Aquel 24 de marzo de 1976 fue la crónica de un final anunciado. Reinaba el caos y el gobierno democrático de Isabel Perón se debatía entre insistir en su fracaso o renunciar y llamar a elecciones. Su empecinamiento y el de quienes la sostenían, impidió cualquier solución institucional: el golpe se venía venir.
Para los entendidos comenzó el 9 de febrero de 1975 cuando los militares lograron una ley que les permitía eliminar ellos a la guerrilla “hasta su aniquilamiento” particularmente en los montes de Tucumán donde los subversivos buscaban reconocimiento para un “territorio libre de América Latina”. Ese día se puso en marcha el denominado “Operativo Independencia” que con el correr de los meses se extendería a todo el país profundizándose hasta niveles impensados por la sociedad, durante el denominado Proceso de Reorganización Nacional.
Encabezado por el general Jorge Rafael Videla, el brigadier Orlando Ramón Agosti y el contralmirante Emilio Massera, este proceso marcó una de las páginas más nefasta de la historia argentina.
La labor periodística.
En ese terreno fangoso y lleno de peligros, el periodismo debía continuar con su labor ante el gravísimo enfrentamiento armado.
La dictadura que suspendió las actividades políticas, gremiales y estudiantiles impuso una severa censura de prensa. Toda la información policial, aun la que nada tenía que ver con la actividad subversiva fue totalmente prohibida de difusión en todas las jefaturas y comisarías del país, sólo se hacían conocer tras el filtro de las “Áreas de Seguridad” buscando desinformar a la población hasta de los delitos menores.
Pero, además, se advirtió a todos los medios periodísticos que las Fuerzas Armadas en los enfrentamientos con la guerrilla “no mataban” sino “que abatían” a un enemigo. No se podía hablar de guerrilla ni guerrilleros ya que, según el bando militar, se trataba de “organizaciones clandestinas” y de que sus miembros eran todos “delincuentes subversivos”. Al nombrar las distintas organizaciones en lucha no se las debía escribir con mayúsculas, ejemplo: montoneros, erp (Ejército Revolucionario del Pueblo) y la aclaración de las far (Fuerzas Armadas Revolucionarias), que “no existían” porque las únicas Fuerzas Armadas eran las de la Patria.
Los enfrentamientos, los atentados terroristas, los secuestros y los robos de armas a los agentes policiales se sucedían y aunque se conocían, no se podían publicar hasta que salía el lavado comunicado de las respectiva áreas de Seguridad en la que siempre se coincidía en informar sobre los abatidos en el enfrentamiento o cuando trataban de huir.
Se sabía de desapariciones y torturas pero nada se podía decir. Estos hechos, generalmente, se conocían a través de agencias internacionales que también estaban sometidas a las censura militar.
El 24 de marzo a la noche distintos comandos militares se apersonaron en los medios públicos y privados de comunicación. Pero por la hora, ese día no pudieron “monitorear el material”. Sin embargo, el día 25 tenían la intención de censurar todo, incluido los avisos comerciales. Las ediciones escritas corrían riesgo de no salir a la calle. Hubo nerviosas negociaciones en la Casa de Gobierno hasta que se acordó la previa “lectura” sólo de las editoriales y las informaciones más trascendentes sin dejar de advertir que se debía “tener mucho cuidado con el resto de lo publicado”.
Los periodistas de entonces sabíamos de censuras desde la caída del gobierno del presidente Arturo Frondizi, el 29 de marzo de 1962, cuando los militares comenzaban a hacerse presente en las emisoras radiales y televisivas, todas en manos del Estado (salvo escasa excepciones), dictando normas sobre cómo proceder. Eran tiempos de un macartismo en retirada, no obstante la prohibición de las actividades comunistas y de informaciones de Cuba y Rusia era muy estricta y no se podían publicar sin la censura previa y “si el censor no estaba” nada se publicaba.
