Cada vez que la ciudadanía de un país es convocada a ejercer su derecho de elegir a quién o quiénes serán sus mandatarios y representantes, las democracias tradicionales parecen volver a aceitar viejos engranajes y las bondades del sistema republicano se ensalzan en los discursos triunfales de las o los depositarios de la voluntad popular.
Claro que la fe en aquello que más de un politólogo define como “el menos peor de los sistemas” ha menguado en las sociedades y latitudes más diversas, de la mano de sus falencias para subsanar los problemas más urgentes de la gente y de los oportunistas mensajes de profetas de la anti-política. Corren tiempos en los que vestirse de outsider (aunque en verdad se encarne a lo más rancio del establishment) da más rédito que reconocidas trayectorias, y los discursos de odio y las posiciones mesiánicas cotizan mucho más que gestos de convivencia y tolerancia.
Sin embargo, y aunque haya patrones comunes que se repitan, no se pueden generalizar comportamientos ni tomar discursos o posturas como si fueran el calco exacto de otros que ya se dieron en diferentes tiempos y lugares. Un par de ejemplos bien disímiles en todas sus aristas, quizá sirvan de espejo. Ya sea para mirarse de cerca, o para tratar de escapar de sus espectrales reflejos.
Con diferencia de días, dos países de América dirimirán en las urnas sus próximos gobiernos. Estados Unidos, donde más de 240 millones de personas están llamadas a sufragar en los comicios generales que culminarán este martes, pero cuya participación final es aún una incógnita a despejar. Y Uruguay, con apenas poco más del uno por ciento del padrón de la potencia del Norte, que irá a balotaje el domingo 24 de este mes, tras una primera vuelta en la que la participación llegó a casi al 90 por ciento del electorado.
Lo viejo no siempre es mejor
Antes de aludir a lo que dejó el primer round ganado por el Frente Amplio el domingo pasado al otro del río y sus eventuales proyecciones, conviene detenerse en el final de bandera verde que la mayoría de analistas y encuestadoras anticipan para pasado mañana entre el ex mandatario republicano Donald Trump y la actual vicepresidenta y candidata demócrata, Kamala Harris.
Empate técnico; un punto a favor de uno u otra; paridad en los estados clave para inclinar la balanza; un 55% de probabilidades de victoria para el magnate frente al 45% de la hija de madre india y padre jamaiquino pero con tendencia revertida a su favor en las últimas horas.
Los pronósticos se suceden y multiplican a medida que la fecha del martes se acerca inexorablemente y sube la ansiedad de protagonistas y respectivos equipos de campaña.
El voto adelantado en diferentes estados ofrece pocas pistas a quienes intentan definir tendencias incipientes, cuya consolidación depende de distintos factores e imprevistos. El propio Trump puede atestiguar cómo su crecimiento inesperado entre los hispanos chocó de frente contra el derrape del humorista y standapero que en pleno show proselitista republicano en el Madison Square Garden, definió a Puerto Rico como una “isla de basura flotante”.
Si en verdad es tan reñida la contienda, cualquier tiro en el pie propio puede ser más determinante que el más estudiado ataque del contrincante.
Con un contexto bien diferente al que meses atrás preanunciaba un seguro regreso de Trump a la Casa Blanca, beneficiado por las desconcertantes apariciones públicas del presidente saliente, Joe Biden, sobre todo en el debate escenificado en la sede de la cadena CNN en Atlanta, los norteamericanos no parecen tan movilizados como cuatro años atrás.
El desafío de este martes para Harris será persuadir en el tiempo que queda a muchos de quienes en 2020 salieron a las calles a poner freno a los abusos contra afroamericanos y otras minorías, a defender derechos y posiciones de colectivos de mujeres, estudiantes y ambientalistas y a denunciar a quien acusaban de encabezar un gobierno negacionista del cambio climático, antivacunas y sustentado por conservadores y autoritarios. Hoy, ese núcleo filodemócrata constituido por mujeres, afrodescendientes, inmigrantes y jóvenes, además de referentes del mundo del arte y la cultura, no se ha mostrado tan entusiasta y militante como hace cuatro años.
El desgaste en el poder de los demócratas también pasa facturas y visibiliza a decepcionados, que los actuales opositores buscan captar con el remanido eslogan de “hacer fuerte de nuevo a Estados Unidos”.
Con el apoyo millonario de personajes como Elon Musk, Trump mantiene su núcleo duro en el centro del país y busca vencer en esos “estados pendulares” o “swing states” que pueden tener otra vez la llave del triunfo o el estigma de una derrota que en 2020 le impidió su reelección, aunque él se negara a aceptar que fue vencido y alegó un fraude que nunca pudo probar.
También apunta a esos siete distritos –Nevada, Arizona, Georgia, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte y Pensilvania– alguien que podría seguir haciendo la historia que inició como vice y convertirse en la primera mujer en presidir Estados Unidos en toda su historia.
Cabe recordar que, como sucediera más de una vez, a la elección de esta potencia mundial la gana no quien obtiene mayor cantidad de votos populares sino quien se queda con más representantes entre los 538 que tiene el Colegio Electoral. Y, salvo un par de excepciones, en cada estado basta ganar la contienda por un voto de diferencia para quedarse con la totalidad de electores que representarán a ese distrito en el Colegio.
