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Carnavales en Córdoba: "por cuatro días locos"

Hoy convertido en una buena excusa para encontrarse y celebrar, el Carnaval es también el momento previo a la cuaresma en el calendario eclesiástico. En la Córdoba del siglo pasado, esos cuatro días estaban marcados por el sentimiento de que todo estaba permitido, mientras los juegos con agua y los corsos se apoderaban de lo cotidiano.

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COMPARSAS. Los corsos se realizaban en los tradicionales barrios de la ciudad. | DIARIO CÓRDOBA

El viejo almanaque con las históricas ilustraciones gauchescas de Molina Campos, ubicado en un rincón de la casa, marcaba en rojo el lunes y martes de feriado de Carnaval, que sumados al sábado y domingo anterior anticipaban cuatro días de desenfreno.

Corrían los primeros años de la década de 1950 del Siglo 20 y jóvenes –y no tan jóvenes– se preparaban para vivir esos días alocados de diversión con juegos con agua durante el día y con corsos y bailes por las noches.

En diciembre de 1953 Alberto Castillo había estrenado con gran éxito su película “Por cuatro días locos” y el tema cantado iba en camino a convertirse en el gran éxito de los próximos carnavales.

La pegadiza canción invitaba a olvidarse de todo durante esos cuatro días y señalaba que: “Es esta vida una mezcolanza de diversiones y de pesar. No pierdan nunca las esperanzas y aprendan todos este cantar”. Sus versos de ritmo ligero contrastaban con el bolero que dominaba los programas radiales, que tenía al famoso trío Los Panchos como su principal referente y a figuras convocantes como Cuco Sánchez, Javier Solís, entre otros grandes cantantes de la época.

Alberto Castillo, un médico ginecólogo, que se recibió para darle el gusto a su padre, era un extraordinario cantor popular de tangos que convocaba multitudes. Cuando venía a Córdoba se cortaba el tránsito por los lugares donde actuaba con sus candomberos; era un ídolo y eso aseguró el éxito tremendo de “Por cuatros días locos”.

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En esos tiempos no se hablaba de fin de semana largo ni de feriados extensos, pero el almanaque con sus rojos remarcados ordenaba vivir el carnaval. La euforia se desataba a lo largo y ancho del país. Clubes tradicionales, centros vecinales, sociedades de fomento, se preparaban con tiempo para la celebración y muchos de ellos creaban coloridas y floridas carrozas para el desfile del corso de los niños o para el tradicional y monumental Corso de San Vicente, en la ciudad de Córdoba.

El martes se recordaba el entierro del carnaval y el día siguiente, el miércoles de cenizas, marcaba el comienzo de la tradicional cuaresma católica. La Iglesia –en esos tiempos– no estaba de acuerdo que durante la preparación de la Semana Santa y de la Pascua de Resurrección se realizaran bailes o recitales. Como excepción, admitía la continuidad de carnaval el sábado y domingo siguiente al miércoles de ceniza. El sábado siguiente, como continuidad del carnaval, se convocaba al “baile de mamarrachos”, en el que se aceptaba cualquier disfraz y el domingo, el de “colegial”, invitando a concurrir con un guardapolvo blanco que representaba a los alumnos que, al día siguiente, iniciaban su período escolar.

Pero el carnaval en su máxima expresión se manifestaba en esos cuatro febriles días de celebración donde parecía que todo estaba permitido. Los tímidos se disfrazaban de valientes e invitaban a una chica para ir a la pista y aprender a bailar, los pisotones estaban a la orden del día, pero la culpa la tenía el baile desenfrenado, sobre todo cuando la orquesta tocaba un samba brasileño de éxito notorio en esos tiempos.

Con su rojo anuncio de lunes y martes de feriados de carnaval, el almanaque mandaba y se desataba la euforia contenida desde semanas atrás cuando la publicación del tradicional “Edicto Policial” dictaba las normas a ajustarse para una mejor celebración. Era un ritual que recordaba las horas permitidas para jugar con agua y evitar mojar al que no jugaba, como así también la necesidad de tramitar en la seccional correspondiente el “permiso de disfraz” o sobre el registro de carrozas y murgas participantes de corsos y reuniones bailables.

Era carnaval y la voz de Alberto Castillo insistía… “Por cuatro días locos que vamos a vivir. Por cuatro días locos te tenés que divertir”.

*Periodista