Al intentar delinear un panorama para nada presuntuoso de lo que deparó esta semana al mundo en que habitamos, deberíamos quizá centrarnos en la Cumbre del G-20, escenificada el lunes y martes en la maravillosa Río de Janeiro, y en donde confluyeron los gobernantes de los países más poderosos de la Tierra junto a líderes de un variopinto espectro que pugnan –con muy disímiles estilos y argumentos– por un lugar mucho más que simbólico en las recurrentes “fotos de familia” de este tipo de eventos.
Si el balance cupiese en un par de epígrafes largos de las postales de esta cumbre, habría que decir que Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva y la diplomacia de Brasil fortalecieron su imagen al promover una “Alianza global contra el hambre y la pobreza” y un impuesto a los superricos del mundo que permitiría recaudar unos 250 mil millones de dólares con los que hacer frente a urgencias alimentarias y desigualdades en el planeta.
Las secuencias del presidente argentino, Javier Milei, yendo al pie de su colega brasileño con el trasfondo de un acuerdo de venta de gas de Vaca Muerta, o el posterior encuentro con el jefe del gobierno chino, Xi Jinping, en aras de preservar el swap como salvavidas financiero, contrastaron con las descalificaciones e insultos con los que el libertario juraba no hace mucho que jamás se sentaría a negociar con ninguno de ellos. Enésima prueba de que la realidad aniquiló hace rato la supuesta resistencia a cualquier archivo de la cual se ufanaba el Presidente.
Pero la dinámica coyuntural del mundo no permite profundizar en esos virajes ni echarle la culpa a Río de sus cuentas pendientes. Tampoco para deslizar más que una mirada previa a las trascendentales elecciones presidenciales, que hoy tendrán lugar en nuestro vecino más pequeño, Uruguay.
Del otro lado del río, hoy se sabrá si Yamandú Orsi, candidato del Frente Amplio, ratifica en las urnas su triunfo de la primera vuelta, en la que casi con 44 % de los votos superó por 17 puntos porcentuales al oficialista Álvaro Delgado, pero pese a ello no le alcanzó porque en el sistema uruguayo el balotaje se evita sólo si en el primer turno se alcanza la mitad más uno de los sufragios.
En comicios con pronósticos cerrados, Orsi llega hasta aquí con leve ventaja en los sondeos en su intento por devolver el poder a la centroizquierda. Delgado, del Partido Blanco –como Luis Lacalle Pou– confía en que con el apoyo del Partido Colorado y otras fuerzas menores que integran la llamada “Coalición Republicana”, podrá revertir las cifras de hace cuatro semanas y repetir la “hazaña” del actual presidente, que hace cinco años se impuso al Frente por apenas unos 30 mil votos. Al caer la noche, los ojos de la región volverán a mirar a esta nación de menos de cuatro millones de habitantes enclavada entre dos gigantes.
En vilo, por otra causa
No fueron, sin embargo, las bilaterales al calor del G-20 en Río, ni la previa cumbre de países de la Apec en Lima, ni tampoco la compulsa institucional uruguaya, sino la escalada verbal y militar de la guerra entre Ucrania y Rusia la que acaparó la tensión y la atención internacional de estos días.
La autorización dada por el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, para que el gobierno de Kiev utilice proyectiles de largo alcance para atacar territorio ruso fue quizá el primer eslabón de una cadena de graves incidentes.
Donald Trump Jr., uno de los hijos del magnate que regresará a la Casa Blanca el 20 de enero próximo, acusó al actual mandatario demócrata y al complejo industrial militar de su país de haber dado la venia, un par de meses antes de abandonar el poder, a una tercera guerra mundial.
Tras la victoria de Trump en las elecciones del pasado 5 de noviembre frente a Kamala Harris, se especula con que Washington dejará de dar un apoyo militar y –en especial– económico a Ucrania, lo que convertiría en más palpable la promesa del republicano de poner fin inmediato a un conflicto que acaba de superar ya los mil días de duración. Heredar una escalada en armamentos o una extensión territorial de la guerra complicaría esos planes de Trump de dar por terminada la contienda, iniciada formalmente con la invasión del 24 de febrero de 2022, pero que reconoce antecedentes en la región del Donbás de hace más de una década.
