Este miércoles se cumplen 10 años de la trágica explosión de un depósito de la firma Química Raponi, la cual dejó un saldo de una mujer muerta, más de sesenta heridos y decenas de casas afectadas con distintos grados de destrucción.
A una década, la causa no tiene responsables presos. Sergio Hilton Raponi, titular de la firma, fue condenado en abril de 2022 a 8 años de prisión por la Cámara Cuarta del Crimen quien lo encontró culpable por los delitos de estrago doloso doblemente calificado, pero quedó en libertad hasta que la sentencia quede firme por el Tribunal Superior de Justicia.
Uno de los más afectados por la explosión fue Pablo Amaya quien en ese momento tenía 15 años. Amaya sufrió traumatismo de cráneo y tórax, y rápidamente fue trasladado al Hospital de Urgencias donde pasó varios días en coma. El joven fue sometido a distintas intervenciones quirúrigas, entre ellas una craneoplastía, cirugía plástica que se hace para reparar la pérdida de sustancia ósea.
A una década de la explosión, Amaya dialogó con PERFIL CORDOBA, asegura que intenta dejar este hecho atrás y remarca que lo embarga el enojo al pensar que no hay responsables presos por esta tragedia.
“Estoy bien, traté de continuar lo mejor que pude, construyendo mi propia vida. Hoy lo que siento es mucha injusticia. El dueño de la química fue condenado pero sigue viviendo su vida tranquilamente. Siento mucha injusticia y principalmente enojo. De todas maneras trato de no prestarle mucha atención a esa situación, pero es inevitable pensar”, asegura.
Amaya vivía en un departamento ubicado en un primer piso y cercano al depósito químico que explotó un 6 de noviembre de 2014. El joven no recuerda la explosión, tiene recuerdos de él bajando la escalera y de pronto la oscuridad. “No me acuerdo cuando todo explotó. Tengo la imagen de que en un momento estaba escapando del departamento buscando salir a la calle. Comencé a bajar las escaleras y luego ya no recuerdo nada”, cuenta.
“Hoy estoy bien, a veces tengo dolores, pero trato de hacer vida normal. Aún hoy no se cuál es mi límite. Salgo a correr, hago deporte liviano. Imagino que no puedo golpearme fuerte la cabeza”, indicó Amaya quien vive con su madre y trabaja en un local gastronómico.
Amaya se refugia en la música como método de continuar. El joven destaca las muestras de solidaridad que recibió en todo este tiempo por parte de gente que no conocía y que se acercó desinteresadamente a dar una mano. Además asegura que la música le salvó la vida, fue la respuesta a muchas preguntas en momentos de dolor.
Amaya sigue con su vida, esquivando los dolores y los recuerdos del pasado, pero con la búsqueda de justicia a flor de piel, a 10 años de la explosión que cambió su vida.