Para ocupar por los próximos cuatro años el sillón principal del Salón Oval se requiere obtener 270 electores como mínimo. Hoy las proyecciones conceden en su mayoría unos 226 a los demócratas de Harris y unos 219 a los republicanos de Trump. Se basan en el comportamiento electoral de algunos bastiones de uno y otro partido. California, el estado con más delegados del país, 54, vota mayoritariamente por el Partido Demócrata; Texas, con 40, es un feudo republicano. Otros estados clave son Nueva York, con 28, o Florida con 30 delegados pero, en un final cerrado como se anticipa, cada voto cuenta.
Incluso hay quienes se animan a conjeturar un eventual empate en 269 electores, caso en el cual, el presidente o la presidenta serán elegidos por la Cámara de Representantes (que también se renueva) en enero, mientras que al futuro vice lo designaría en igual fecha el Senado.
Todos pendientes
La cuenta regresiva ya está en marcha y aunque en el resto del mundo no se pueda votar a quien presidirá esta nación de unos 330 millones de habitantes, se sabe que quien se quede con la victoria el martes tendrá un protagonismo sustancial en el conflictivo escenario global del presente.
En ese contexto, hay gobiernos y/o líderes que han tomado partido por una u otro protagonista de la compulsa. “Obviamente hincho por Kamala, por el fortalecimiento de la democracia” afirmó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien justificó su posicionamiento en la actitud que Trump y sus seguidores tuvieron tras la derrota sufrida hace cuatro años. Para Lula, la imagen de Estados Unidos como modelo de democracia colapsó el 6 de enero de 2021, cuando una turba de seguidores del magnate republicano violentó el Capitolio en desconocimiento del triunfo de Biden. Una actitud antidemocrática que los seguidores de Jair Bolsonaro emularon en Brasilia, con una fallida intentona golpista que vandalizó las sedes de los tres poderes del gigante sudamericano.
En Argentina, el alineamiento exteriorizado otrora por Javier Milei con Trump a quien al conocerlo saludó con el entusiasmo de un fan embelesado con su estrella de rock o deportiva, pareció disimularse hasta que aclare. Aunque se vislumbran diferencias más simbólicas que reales según quien triunfe, antes de llegar a la Rosada Milei se sentía jugador del mismo equipo que Trump, Bolsonaro y su “amigo” Musk, entre otros.
Después del martes habrá nuevas dosis de histrionismo para estas relaciones neocarnales, que incluyeron el desplazamiento de la ahora excanciller Diana Mondino por un voto no alineado sobre Cuba en la ONU.
Grandezas del paisito
En tanto, a miles de kilómetros al sur de donde hoy apuntan todos los focos, Uruguay transita a su ritmo las semanas que separan la votación del domingo pasado y el decisivo balotaje que el próximo día 24 animarán el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi, y el aspirante por el gobernante Partido Blanco, Álvaro Delgado.
En otros comicios de altísima participación y convivencia ciudadana entre diferentes proyectos, Orsi, profesor de Historia y ex intendente de Canelones, obtuvo casi el 44 por ciento de los votos y le sacó más de 17 puntos de ventaja al oficialista Delgado, guarismos que con el sistema argentino le hubieran bastado al Frente Amplio para vencer y volver al poder en primera vuelta.
Pero en el sistema uruguayo de balotaje puro, donde para evitar la segunda vuelta hay que ganar en el primer round con la mitad más uno de los votos emitidos, la incertidumbre se prolongará hasta el último domingo de este mes.
Allí Delgado, veterinario con orígenes en Paysandú, contaría con el apoyo de las otras fuerzas que hoy integran la oficialista Coalición Republicana, en especial el Partido Colorado. Este histórico movimiento que ha alternado en el poder en la historia uruguaya, llevó como candidato a Andrés Ojeda, figura disruptiva que algunos calificaron como un “Milei a la uruguaya”, que obtuvo poco más del 16 por ciento de votos y que ahora reclama una cuota parte mayor para sus filas en un eventual gobierno bicolor desde marzo del año que viene.
Delgado cree que podrá repetir el 24 la coalición que llevó al poder al actual presidente, Luis Lacalle Pou, quien derrotó en el balotaje al Frente Amplio por apenas 30 mil votos.
Orsi, en cambio, sabe que en política no siempre dos más dos suman cuatro y ya tienta a los “verdaderos colorados de tradición Batllista”, de quienes dijo que el Frente Amplio es heredero en políticas sociales, para que se sumen a sus huestes en el round decisivo. El Frente se impuso en 11 de los 18 departamentos uruguayos hace una semana. Los blancos ganaron en seis y los colorados solo en uno.
Con un contexto y realidad muy diferentes a lo que sucede en Estados Unidos, en Uruguay también se habla de paridad e incertidumbre hasta que se cuenten los votos. Espejos muy distintos para mirar y mirarse en este interminable ejercicio de intentar hacer a las democracias más genuinas y representativas y menos “operables” o ficticias.