Lo concreto es que, tras meses de espera, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski usó el aval de Biden y con misiles ATACMS, suministrados por Estados Unidos, y Storm Shadow, provistos por el Reino Unido y de fabricación franco-británica, atacó instalaciones rusas situadas en Bryansk y Kursk.
Desde Moscú, Vladimir Putin advirtió en su primera reacción: “Rusia tiene derecho a atacar las instalaciones militares de los países que permitan que sus armas se usen contra nuestras instalaciones”. Horas después, el jefe del Kremlin actualizó la “doctrina nuclear” de su país.
Desde Occidente, voceros estadounidenses en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) justificaron el giro de Biden como una reacción a la presencia de tropas norcoreanas no sólo en territorio ruso, sino también en el frente de batalla que libran estos dos vecinos, otrora unidos por lazos históricos, culturales y políticos.
Escalada, a nivel nuclear
En un escenario bélico donde la propaganda y las informaciones oficiales condicionan con su sesgo lo que trasciende y donde, como en cada guerra, la verdad pasa a ser una víctima más, las noticias se sucedieron con inusitado vértigo. A la autorización para usar proyectiles de largo alcance, Biden agregó luego el aval para desplegar minas antipersonales suministradas por Estados Unidos y cuyo uso acordaron prohibir tiempo atrás más de 160 naciones a raíz de los peligros que representan para la población civil. Kiev argumentó en medio de críticas diversas, que usaría las minas para tratar de frenar la ofensiva de soldados rusos en pueblos y ciudades donde los combates son en estos días más feroces.
Para entonces, Putin replicaba afirmando que “el conflicto regional en Ucrania, provocado previamente por Occidente, ha adquirido elementos de carácter global”.
Casi como refuerzo de esa tesis, Rusia lanzó un misil balístico de alcance intermedio contra Dnipró, en el centro de Ucrania. Se trató de un misil Oreshnik, al que Kiev denunció inicialmente como un proyectil intercontinental, capaz de transportar una carga nuclear.
Moscú y expertos occidentales desmintieron la versión, lo encuadraron como misil balístico intermedio y aclararon que en el ataque de esta semana llevó ojivas convencionales, no nucleares. Aunque la posibilidad de que otro lo haga en una próxima vez está latente. El Oresnik apuntó a suelo ucraniano pero su disparo tuvo varias capitales europeas y gobiernos enrolados en la Otan como destinatarios simbólicos.
Fingiendo demencia ante las esquirlas de las guerras
Prepararse para lo peor
Mientras, Zelenski suma denuncias contra el Kremlin y asegura que “Putin es el único que comenzó esta guerra y es quien está haciendo todo lo posible para que continúe más de mil días”.
Mientras, entre Washington y el lujoso complejo de su propiedad que habita Trump en Florida, se tejen versiones de contactos y llamadas entre Trump y Putin para una salida negociada.
Mientras, Rusia informa la puesta en marcha de refugios nucleares móviles, con los que buscaría contrarrestar los efectos del eventual paso hacia otra escala de esta guerra en la que la mayoría prefiere no pensar.
Mientras, una Europa atribulada y sin liderazgos claros desde la salida de Angela Merkel (el canciller Olaf Scholz adelantó elecciones en Alemania para el 23 de febrero), teme por lo que pueda traer consigo un segundo mandato de Trump, ahora recargado por el apoyo en las urnas.
Mientras, en el norte del Viejo Continente, gobiernos de países como Suecia, Noruega, Finlandia o Dinamarca, comienzan a divulgar mensajes instruyendo a su población sobre las medidas y recaudos a adoptar en caso de que la contienda bélica traspase las fronteras de Ucrania y Rusia. Incluidos los consejos e instrucciones para el caso de que la conflagración se convierta en nuclear.
Fotogramas de una película futurista cuyo final es hoy impredecible, mientras la nieve reviste ya el paisaje de Estocolmo y otras capitales escandinavas y bálticas, en señal de que un nuevo invierno, el cuarto desde que estalló el conflicto, está a la vuelta de la esquina. Y pensar que se auguraba que esta guerra no duraría más que un par de semanas…