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PREMIOS PERFIL CÓRDOBA / LIBERTAD DE EXPRESIÓN

El privilegio del libre decir

La democracia es el sistema de la palabra: al garantizar la libertad de expresión pone en juego el debate, la deliberación pública, el diálogo entre las diferencias. Un solo color político, un pensamiento único son antidemocráticos hasta por definición.

10-8-2024-Morandini
. | CEDOC PERFIL

Tomás Eloy Martínez fue uno de los escritores argentinos mas reconocidos internacionalmente. Dio clases en New York, vivió en Madrid. Sin embargo, cada vez que presentaba un nuevo libro, elegía Tucumán, la ciudad en la que nació. Una decisión que tomó desde el día que orgulloso le contó a su madre que sus columnas del New York Time las leerían millones de personas. ¿Algún tucumano, hijo? Preguntó su madre, una dama del patriciado tucumán con lo que frustró el entusiasmo del hijo ya famoso fuera de Argentina.

La anécdota me fue narrada por el mismo Tomás Eloy en el avión a Tucumán, adonde me había invitado para que le presentara su novela recién publicada, Santa Evita. Regreso a este recuerdo toda vez que recibo una distinción de mis pares, en mi provincia, como me sucede ahora ante la distinción a la “libertad de expresión” que me concedió la delegación la editorial Perfil, Córdoba.

Un sentimiento difícil de trasmitir que se entiende mejor cuando la vida nos lleva a vivir fuera de nuestro lugar de pertenencia. El mío, Deán Funes, donde nací, y Córdoba, donde hice mis estudios universitarios. En el mismo momento en que dejé mi provincia pase a ser nombrada con lo que perdí: “cordobesa”, el gentilicio que se me antepone, independiente de lo que escriba, diga o haga. Por eso, tener ahora el reconocimiento de los cordobeses me llena de agradecimiento como de reponsabilidad y honestidad.

La democracia es el sistema de la palabra: al garantizar la libertad de expresión pone en juego el debate, la deliberación pública, el diálogo entre las diferencias. Un solo color político, un pensamiento único son antidemocráticos hasta por definición. La pluralidad es la hija dilecta de la igualdad ante la ley. Por eso, la democracia es el único sistema en el que aprendemos ese arte esquivo entre nosotros, la argumentación. El intercambio de ideas, no de personas. La palabra limpia de insultos que mide nuestra calidad democrática. El respeto al otro, a la disidencia. No el patrullaje ideológico de los que detentan el poder y no admiten las criticas ni las diferencias.  El derecho democrático es inseparable de la vida republicana, o sea, el espacio público de las opiniones.

Este año cumplimos los treinta años de la reforma de la Constitución de 1994 que incorporó los derechos humanos con jerarquia constitucional, esto es, por encima de las leyes locales. Debemos recordar e insistir: la libertad de expresión como la prensa están garantizadas ampliamente por la Constitución y el sistema de los Derechos Humanos que nuestro país integra.

Una protección no a la persona de los periodistas sino al trabajo que cumplen, la mediación entre la información y la ciudadania para contribuir al derecho de la sociedad a ser informada. La información no es una mercancía, sino un derecho universal que los gobernantes estan obligados a proteger y garantizar. Son los medios los que viabilizan ese valor simbólico. No importa si son de gestión pública a privada. Los periodistas nos debemos a la ciudadania. No a los gobiernos.

Para honrar con honestidad la distinción que me otorgan, debo reconocer que estos principios democráticos no los aprendi en la ideologizada universidad de los años setenta en los que me formé, donde nos enseñaban a desconfiar de la actividad y los medios en los que después ibamos a trabajar. A su vez, cuando comencé a trabajar como periodista, me aconsejaron: “No le digas a nadie que estudiaste en la Universidad”. Los buenos periodistas se hacían en la calle. En mi tiempo, ni en las redacciones ni en las universidades se reflexionaba sobre la función de la prensa como inherente al sistema democrático. Menos se reconocía la libertad de expresión como dereho humano fundamental. Fue la mordaza impuesta por la dictadura la que nos enseñó que no hay democracia sin libertad de expresión. A medida que nos fuimos alejando de esa marca de origen, el periodismo se fue despojando de la autocensura, más poderosa que las prohibiciones.

El asesinato de Jose Luis Cabezas, el fotográfo de la revista Noticias de la editorial Perfil que pagó con su vida por mostrar lo que vivía oculto, hizo nacer organizaciones de periodistas que no sólo denuncian las violaciones a la libertad de expresión, sino que hacen pedagogía sobre el derecho a decir, sin persecucion de la opinión. Debemos reconocer a esos hombres y mujeres que como periodistas informaron al público sin amedentrarse por los gobernantes autoritarios que intentan sacar a los medios del medio y la crueldad de los que insultan anónimamente desde las redes sociales.

Hoy se agregan nuevos desafíos. La irrupción digital efectivamente democratizó la expresión, pero se confunde comunicación con información. El twitero no es un periodista. Todos tenemos derecho a expresarnos, pero es función y obligación del periodista la verificación, distinguir qué es falso y qué es verdadero, en beneficio de su credibilidad. Este privilegio de hablar por los otros nos demanda la responsabilidad de no incitar al odio ni a la violencia.

Todos los que hacemos de la palabra una forma de expresión personal, como función periodística o como ciudadanos de a pie, debemos saber que los insultos, las descalificaciones personales, las mentiras, los asesinatos de la reputación ajena, son los que socavan la democracia, el sistema que garantiza el decir libre sin persecución. Los ciudadanos necesitamos razones y recrear la esperanza pero lo que define a una verdadera democracia es que nos respeten las llamadas cuatro libertades de Roosevelt: libertad para pensar, para rezar, para vivir sin miedo y sin necesidades. Liberalismo puro si los hay. A cambio, no debemos asociarnos al odio si queremos vivir en paz.