Un nuevo verano y un nuevo año en el que las inundaciones se hacen presentes en nuestro país. En cuestión de horas la angustia se adueña de una población que queda indefensa ante el avance de las aguas. Son momentos en los que se pierde la cotidianeidad habitual de cada habitante, viéndose la vida de todos (o casi todos) paralizada ya que, directa o indirectamente, la inundación o los desbordes que se producen repercuten en sus vidas.
En estos últimos días hemos sido testigos de lo sucedido en la ciudad de Bahía Blanca con más víctimas, y en la de Córdoba un poco más atenuado, en donde las frases “perdimos todo...”, “la naturaleza se enfureció...”, etcétera, se repiten constantemente. Asimismo, se sostiene que nunca se vio algo así. Lamentablemente, si no se entiende que el clima nos castiga y que los desastres no son naturales, estos eventos seguirán produciéndose.
La naturalización de este tipo de sucesos por parte de los habitantes, lleva a que los gobiernos no gestionen las hipótesis de riesgos de acuerdo a la cartografía de la zona. El impacto de las inundaciones dejará secuelas tanto en los territorios como en las poblaciones afectadas. Las consecuencias serán múltiples y no solo son políticas, sino también económicas, ambientales, hídricas, sociales, viéndose afectado el desarrollo.
Tormenta en Córdoba: la ciudad que no estaba preparada para recibir el agua
Urge comprender que los riesgos son construcciones sociales y que son las vulnerabilidades que se generan alrededor de una amenaza las que hacen que los riesgos, cuando se materializan, generen mayor o menor impacto, y se profundizan si están ausentes las capacidades de respuesta. Por ello las acciones se deben orientar en la reducción de las vulnerabilidades y en el aumento de las capacidades de respuesta sociales, gubernamentales, individuales, etc.
Entonces, ¿cómo deben los gobiernos gestionar el riesgo de desastres? En la actualidad la gestión del riesgo de desastres está ocupando un lugar relevante en las políticas del desarrollo, a fin de disminuir las causas y los efectos de los mismos. De esta forma, se hace necesario llevar adelante un enfoque integral del riesgo de desastres que abarque desde la reducción de los riesgos hasta la recuperación posterior en el caso que el evento se haya producido.
Podemos afirmar que una inundación es el resultado de la recurrencia de un sinnúmero de factores subyacentes por lo que no debe buscarse en la naturaleza la causa, sino que fundamentalmente debe hacerse en la implementación o no de políticas públicas destinadas a la reducción del riesgo de desastres.
Precisamente es que, ante la falta de este tipo de políticas y la ocurrencia de diversos fenómenos naturales se ven enfrentados “un Estado débil ante un fenómeno poderoso”, punto que se presenta con cierta regularidad actualmente en la cotidianeidad de nuestra vida.
Para finalizar repito algo que más de una vez he manifestado: es posible afirmar que las consecuencias de este tipo de fenómenos dejan marcas en la vida de todo el pueblo afectado y es por ello que los gobiernos deben aprender que se debe “gestionar el riesgo” y no “administrar el desastre”.
* Secretaria de Investigación y especialista en Gestión de Riesgo de Desastres