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LA ECONOMÍA DE MILEI

Balance del primer año libertario

En el primer año de Milei se implementó un plan de estabilización económica muy agresivo que ha conseguido importantes logros, pero para evitar caer en los errores del pasado, es imprescindible avanzar de manera integral en la agenda de reformas planteada en el Acta de Mayo.

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Javier Milei en la conferencia CPAC. | AFP

Durante su primer año de gestión, Javier Milei implementó un plan de estabilización económica muy agresivo que ha conseguido importantes logros. El más importante es que de una situación al borde de la hiperinflación, se pasó a una fuerte desaceleración del ritmo de crecimiento de los precios. Por otro lado, tras una abrupta contracción en los ingresos y la producción, el segundo semestre marcó un punto de inflexión con señales de recuperación. La política fiscal rigurosa permitió acumular varios meses de un superávit financiero. Este es el elemento central para fortalecer la confianza tanto a nivel interno como en los mercados internacionales.

No sólo se logró frenar la escalada inflacionaria y lograr una desaceleración más rápida de lo esperado. Más recientemente es destacable la reducción de la brecha cambiaria y del riesgo país. Esto refleja un renovado optimismo en la sostenibilidad de las políticas económicas aplicadas. Así culmina un primer año con resultados tangibles y una acumulación de logros que brindan un panorama de mayor estabilidad.

Más allá del plan de estabilización
Mientras que los avances en términos de estabilización son claros y palpables, persisten incertidumbres en el terreno productivo. Partiendo de niveles muy bajos, la recuperación productiva ha sido errática y desigual. En julio y agosto se observó un repunte en la actividad económica, pero aún no alcanza los niveles de noviembre de 2023, afectados por las caídas registradas a inicios del año. Un panorama similar se evidencia en sectores como la industria y la construcción, mientras que en septiembre el Emae (Estimador Mensual de Actividad Económica) reflejó una contracción.

Sin embargo, lo más importante es no caer en la tentación de asumir que la estabilidad financiera y cambiaria alcanza para superar el largo ciclo de decadencia que sufre la Argentina. Muy por el contrario, merece especial atención el inquietante atraso cambiario. Esto no necesariamente es el anticipo de una crisis derivada de una mega devaluación, sino la posibilidad de estar entrando en un proceso de "enfermedad holandesa".

Este fenómeno fue estudiado con intensidad en la literatura económica a partir de la experiencia de los Países Bajos en los años 60 tras el auge del gas natural. La buena noticia de contar con un sector con mucha capacidad de generación de divisas puede ser un problema para el resto de la producción porque se genera apreciación de la moneda local.

Esto perjudica al resto de la economía ya sea porque las exportaciones no relacionadas con recursos naturales pierden competitividad, como porque la producción local se ve afectada por costos más altos, quedando en desventaja frente a competidores extranjeros.

Este proceso puede provocar impactos sociales negativos debido a que se afecta el empleo y salarios en los sectores tradicionales. Aunque pueden aumentar los ingresos en divisas generando tranquilidad en el mercado cambiario, una parte importante del entramado productivo sufre las consecuencias de la apreciación cambiaria. El problema no se da en la balanza de pagos sino que se manifiesta en el mercado de trabajo. El impacto sobre las pequeñas y medianas empresas (pymes) es particularmente relevante; principales generadoras de empleo, que enfrentan mayores dificultades para desenvolverse en un contexto de apreciación cambiaria.

¿Cómo lograr que sectores intensivos en mano de obra se adapten a un tipo de cambio más atrasado? ¿Cómo sostener su competitividad y su capacidad para generar empleos y contribuir al desarrollo nacional? La respuesta correcta, como argumenta el gobierno, no es la devaluación sino generar las condiciones para que la producción interna aumente la productividad. Es decir, que logre capacidad competitiva aun con un tipo de cambio más bajo que el registrado en el pasado.

Por ello, es fundamental no caer en excesos de optimismo y asumir que es mucho lo que se hizo, pero es mucho más lo que falta. Asumir que las reformas estructurales son tan complejas como imprescindibles.

La necesidad de acelerar las reformas estructurales
El remedio para la “enfermedad holandesa” no es la devaluación, sino en implementar reformas estructurales que reduzcan los costos de producción internos. Estas reformas permitirían que un mayor número de sectores sean competitivos, generen empleo y se desarrollen de manera sostenible, incluso en un contexto de tipo de cambio bajo.

Es fundamental eliminar los impuestos distorsivos que encarecen la actividad productiva, rediseñar la legislación laboral para reducir la conflictividad y la excesiva litigiosidad, y mejorar el sistema de transporte y la logística, optimizando así la distribución de bienes. También resulta clave promover regulaciones que fomenten la competencia y desarticulen prácticas monopolísticas que limitan la eficiencia del mercado.

La experiencia de los años 90 demuestra que mantener un tipo de cambio bajo solo es viable en una economía altamente eficiente. En contraste, las décadas posteriores evidencian que la devaluación no es una solución sostenible, sino un mecanismo que, al costo del empobrecimiento generalizado, busca compensar las deficiencias estructurales. Para evitar caer nuevamente en los errores del pasado, es imprescindible avanzar con urgencia y de manera integral en la agenda de reformas planteada en el Acta de Mayo.

(*) Coordinadora de Investigaciones de Idesa