El juicio por presuntos ataques a recién nacidos en el Hospital Materno Neonatal de Córdoba, entre el 18 de marzo y el 7 de junio del 2022, no sólo devela las responsabilidades penales personales de 11 acusados –la enfermera Brenda Agüero y 10 funcionarios públicos– sino también un sistema de violencia institucional que operaba hacia las parturientas. Así lo plantearon las querellas.
Resulta una dicotomía difícil de entender porque se trata de una maternidad de tercer nivel, de alta complejidad y especializada en el cuidado del binomio madre-hijo. Sin embargo, los testimonios de las madres víctimas en el juicio evidenciaron prácticas de maltrato, algunas justificadas por el personal con el argumento de restricciones por la pandemia del Covid-19.
Sólo ingresaban a las salas de preparto cuando tenían dilatación cinco. A varias les dijeron que regresaran a sus casas, pero en algunos casos sin dinero o sintiendo que se acercaba el parto, ellas se quedaron. No les permitieron estar dentro del hospital, aún de noche o madrugada. En la sala de preparto, cuando el dolor se intensificaba por las contracciones, les taparon la boca para neutralizar los gritos.
Un testimonio demoledor fue el de Damaris Bustamante, madre primeriza. Su hijo, Benjamín nació el 23 de abril y falleció a las pocas horas.
“Pedí que mi mamá entrara conmigo a la sala de preparto pero la médica no la dejó diciendo que yo era grande”, afirmó. En medio de las contracciones tuvo que colocarse sola, sin ayuda, el camisón. “Empecé a perder sangre o flujo con sangre y ahí fue cuando entró Brenda Agüero (...) estaba en cuclillas me miró y dijo: ‘¿Qué le pasa a ésta, por qué grita así?’”, contó.

Damaris se resbaló en su propia sangre y cayó. Agüero la tomó del brazo tan fuerte que le dejó marcado el apretón. Subrayó una frase que no olvida: le dijo que si su hijo se caía y se moría “iba a ser su culpa”. Esa culpa la persiguió durante meses.
Mientras tanto, su madre pidió ayuda a un policía para encontrar a su hija porque nadie le informó que su nieto había nacido y en qué situación se encontraba. Abrieron puertas hasta encontrar a Damaris.
Después del alta, volvió al hospital y se reunió con la directora, Liliana Asís y el director administrativo, Alejandro Escudero Salama. Denunció violencia obstétrica.
T.H., mamá de un bebé que nació al día siguiente, el 24 de abril, afirmó: “Dentro de la sala de parto son animales, son malas”. Contó que había parido al resto de sus hijos en otro hospital, para diferenciar la experiencia negativa en el Neonatal. “Una cuando va a parir se abre toda y te duele. Me agarraban de los brazos y me decían ´pujá hasta que te ensucies´.
Yo me quería parar y no me dejaban porque decían que el bebé se iba a caer”. Y agregó: “Me llegaron a tapar la boca para que no se escucharan mis gritos; todavía siento el terror de ese momento”.
Por su parte, Brisa Molina, mamá de Melody, fallecida el 6 de junio, fue al hospital pero como tenía tres de dilatación la mandaron de vuelta a su casa. “Les dije que no tenía dinero para volver, no podía mantenerme parada. Me dijeron que estuviera afuera por el Covid. Hacía frío, era invierno. A las dos horas ingresé. Los dolores eran insoportables”.
Después de narrar el proceso para la internación, dijo que los tuvo que llamar para que procedieran al parto. “Me pusieron en una silla de ruedas y me llevaron a la sala; me subí a la camilla como pude porque era alta. Hice un par de fuerzas y a la segunda, nació”, señaló.
La madre de Brisa sumó detalles. Después de que su nieta falleció habló con la directora Asís. “Esa mujer me dijo en la cara que era un caso aislado y que nunca había pasado algo así en el hospital. Que lo único que podía ofrecerme era una autopsia”, recordó.
Sin embargo, fue la fatídica noche del hospital desbordado, con cuatro bebés descompensados repentinamente y sin explicación médica, de los cuales dos fallecieron. Una de ellas fue Melody.
“Cuando analicé todo lo que había pasado me di cuenta que no era un caso aislado –reflexionó la mujer– para ellos no somos nada”.
J.B., mamá primeriza de F., uno de los bebés sobrevivientes, también atravesó una larga espera con dolores de preparto afuera del hospital porque no la dejaron entrar. Pidió que su marido pudiera ingresar pero se lo negaron.
A su hija recién nacida le apareció una lesión cutánea y los médicos indagaron si la había quemado con té. No lograban entender qué tenía en la piel.
M.F.M., mamá de otra bebé sobreviviente que nació esa misma noche y desmejoró, siguió yendo al hospital para las curaciones. Pidió insistentemente la historia clínica y se la entregaron recién el 5 de agosto.
“Nadie me dijo qué le había pasado. No supe lo del potasio –su hija padeció hiperpotasemia– no me explicaron nada a pesar que seguí llevando cada 15 días a mi hija a control hasta que se le cerró la cicatriz”, recordó.

Julieta Guardia, mamá de Ibrahim, fallecido el 23 de mayo, también se quejó: “Nadie se tomó el tiempo de llamarme y decirme que hiciera una autopsia a mi hijo porque estaban pasando cosas raras”.
Son fragmentos de testimonios que se escucharon en el juicio.
Juicio del Neonatal: cuáles son las pruebas que comprometen a Brenda Agüero y a los funcionarios
La gran contradicción: ataques y vidas salvadas
Todo sucedió en un centro de salud pública donde acuden mujeres sin obra social o en estado vulnerable. En el mismo hospital donde fallecieron cinco bebés, otros ocho fueron salvados por médicos. En ese mismo lugar, las mujeres relataron malos tratos al parir.
¿Qué responsabilidad institucional subyace? ¿Los protocolos de actuación profesional están enmarcados en la ley de parto respetado, siendo una maternidad de alta complejidad?
¿Se puede considerar también maltrato la inacción de las autoridades que no convocaron a las familias para informarles sobre lo sucedido en cada caso? ¿Les ocultaron la verdad?
¿Qué hubiera sucedido si el ingeniero Francisco Luperi, esposo de una anestesista del Neonatal, no hubiese presentado la denuncia para que la Justicia investigue? La pregunta contrafáctica permite imaginar que, muy posiblemente, esas madres, padres, abuelos y hermanos jamás habrían sabido por qué murieron o enfermaron sus niños.