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PANORAMA INTERNACIONAL

Días de predicciones fallidas, virajes, ausencias e ignominia

Las recientes elecciones en el Reino Unido y Francia volvieron a sacudir, pero con sentido diferente, el tablero político de una Europa envuelta en distintas crisis a la vez.

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Starmer y Mélenchon. El primer ministro británico y el ganador de las elecciones legislativas francesas. | CNN

En un mundo sacudido a diario por cambios vertiginosos o bombardeado por titulares efectistas o ráfagas de fake news como en los peores momentos de infoxicación, hay afirmaciones ampulosas, vertidas con grandilocuencia ante tribunas montadas y pobladas para la ocasión, a las que la realidad no tarda mucho en desmentir, convirtiendo su contenido en un meme.

Las primeras lecturas de los resultados de las pasadas elecciones para el Parlamento Europeo daban cuenta de una ola ultraderechista o ultraconservadora por todo el Viejo Continente que finalmente no fue ni tan homogénea o general, ni tan arrasadora en términos de la nueva composición del hemiciclo legislativo de la UE. Hubo sí algunos países, como la Francia presidida por Emmanuel Macron, donde la victoria en aquellos comicios del extremismo antiglobalista y xenófobo que responde a Marine Le Pen y la consecuente derrota del oficialismo desembocaron en la sorpresiva decisión del mandatario galo de disolver el Parlamento y llamar a elecciones anticipadas para conformar una nueva Asamblea.

La tendencia que Macron pretendía revertir con esa jugada hacia adelante pareció sin embargo consolidarse, con el predominio de la Agrupación Nacional (RN) de Le Pen en la primera vuelta de esa votación.

Para entonces, un histriónico gobernante de estos confines del sur del planeta, asiduo concurrente a vidriosos eventos donde pronuncia estridentes discursos con retórica desempolvada de la Guerra Fría, se ufanaba de la supuesta influencia urbi et orbi de su prédica, no exenta de exabruptos y relatos incomprobables.

Lo cierto es que en los últimos 10 días, con poco más de 72 horas de diferencia, el veredicto de las urnas en dos potencias occidentales echó por tierra predicciones y dejó en evidencia que la idea de que “los pueblos están sacando a patadas a todos quienes encarnan las ideas socialistas o comunistas”, como suele repetir Javier Milei, no pasa de ser un latiguillo del presidente argentino, refutado hace poco también en México.

 

Realidad mata relato

 

El pasado 4 de julio, el Reino Unido asistió a una contundente victoria de los laboristas sobre el gobernante Partido Conservador, que por muchos años lideró la tan citada ex premier Margaret Thatcher y que con cinco primeros ministros diferentes, se mantuvo desde 2010 en el poder.

El traspié del ahora ex premier Rishi Sunak significó además la peor derrota de los tories desde el año 1906. Y aunque el flamante jefe del gobierno británico, Keir Starmer, tiene un perfil mucho más moderado y centrista de lo que representaba el laborista Jeremy Corbyn, algunos detalles en su hoja de vida y discursos previos a su asunción auguran cambios de enfoque y mayor presencia del Estado en sectores clave.

En materia de política exterior, no se prevé un viraje en torno al Brexit pero sí se espera un diálogo más fluido con la UE. En cuestiones internas de fondo, Starmer hace tiempo que se alejó de las políticas más radicales y a la izquierda que pregonaba Corbyn, su predecesor luego expulsado del Partido. Pero en campaña recogió de aquél algunas promesas y mensajes.

El nuevo primer ministro sí ha trazado diferencias de fuste con las recetas conservadoras, desgastadas por estos años en el poder, a las que mayoritariamente el 60 por ciento de los 46 millones de británicos llamados a las urnas le dio hace 10 días la espalda.

La debacle conservadora, más que en porcentajes obtenidos por cada fuerza, puede graficarse con los 410 escaños obtenidos por el Laborismo en la Cámara de los Comunes, sobre un total de 650 bancas en juego. O bien en el hecho de que Liz Truss, la ex primera ministra de los fuertes recortes fiscales y las decisiones ultraliberales, que duró apenas 49 días en el número 10 de Downing Street, también perdió su asiento en el Parlamento.

Nacido en un pueblo a las afueras de Londres, hijo de un obrero fabril y de una enfermera, y con tres hermanos, Starmer se graduó de abogado y se especializó en Derechos Humanos y fue fiscal de Estado antes de entrar de lleno a la política, en donde aún hoy suele autodefinirse como “socialista”.

Casado con Victoria, quien profesa la religión judía como los dos hijos de ambos, el nuevo premier se considera ateo y rechaza que lo identifiquen como un nuevo Tony Blair, aunque no reniega de éste.

Fanático del Arsenal, al asumir el 5 de julio pasado, Starmer mantuvo promesas proselitistas tales como abolir determinadas tasas y arancelamientos universitarios o nacionalizar servicios clave, además de reconstruir el otrora tan ponderado sistema de salud del Reino Unido, hoy venido a menos por desfinanciamiento estatal y recortes presupuestarios.

 

Tiempo de insumisos

 

Poco más de 48 horas después de que asumiera un laborista como primer ministro británico, una de las locomotoras de Europa daba un inesperado giro hacia la izquierda en la segunda vuelta de las parlamentarias, a pesar de los vaticinios previos en favor de la ultraderecha o la derecha más tradicional.

