El operativo de seguridad en torno a la visita de los reyes españoles dejó desiertas las inmediaciones del Teatro del Libertador, con cuatro vallados para ingresar.
En ese contexto, el miércoles por la mañana, tuvo lugar la sesión inaugural que, en algún punto, quedó empañada por el furcio de Felipe al nombrar a Jorge Luis Borges como José Luis y también frivolizada por esa fascinación extraña por la monarquía.
Lo sobresaliente, en ese marco, fueron las tres intervenciones que introdujeron varios de los ejes de debate de los días por venir.
Así, hablaron el ensayista argentino Santiago Kovadloff, la española Carmen Riera y el peruano Mario Vargas Llosa. Mientras Kovadloff hizo eje en la circulación de "discursos violentos donde se evidencia no el miedo a la guerra sino el miedo a la paz" y la abundancia de "brutales evidencias de un fervor maniqueo"; Riera (la primera mujer convocada para una apertura en la historia de los congresos) manifestó que las mujeres "estamos dejando de ser habladas para comenzar a hablar", aunque tomó distancia del lenguaje inclusivo al remarcar que "el acento debería estar puesto en igualar los sueldos, más que igualar los términos".
La nota, por supuesto, la dio el peruano Vargas Llosa al criticar con furia al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador por exigir a España perdón por la conquista de América. "Tengo la impresión de que el mandatario mexicano se equivocó de destinatarios, esa carta debió de enviársela a él mismo", dijo.
Estas breves declaraciones fueron un motivo de consulta permanente a todo mexicano que pisó el Libertador en los días subsiguientes, y hasta motivó una rima del poeta Benjamín Prado durante el homenaje a Sabina. "Más improbables que una carta de amor de Vargas Llosa a López Obrador", recitó el escritor madrileño, sintetizando así una de las tantas tensiones que se desataron en un foro que, por momentos como este, abandonó el tono solemne de la sesión inaugural y en otros perpetuó su esencia rígida y guardiana del status quo lingüístico.