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CONFLICTOS SIN SOLUCIÓN

La ofensiva israelí en el Líbano abre otra puerta hacia una guerra regional

El gobierno de Benjamin Netanyahu celebra la eliminación del máximo líder de Hezbollah y de casi toda la cúpula directiva de la organización chiíta.

nasrallah29-09-2024
NASRALLAH. Al confirmar la muerte de su máximo líder, Hezbollah prometió “continuar la Yihad (guerra santa) contra Israel, en apoyo a Palestina”. | AP

Apenas 10 días antes de que se cumpla el primer aniversario de la cruenta ofensiva que milicianos del movimiento islamista Hamas perpetraron en el sur de Israel, asestando el más duro golpe en su territorio al Estado creado en 1948, otra noticia sacudió el siempre conflictivo tablero de Medio Oriente y amenaza con impredecibles consecuencias para esa región y el mundo.

Hassan Nasrallah, el hombre que desde hace 32 años era el máximo líder de Hezbollah, la organización militar y política chiíta, considerada terrorista por gobiernos de Estados Unidos, Alemania o Argentina (entre otras naciones), y a través de la cual Irán ha ejercido su influencia en el Líbano y Siria, murió este viernes en bombardeos lanzados por Israel sobre distritos del sur de Beirut.

La noticia fue deslizada antenoche por altos mandos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y confirmada ayer por un comunicado del propio grupo proiraní y por voceros oficiales de diferentes gobiernos en Teherán, Washington, París o Moscú.

El deceso de Nasrallah se enmarca en la serie de ataques lanzados contra los dirigentes de Hezbollah que Israel venía llevando adelante hace meses, pero que se profundizaron desde el 17 y el 18 de septiembre. En esos días, en una operación atribuida al Mossad (servicio de Inteligencia hebreo) y coordinada con fuerzas militares, estallaron de manera sincronizada miles de localizadores o “bippers” primero, y de Walkie talkies y radiocomunicadores luego. La infiltración de agentes secretos israelíes entre la fabricación y la entrega de esos ya obsoletos dispositivos, convirtió en estéril la estrategia con que dirigentes y milicianos del grupo islamista intentaban eludir los seguimientos o rastreos satelitales que Israel suele hacer de quienes luego se convierten en el blanco de sus “asesinatos selectivos”. Claro que en los sincronizados estallidos del 17 y en su repetición diferenciada al día siguiente, no sólo perecieron o fueron mutilados milicianos de la antigua guerrilla y partido chiíta, sino también civiles, mujeres, niños que circunstancialmente estaban cerca de los “objetivos militares” en un puesto de frutas y verduras, en un supermercado, o en el funeral de algunas de las víctimas de la primera jornada.

Una etapa más densa

Apenas producido el certero y sorpresivo golpe inicial contra Hezbollah, el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, anunciaba que el conflicto entraba en una nueva etapa. Otras voces, como las del secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, advertía de lo peligroso de esta escalada, con otras dimensiones y “nuevas” armas.

Entre las primeras dudas que surgían acerca de la evolución de lo ocurrido estaban el modo en que Hezbollah podría responder, pero también cuán vulnerables podrían haber sido ya los contactos y comunicaciones entre cada integrante del grupo proiraní. 

No pocos se preguntaron, retóricamente y con algo de malicia, cómo era posible que el Mossad o sus pares del servicio interior del Shin Bet pudieran gestar tamaña operación de Inteligencia en el Líbano, con acciones colaterales en Taiwán y Hungría, y no fueran capaces de prevenir un ataque como el que Hamas lanzó el 7 de octubre del año pasado, matando a 1.205 israelíes y tomando a 251 rehenes.

Lo cierto es que el foco de atención parecía mudarse desde Gaza hacia el norte de Israel, al sur libanés y al sudoeste sirio. Y no porque la paz hubiera llegado al territorio de la Franja, donde un recuento del gobierno local cifró ayer en 41.586 los muertos, 96.210 los heridos y cientos de miles los desplazados y las familias sin hogar.

 

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A los 39 muertos y más de tres mil heridos que dejaron los dos días de estallidos de localizadores y otros dispositivos de comunicación en el Líbano y Siria, sobrevino una nueva escalada con otra dimensión. Disparos de cohetes desde el sur libanés hacia el norte israelí y ataques aéreos y bombardeos de Israel contra Beirut y otros puntos al sur de su vecino. El recuento de víctimas civiles creció de la mano de las explosiones en zonas residenciales y edificios en cuyos subsuelos Israel dijo haber localizado más de un cuartel fortificado como búnker de Hezbollah.

Hasta este viernes, el recuento cifraba en 1.030 los muertos desde mediados de septiembre, entre ellos 156 mujeres y 87 menores, y 6.352 los heridos, según indicó Firas Abiad, ministro de Salud Pública libanés. Esa cifra se eleva a 1.640 muertos y más de 8.400 heridos, si se toma como inicio del lúgubre conteo la nefasta fecha del 7 de octubre de 2023.