El Nuevo Frente Popular, una alianza entre diversos sectores de izquierda entre los que emergían socialdemócratas y los más radicales de la Francia Insumisa, la fuerza de Jean Luc Mélenchon, fue quien cosechó más votos, seguido por Juntos por la República, del presidente Emmanuel Macron, y recién en tercer lugar, la ultraderechista Agrupación Nacional, que pese a todo sumó escaños entre el primer y segundo turno.

La estrategia electoral entre políticos y candidatos de Izquierda, centro y centroderecha, para retirar candidaturas y/o buscar alianzas para derrotar al “lepenismo” surtió el efecto inmediato esperado de evitar un salto al vacío de la democracia y sus principios de “libertad, igualdad y fraternidad”. Una vez más, a la mayoría de las y los franceses los unió más que el amor el espanto a un eventual gobierno para el que ya se probaba el traje el lepenista Jordan Bardella.

 

El pueblo francés y el rumbo del régimen capital

 

Pero lo ocurrido hace una semana no terminó de resolver un impasse político, del que emergen tres bloques parlamentarios marcados, pero sin una mayoría suficiente para asumir el gobierno sin necesidad de pactos con otras fuerzas.

Apoyados en la legitimidad que le confiere haber sido la fuerza más votada, pero -con 182 bancas- lejos de las 289 que supone mayoría absoluta, el Nuevo Frente Popular y Mélenchon reclaman el derecho de encabezar el nuevo gobierno.

Macron pregona la necesidad de acuerdos parlamentarios que dejen al margen a “los extremos” del espectro político, pero su fuerza ha sufrido bajas y acusa también un desgaste con el que deberá lidiar hasta las próximas presidenciales, fijadas para 2027.

Mientras se destraba lo que medios como la BBC o The New York Times visualizan ahora como una más que probable parálisis política, quedan como recuerdo un par de postales de esta histórica votación. Una de ellas fue la enfática exhortación de la máxima figura del fútbol galo, Kylian Mbappé, quien en medio de la Eurocopa se dio tiempo para reclamar a las y los franceses que pusieran un freno a la ultraderecha en el balotaje. Más allá de otros reclamos similares de dirigentes, artistas y figuras del progresismo, fue más que importante la arenga de este y otros deportistas en las Banlieues de distintas ciudades, pobladas de hijos o nietos de inmigrantes llegados de las antiguas colonias galas en suelo africano.

La otra imagen icónica se registró en la Plaza de la República de París, con Mélenchon acompañado por unas 10 mil personas entonando “La Internacional”. Los festejos en las calles tenían como dueños a quienes unas semanas antes muchos daban por desahuciados.

 

Los unos y los otros

 

Mientras los vaivenes de las urnas reacomodaban una y otra vez las piezas del rompecabezas político europeo, en la Sudamérica que habitamos tenían lugar convocatorias muy disímiles en cuanto a alcances, participantes y propósitos. 

En una de ellas, escenificada en el balneario de Camboriú, icónica playa del estado de Santa Catarina, acaso el más proclive al ex presidente de Brasil Jair Bolsonaro, se reunía la “Conferencia de Acción Política Conservadora”, un foro creado por el ex mandatario ultraderechista y su entorno cercano. En esa reunión llegó como invitado estrella el actual presidente argentino, quien este fin de semana encaró su undécimo viaje al exterior en siete meses de ejercicio del poder.

Más allá de sus diatribas contra el socialismo, el comunismo y todos los ismos que no comulguen consigo mismo, que Javier Milei repitió ante un auditorio en su misma sintonía ideológica, quedará como ominoso recuerdo, que salpica la investidura, una medalla que Eduardo Bolsonaro, hijo del ex capitán y ex mandatario brasileño, entregó entre risas cómplices al jefe de Estado argentino. La “medalla de las tres íes” que lo reconocen ahora como parte del “club Bolsonaro” alude a tres supuestas condiciones que el ex gobernante posee y que resultaría tan irrelevante, infantil, e ignominioso aceptar como dilapidar letras para describir en detalle.

Lo grave es que mientras una delegación argentina encabezada por el Presidente, e integrada además por su hermana y secretaria general, Karina Milei, por el ministro de Defensa, Luis Petri, y el vocero Manuel Adorni, era “condecorada” en Camboriú, en Asunción tenía lugar una cumbre de mandatarios de los países del Mercosur.

 

Habilidad para sembrar vientos en un mundo cargado de tempestades

 

Más allá de que la canciller Diana Mondino quiso poner paños fríos al malestar que la ausencia de Milei en Paraguay provocó entre sus colegas de la región, aún resuenan las palabras que -sin nombrarlo- le dedicó el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, a su par argentino. 

“No sólo es importante el mensaje, es importante el mensajero. Si el Mercosur es importante, acá deberían estar todos los presidentes”, sentenció Lacalle, mientras cerca asentía con la cabeza el gobernante paraguayo y anfitrión Santiago Peña. Lo propio hizo luego el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien aún espera disculpas que desde Buenos Aires no llegan y dan paso a nuevos destratos y cortocircuitos con el país más grande, poblado e influyente de Latinoamérica.