El discurso del presidente Milei en Davos sobre el movimiento woke generó un sacudón político ante el temor de que implicara un retroceso de los derechos de las mujeres, género y de la comunidad LGBTQ+ que culminó con la demostración del sábado pasado.
El fenómeno woke traducido como la toma de conciencia de los derechos de las minorías está restringido a occidente entendido como los Estados Unidos, Europa occidental y América Latina. No se encuentra un movimiento con objetivos similares en Asia, África o Europa Oriental. No hace falta recordar la ausencia de reclamo análogos en los países donde predomina la religión islámica o en India, China y Japón, donde todavía no se reconoce el matrimonio igualitario. El presidente Putin en diciembre 2022 prohibió la propaganda LGBTQ+ y el 30 de noviembre de 2024 la Corte Suprema de la Federación Rusa calificó al movimiento internacional LGBTQ+ como una organización extremista.
La existencia del movimiento woke solo en occidente plantea un interrogante sobre sus alcances reales. Occidente, con todos sus defectos, está todavía considerada la región más desarrollada y donde se ha registrado un continuo progreso hacia la igualdad ante la ley indistintamente del sexo, raza y orientación sexual. Sin embargo, el movimiento woke pone en duda todos esos avances considerando que la sociedad tiene mecanismos intrínsecos que convierten en triviales todos los adelantos, y que, por el contrario, la estructura de poder los trivializa.
El pensamiento en occidente se caracteriza por un cuestionamiento permanente a la existencia y a la organización social a partir de la aceptación de la razón como motor del progreso. El marxismo avanzó un paso más al elaborar un modelo basado en la lucha de clases que culminaría en una sociedad de abundancia sin clases. El fracaso de la Unión Soviética y la desazón de los intelectuales por la falta de concientización del proletariado para comprometerse en la lucha forzó a los ideólogos a elaborar teorías que complementaran los preceptos marxistas. Negri y Hardt, en su libro Imperio, descartan el espíritu revolucionario del proletariado y lo reemplazan por la “multitud” justificándolo en los cambios en la estructura de producción. Ernesto Laclau introducirá el término “pueblo” y finalmente en esa búsqueda de vanguardias se recurre a los grupos identitarios cuyos derechos estarían todavía postergados. La idea de progreso es borrada porque todas las correcciones forman parte, siguiendo a Foucault, de la perversidad de la clase dominante para conservar su poder.
Toda esta defensa de las identidades encuentra el enemigo en el hombre blanco que representa el sexismo, patriarcal y racista, aunque no lo sepa ni lo practique. Estas características estarían enraizadas en el sistema capitalista, y solo un cambio puede llegar a eliminar la discriminación. El hombre blanco representa la opresión, por eso es necesario identificarlo como culpable hasta desplazarlo de su posición de poder. El movimiento woke utiliza los grupos identitarios para atacar el sistema, como antes lo hacían los comunistas para cuestionar la estructura de producción. Nadie espera una palabra de elogio sobre el camino recorrido, porque el reconocimiento retardaría el cambio.
En el artículo sobre los orígenes filosóficos del woke publicado en Nueva Revista se cita a Xi Van Fleet, que hace un parangón con la Revolución Cultural (1966-1976): “Utilizan la misma ideología y la misma metodología, incluso el mismo vocabulario y persiguen el mismo objetivo. El woke es la versión estadounidense de la revolución cultural china”, donde los estudiantes privilegiados utilizaban la cancelación y fomentaban el caos para que pudiera nacer una nueva sociedad (Marcuse).
Los ejemplos citados por el presidente Milei en su discurso en Davos podrían catalogarse como anécdotas. Quizás hubiera sido más calificado explicar cómo el movimiento woke se sirve de los grupos identitarios para socavar a la sociedad occidental.
* Diplomático.