Figuras emblemáticas

Claro que hay muertes cuya repercusión, o la conmoción que generan de maneras diversas, hace pensar en un punto de inflexión para bien o para mal en el conflicto. La del clérigo Hassan Nasrallah es una de ellas, por lo que pueda significar para una organización que también perdió a otros dirigentes de fuste en esta ofensiva israelí, como Fuad Shukr y Ibrahim Aqil, o Ali Karki, comandante del frente sur. Pese a todo, al confirmar la muerte de su máximo líder, Hezbollah prometió “continuar la Yihad (guerra santa) contra Israel, en apoyo a Palestina”.

Desde la devastada Gaza, en tanto, Hamas expresó en un comunicado: “La historia ha demostrado que siempre que los líderes de la resistencia mueren como mártires serán sucedidos por una nueva generación de líderes más valientes, más fuertes y más decididos a persistir en la lucha contra el enemigo sionista”.

Por el contrario, el vocero de las fuerzas armadas israelíes, Daniel Hagari, definió a Nasrallah como uno de los mayores enemigos de su país y dijo que “eliminarlo ha hecho del mundo un lugar más seguro”.

Como ocurriera el 31 de julio pasado, cuando Israel ultimó al máximo líder político de Hamas, Ismail Haniyeh, con una explosión que aún hoy no se demostró si fue provocada por un misil o por un artefacto colocado horas antes en el lugar donde aquél descansaba, en las afueras de Teherán, el fantasma de una guerra a escala regional vuelve a estar al acecho. Haniyeh, quien residía en Qatar había viajado a la capital de Irán para asistir a la asunción del actual presidente de ese país, Masoud Pezeshkian, elegido tras la muerte en un accidente de helicóptero del anterior mandatario, Ebrahim Raisi. Líderes del mundo temieron una respuesta iraní a aquel suceso, que hasta hoy no se concretó. Al menos no como se temía.

El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, de quien trascendió que había sido llevado ayer a un “lugar seguro” tras la confirmación de la muerte de Nasrallah, opinó al respecto: “Estos casos no son pérdidas que desmoronan a Hezbollah, porque la fuerza organizativa y militar de Hezbollah y su autoridad son mucho más elevadas que eso”.

Retórica bélica

Con Gaza convertida en tierra arrasada y la posibilidad latente -al momento de escribirse estas líneas- de una incursión terrestre de Israel al suelo libanés del que sus tropas se retiraron a comienzos de este siglo 21, diferentes dignatarios -no todos- usaron tribuna y atriles de la ONU esta semana para pedir contención y paz a las partes. Pedidos que fueron desoídos, a la luz de ciertas acciones y discursos de los principales actores involucrados. 

“La maldición del 7 de octubre no se limitó a Gaza”, dijo el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, mientras un número considerable de representantes de diferentes naciones abandonaba el recinto de la Asamblea General en repudio a su presencia.

“No hay lugar en Irán donde no podamos llegar”, arremetió Netanyahu en una alusión al país que desde hace años es su principal hipótesis de conflicto y con quien meses atrás tuvo atisbos de una guerra abierta que se quedó hasta hoy en escarceos con misiles y escudos que surcaron cielos en noches de pánico e incertidumbre global.

“Israel es un desagradable forastero plantado en nuestra región como parte de un plan colonial para sumirla en un ciclo interminable de violencia”, afirmó hace horas el ministro iraní de Exteriores, Seyed Abbas Araghchi, ante los miembros del Consejo de Seguridad.

Mientras, detrás de bambalinas y flashes a mandatarios en la sede neoyorquina, y antes de la muerte de Nasrallah, hubo diplomáticos que deslizaron que sólo había dos actores que podían frenar la ofensiva de Netanyahu sobre Gaza, Cisjordania y el Líbano: Estados Unidos y el propio pueblo israelí.

Mientras, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, dejaba entrever una gestión conjunta con Francia para lograr un alto el fuego de tres semanas. 

Mientras, el canciller ruso, Sergei Lavrov, decía que el gobierno de Israel está interesado en mantener y/o profundizar esta escalada.

Mientras, el presidente de la devaluada y condicionada Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, suplicaba en la ONU que “dejen de enviar armas a Israel”, a la vez que abogaba por la liberación de los rehenes que quedan en Gaza y de los presos en territorio israelí. “Dejen de matar niños y mujeres; detengan el genocidio”, exclamó ante la Asamblea General.

En el desequilibrio estable de Medio Oriente, bombas, misiles, destrucción, dolor, tensiones y miedo no dan tregua casi nunca. Pero, desde la incursión terrorista de Hamas y la posterior represalia israelí de hace casi un año, la muerte y la barbarie se multiplican junto a la sensación de que algo peor puede ocurrir en cualquier momento. Allí, o donde menos lo esperemos.