Transitamos por caminos impensados de directivas y censuras gravemente acentuadas durante los meses que duró el enfrentamiento en el Ejército, entre Azules y Colorados que dividió ostensiblemente al entonces denominado Partido Militar.
Día de la Memoria: cómo será la atención en los comercios de Córdoba
No había actividad en sedes políticas, sindicales y/ o estudiantiles, pero teníamos que buscar la información, teníamos que tratar de hacer saber qué pasaba. Cuesta imaginar hoy, en medio de la revolución en las comunicaciones, no abundaban los teléfonos fijos y mucho menos la profusión de los celulares de estos tiempos.
Pero la noche, con su manto gastronómico y su actividad festivalera folklórica, se convirtió en aliado de periodistas inquietos. En la década anterior, durante los años 60 el furor del folklore invadió la Argentina y Córdoba fue un epicentro de peñas como Isidoro Cañones, El Alero, El Lazo y Tonos y Toneles. A ellos se sumaban confiterías y negocios famosos hoy desaparecidos como El Nacional (Avenida Colón y La Cañada) y El Manantial, tradicional parrilla de Avenida Olmos entre Rivadavia y Alvear.
Dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles sostenían largas tertulias a las que acudíamos en busca de la información censurada. Ese contacto personal para los cronistas era de vital importancia tanto para conocer noticias relacionadas con las distintas actividades y para la confección de la agenda telefónica para la consulta ante ciertos acontecimientos que por otra vía no se podían establecer.
Era una relación de confianza muy útil, pero siempre se debía actuar discretamente porque los servicios de inteligencia infiltraban “oidores” que se encargaban de denunciar sus sospechas a las autoridades sobre actividades penadas por las dictaduras militares. Los años de plomo de la década del 70, terminaron con esta fuente de información. La noche en Córdoba como en el resto de las ciudades Argentinas se transformó peligrosamente.
El creciente accionar de la guerrilla, la aparición de la organización parapolicial conocida como las “Tres AAA” (Alianza Argentina Anticomunista), los ataques a policías y comisarías y los atentados con bombas desaconsejaban la presencia en las calles. Ese tiempo de tertulias nocturnas era ahora valioso. Los contactos recogidos permitían la consulta personal o telefónica para la necesaria búsqueda de información.
Las distintas organizaciones subversivas enviaban mensajeros a las distintas redacciones con sus comunicados informando sobre su actividad o pronunciándose sobre graves hechos. Con la llegada de los militares al poder esa práctica se hizo peligrosa porque se comenzó a detener a los portadores de esa información y a cuestionar a quienes eran receptores del mensaje acusándolos de estar vinculados con los grupos subversivos. A su vez los grupos clandestinos culpaban a la prensa de entregar a los mensajeros. Una lucha diaria. Un vínculo que no se cortó porque había un interés mutuo. Así apareció una peligrosa práctica: Una voz anónima llamaba a las distintas redacciones anticipando que en el depósito de agua del baño de tal confitería “hay un comunicado para ustedes”. A pesar de que se nos dijo que podía ser una bomba “casa-bobos” acudíamos al lugar indicado y riesgosamente recogíamos el mensaje con un manifiesto contra las autoridades o adjudicándose un grave atentado o secuestro ocurrido horas antes.
Para entrevistar a dirigentes políticos o sindicales que venían a Córdoba se establecía un previo contacto para realizar una entrevista en la clandestinidad que provocaba el enojo de las autoridades militares que hacían oír su desagrado a los distintos medios de comunicación.
Al igual que otros colegas podría enumerar miles de formas que buscábamos para eludir esa censura y también las críticas de otros medios afines al proceso que “nos señalaban por violar las leyes”. Tiempo de censuras y de modos de eludirla. Fueron momentos muy duros y peligrosos que algunos hombres de prensa pagaron con su vida o su exilio porque proliferaba el “señalamiento” y la calumnia. Una persecución tenaz contra la libre expresión pero que no pudo doblegar a la pasión por informar.
*Periodista