrevivir.

Hijos varones, un motivo de envidia

Como en toda comunidad, los conflictos personales, familiares y comerciales están a la orden del día. Entonces, aparecen los celos y las disputas por las relaciones. Elías Flores, papá de Lian, dijo públicamente que alguien pudo haberle tenido envidia. ¿Pero de qué, si poco tiene? Su familia está compuesta por cinco hijos varones, incluido el desaparecido, lo que significa “prosperidad” por la capacidad de producción de ladrillos que tendrá cuando esos niños puedan asistirlo.

La discriminación y el racismo son otra capa de esta realidad. Los bolivianos en esa zona de Córdoba y en muchos otros puntos del país, son vistos como “el otro”, como aquellos que realizan el trabajo pesado y sucio que muchos argentinos no están dispuestos a hacer. Esta segregación no solamente se manifiesta en el ámbito laboral, sino también en lo social y lo cultural. Los niños bolivianos enfrentan discriminación en las escuelas, y los adultos son mirados con desconfianza y prejuicio.

A pesar de ser una comunidad que contribuye significativamente a la economía local, su presencia es ignorada o estigmatizada. El caso de Lian sacó a la luz no sólo la vulnerabilidad de los niños en esta comunidad, sino también la indiferencia de una sociedad que parece haber normalizado su sufrimiento.

La vida de Lian y su familia, como la de muchas otras en la zona, está atravesada por el silencio, el trabajo extenuante y la lucha diaria por sobrevivir. La desaparición de un niño en estas circunstancias no es sólo una tragedia individual, sino un síntoma de un sistema que falló, una vez más, en proteger a los más vulnerables.