Con las vacaciones ya a pleno, las familias se encuentran organizando nuevas rutinas para los chicos. Uno de los desafíos que más las desvelan es evitar que el consumo de pantallas se intensifique. “Quizás gran parte de la cuestión es poder conectarnos más con nuestros hijos, para que ellos se desconecten de la red. Entonces podemos preguntarnos si logramos conectarnos con ellos y responder a sus demandas de la misma manera que respondemos a un mensaje de WhatsApp o reaccionamos a una historia de Instagram”, plantea Jorgelina Tuninetti, especialista en terapia familiar.
La doctora en Psicología, Samanta March, dice que si bien para muchos es un alivio no tener que cumplir con los horarios de ingreso y salida de la escuela, no es sencillo organizar hábitos y planificaciones de actividades nuevas y equilibradas que permitan disfrutar y descansar. Más aún cuando los adultos siguen en actividad.
“Armar una nueva rutina es posible y, además, necesario para el bienestar psicológico de nuestros hijos e hijas y también nuestra propia salud mental”, apunta March. En este sentido, considera que el fin del ciclo lectivo no debe suponer una falta absoluta de estructura sino que es preciso mantener ciertos horarios que acompañen los ritmos biológicos o circadianos. “Es necesario establecer horarios para levantarse, alimentarse e irse a dormir”, subraya.
Las vacaciones -afirma la psicóloga- son una oportunidad para que los hijos crezcan en autonomía. Para ello se pueden otorgar algunas responsabilidades acordes al desarrollo de los hijos y permitir que elijan cómo pasar el tiempo libre dentro de ciertas alternativas acordadas de antemano.
Una buena opción es planificar actividades en familia, al igual que facilitar el encuentro con otros chicos y chicas. No llenarlos de actividades y permitir que “se aburran”, como un aprendizaje para tolerar emociones y desplegar la creatividad y la imaginación.
“Si bien las pantallas pueden estar incluidas como fuente de entretenimiento, es importante que no se vuelvan exclusivas. Los padres deben establecer y mantener límites, y para ello puede resultar útil aplicar la regla de las ‘4 C’”, dice March. Las “4 C” son: claridad, coherencia, consistencia y congruencia:
-Claridad: tiene que estar claro cuál es el límite, los márgenes aceptables de cada norma y las consecuencias de incumplirlas.
-Coherencia: el límite debe ser razonable.
-Consistencia: el límite se mantiene constante y no se cambia arbitrariamente.
-Congruencia: dar el ejemplo con las propias acciones y formas de relacionarse con las pantallas.
“Las vacaciones son una oportunidad única para reconectar y disfrutar en familia, pero requieren planificación y límites saludables”, apunta el psicólogo y profesor universitario Diego Tachella. Al final -subraya- lo que queda en los recuerdos no son las horas frente a una pantalla, sino las experiencias compartidas en interacciones humanas significativas. “Este verano elijamos construir recuerdos que perduren más allá de la pantalla”, propone.
Los riesgos
Se sabe que las pantallas ofrecen un mundo de posibilidades, pero también suponen grandes riesgos. Tachella indica que, según los datos del Indec de 2023, el 60,4% de los niños de entre 4 y 12 años usan celulares en Argentina y ese porcentaje trepa al 95,5% en adolescentes de 13 a 18 años. Los chicos y chicas pasan un promedio de cuatro horas diarias mirando la pantalla, un tiempo que puede duplicarse durante las vacaciones.
El psicólogo asegura que el uso excesivo puede derivar en ansiedad e irritabilidad, fatiga visual, alteración del sueño, disminución de la creatividad y de la capacidad de mantener la atención. Además, limita la actividad física y el contacto con otros, lo que afecta el desarrollo lingüístico y social. “Las pantallas ofrecen estímulos rápidos y fáciles, sin exigir esfuerzo mental, reflexión ni responsabilidades, lo que resulta muy atractivo”, refiere.
El diseño de las aplicaciones busca captar la atención la mayor cantidad de tiempo posible. “Al usarlas se produce una liberación de dopamina -un neurotransmisor asociado a la sensación de placer y al circuito cerebral de recompensas- que genera dependencia de manera similar a las adicciones a sustancias”, explica.
Para March, el equilibrio entre monitoreo parental que -dice- “no es sinónimo de interrogatorio”, con el afecto genuino y la promoción de la autonomía es clave en la prevención del desarrollo de conductas problemáticas como puede ser el abuso de las nuevas tecnologías.
Reconectar para desconectar
En este tema, el ejemplo también cuenta. Tuninetti considera fundamental que los adultos sean conscientes sobre su propia relación con los dispositivos tecnológicos. “¿Pasamos mucho tiempo conectados a redes sociales? ¿Estamos siempre disponibles y respondemos con rapidez o ansiedad a los mensajes? ¿Interrumpimos el diálogo con nuestra familia muy a menudo para escuchar mensajes? Cuando nuestros hijos nos hablan y estamos mirando el celular, ¿dejamos nuestro dispositivo a un lado y dirigimos nuestra atención plena a ellos? ¿Circulan en nuestra familia pautas claras respecto al uso de la tecnología?”, se pregunta.
Tuninetti plantea que son importantes los consensos familiares respecto a horarios, lugares y edades en el uso de las redes, juegos o dispositivos móviles. “Muchas veces las pautas no están claras o son muy rígidas y por lo tanto difíciles de implementar. Lo ideal es que sean acuerdos en los que todos los miembros de la familia puedan aportar su punto de vista, considerando las edades y las necesidades de cada uno”, remarca.
Pone como ejemplo que padres e hijos pueden comprometerse a no tener los celulares consigo en la mesa, para incentivar el compromiso y la comunicación. Dice que los acuerdos y el diálogo no sólo deben quedar ligados a los límites en el uso de la tecnología, sino también a los beneficios -por ejemplo mantenerse conectados, o la seguridad- y al disfrute compartido.
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La psicóloga remarca que no hay una única manera de actuar y que las decisiones que se adopten dependen de las edades, de las costumbres familiares, de la claridad respecto a cómo vincularse, a qué se quiere transmitir, y a la capacidad de los adultos de ponerse en los zapatos de sus hijos, nativos digitales.
“Una forma de facilitar la conexión es preguntándoles sobre lo que miran, juegan o escuchan. Qué les gusta de eso, qué les atrae. Abrir el diálogo con preguntas que nos ayuden a conocer sus intereses y su mundo digital, y no sólo restringir”, propone Tuninetti. También puede ser una puerta de entrada para que los padres cuenten qué hacían a sus edades y, tal vez, abrir así un mundo de posibilidades en el uso del tiempo libre.