Con cierta ligereza, tal vez, se compara el pleito de Javier Milei con Victoria Villarruel, con añosos episodios del pasado: De la Rúa-Chacho Álvarez, Alfonsín-Martínez, Frondizi-Gómez, Menem-Duhalde, Kirchner-Scioli. El racconto de esos litigios institucionales involucraron a un hombre contra otro, en este caso la curiosidad implica a una mujer. En realidad a dos damas. Parece una obviedad del periodista el descubrimiento, pero es novedosa la porfía de un sexo contra otro y la incorporación de otro componente en esa riña: la participación de la hermana presidencial, Karina. Para la vicepresidenta, ella es su verdadera enemiga, quien la acecha y daña, quien influye sobre el inocente mandatario. Seguramente, como no trisca por la Casa Rosada, desconoce el ejercicio del poder asumido por Milei y del cual Karina suele ser intérprete. En ocasiones, no siempre. Y aunque la denomine “el jefe” su propio hermano. Como ocurrió en la historia familiar, ella ha sido el pararrayos de Javier, una insustituible que lo protegió en la infancia y adolescencia y, ahora, lo vuelve a proteger de grande. Tradicional sacrificio femenino con los hombres: cubrir a un ser querido, mimarlo, el que luego será famoso, reconocido economista, trascendente mandatario. Casi una misión de Karina por aquello de “atrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”, tratando pequeñeces como el tarot o domésticas recetas de Doña Petrona C. de Gandulfo, mientras su particular hermano se remitía a otras prescripciones, liberales, científicas y en el trabajo, se distinguía por circular con un descapotable escuchando óperas al máximo volumen.
Son dos mujeres con miedo en la guerra. Aunque Villarruel sabe que se requieren dos inalcanzables tercios para destituirla, teme por esa iniciativa, por el reclamo de su renuncia con excusas desopilantes, como ocurrió con otros presidentes airados con segundos traicioneros o rencorosos. A su vez, Karina se atemoriza con otro temor del pasado: la insolencia de que Victoria auspicie un juicio político para desalojar a su hermano del cargo y sucederlo. Demasiada fantasía en ambas, superior a la de Madame Bovary en la literatura. Aun así, la contienda crece, la alientan los bull-dogs oficialistas para seguir al verdadero jefe, que esta semana apartó a la vice de cualquier cercanía o responsabilidad con las decisiones de su gobierno y le enrostró complicidad con la casta política. Una imputación tan sospechosa como la de asociación ilícita. Un impacto en la coraza de Vicky, quien, dolida, dudó tanto en la respuesta que hasta emitió un comunicado diciendo que “ese día no iba a realizar ningún comentario”. Se desplomó.
Para juzgar la conveniencia o no, de la réplica interrogó a un señor mayor que la asiste, vinculado al área de Gendarmería, con experiencia internacional en servicios de inteligencia tipo DEA. Naturalmente con un perfil impreciso, Alejandro Cutrin es su dique de contención afectiva, casi paternal, quien a su vez consulta con ilustres del rubro local (Miguel Ángel Toma, uno de los casos). Hace meses que salió de ese entorno el diputado Guillermo Montenegro, nadie se interiorizó por la causa de su partida. Mejor no hablar. No hay mucho más en el equipo vicepresidencial, salvo sugerencias de un colaborador en prensa (“el cocinero” Alejandro Donato), o prudentes e indiscriminadas voces de la Cámara que preside Villarruel: de Juan Carlos Romero a Martín Lousteau, sin olvidar a José Mayans. Otra próxima que la acompaña en su breve círculo es Claudia Rucci, quien dice proveerla de peronismo y derechos humanos, distintos a los de Cristina Kirchner, al igual que militares retirados que conocieron al padre. Encarna Victoria, cree, un muleto de derecha más abierto que el de su compañero de fórmula.
Pero falta tiempo para su proyecto: merodea los 50 años, sostiene que es más fiel a Milei que Penélope, puede reconocer que se excedió con el término “jamoncito” cuando lo definió humorísticamente –no estaba en sus lecturas, que ya Freud dijo que esas bromas carecen de una traducción única–, goza con cierta ponderación favorable en las encuestas, pero que solo la atrae el 2027. Entonces, tiene derecho de pegarle políticamente un tiro a Milei, ya que no la invitarán a repetir el binomio en esa oportunidad. Es un estorbo o un motivo de conflicto. Última práctica: produjo un mensaje contra Francia antes de la visita del presidente Emmanuel Macron, diciendo que ese estado había sido un colonizador sangriento. No se retractó ni eliminó el tuit cuando el galo visito a Milei. Pésima anfitriona si la hubieran llamado a compartir el recibimiento y la cena.
Jura que el conflicto con los hermanos de la Rosada se inició durante la última campaña electoral, señala menudencias ofensivas como la privación de fondos para recorrer el país, la negación a pagarle facturas de hoteles, pasajes. Ofensas para alguien que aún vive en un departamento alquilado. En su criterio, Karina la fulminó –cándidamente suele evitar culpabilidades de Milei– cuando ella no quiso ampararse en el coto que, según ella, conduce la hermana presidencial: afirma que nunca sería una Lilia Lemoine, una Yuyito, una Pettovello y que, si no tuviera protección constitucional ya le hubiese pasado lo mismo que a Diana Mondino. También que su rabia procede del anuncio y una falsa promesa del propio Milei para otorgarle el control sobre Seguridad y Defensa, responsabilidad que no cumplió por pactar con Patricia Bullrich y la franja de la UCR de Luis Petri. Sufrió como un escarnio ese descarte, imberbe descubrió que la política es dinámica y negociación. Por fin, admite que entre ella y los hermanos –habla poco de la intervención de Santiago Caputo, aunque no lo reputa de su lado– que la relación estalló el día del triunfo, justo un año atrás.
“Vos no subís con mi hermano”, le ordenó Karina esa noche festiva del hotel de Córdoba y Maipú. Su versión es que tamoco pudieron desalojarla del improvisado palco, que se impuso, porque es más combativa que la propia Karina. Evita considerar que los carteles que aparecieron con su nombre en la celebración, suponían una audacia exagerada contra el logro de Milei, un exceso que más tarde se unió a los pochocleros, augurando el efímero mandato del economista suplantado democráticamente por ella. “Con el poder no se jode”, bramaba el finado Néstor, quizás demasiado prevenido ante acontecimientos menores y que jamás habrán de ocurrir. Como buena parte de los episodios en los que pierden el tiempo los seres humanos. Difícil de comprender, como la ira y los castigos que a menudo les suceden, mucho más en política, una actividad inestable, imprecisa. De ahí que, para el combo de los Milei y Santiago Caputo, la vicepresidenta superó ciertos límites de tolerancia personal. Ya fue, aunque siga al frente del Senado.