COLUMNISTAS
La relación con FMI

Vuelve Rodrigo Valdés, con su manual devaluador de siempre

En la próxima quincena, llega la revisión del Fondo Monetario Internacional para Argentina. En el Gobierno descartan su aprobación, pero están en alerta por lo que el nuevo “paper” del organismo pueda incluir como “recomendación”. Se descarta que el encargado del caso argentino, el chileno Rodrigo Valdés, volverá con la presión devaluatoria. La misma receta, pero con gobierno diferente.

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Trasluz. El jefe del FMI para la Argentina es el chileno Rodrigo Valdés. | Citizen Kane

Las partes precalientan el próximo contacto, que, se descarta, será complicado. Quizá hasta algo agresivo. Con diplomacia, como siempre. Pero sabiendo que se trata de una relación que va a costar mantener dentro de la civilidad. Para peor, es una vinculación de esas que es casi para siempre, aunque no quieran las partes y a veces prefieran tomarse un respiro de la obligación de una comunicación constante. Argentina y el Fondo Monetario Internacional están a punto de concertar una nueva cita.

En la próxima quincena la dirección para el Hemisferio Occidental del organismo tendrá que ponerle fecha a la misión para revisar el cumplimiento (se descarta que así será) de las metas para el segundo trimestre del año. Es la novena revisión del Facilidades Extendidas firmado en marzo de 2022 durante la gestión de Martín Guzmán, y que con dos revisiones (una, en julio 2023 y otra, en enero de 2024) tuvieron revisiones y modificaciones en las metas. Y que, hasta acá, es el mecanismo institucional que rige las relaciones entre ambas partes. Lo que se controlará desde el FMI es que el país haya logrado alcanzar las metas pactadas para el período abril-junio; en el camino anual a un superávit fiscal primario del 2,5% del PBI, reservas crecientes en no menos de US$ 8 mil millones entre diciembre 2023 y el mismo mes de 2024 y una emisión monetaria negativa. Para junio, las tres metas estaban sobrecumplidas y, seguramente, con un felicitado desde el FMI.

En síntesis, el gobierno de Javier Milei podrá mostrar en sociedad que por primera vez desde firmado el acuerdo en 2022, el país logró la tilde azul en todos los ítems comprometidos. También saben desde Buenos Aires que en líneas generales, los objetivos (los puntos que hay que cumplir, pero que si esto no sucede no hacen caer el acuerdo ni provocan un waiver) fueron, en general, alcanzados. Especialmente la inflación, que para junio 2022 navegaba ya con un 4% por delante. Esperan en el Palacio de Hacienda nuevas críticas por las consecuencias sociales del ajuste que aplica Javier Milei y la falta de reacción de la economía real. Consideraciones varias que no deberían atentar con la aprobación de las metas. Y con la consecuente liberación de unos US$ 1.800 millones, imprescindibles para que las reservas del Banco Central no sufran un desgaste mayor. Igualmente, no habrá que entusiasmarse. Ese dinero nunca estará computado como un activo del BCRA. Una vez que el Fondo los libere, automáticamente serán girados. Al propio FMI. Cosas de la política financiera internacional.

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El FMI enterró la perla más esperada del gobierno de Milei: su promesa de dolarizar la economía

La aprobación de las metas del segundo trimestre no es lo que preocupa al Gobierno. Lo que levanta las alertas es que nuevamente la aprobación venga acompañada de un “paper” con la firma del titular de la repartición del organismo que maneja el caso argentino: el chileno Rodrigo Valdés. El visto bueno de las metas del primer trimestre del año había generado una tifón en la relación entre las partes, que derivó en el conflicto verbal más complicado y bizarro en mucho tiempo. De adelante hacia atrás en el tiempo, Javier Milei dijo sobre el economista titular de la gerencia para el Hemisferio Occidental: “Hubo complicidad del jefe de la misión Argentina del FMI con el gobierno anterior. Rodrigo Valdés tiene mala intención manifiesta. No quiere que le vaya bien a Argentina. Él tiene otra agenda. ¿Por qué el FMI le permitía todo a Massa? Nosotros sobrecumplimos todo y todo el tiempo están poniendo ‘peros’. Avalaba todo el desastre de Massa y a nosotros nos hace los que nos hizo”. Para completar: “Vaya a saber uno por qué el FMI nos pone a un Foro de San Pablo ahí adentro”.

Milei embistió contra el exministro de Economía de Michelle Bachelet por el informe publicado por el staff técnico del FMI el 13 de mayo pasado, cuando se aprobaron las metas del primer trimestre del año, donde el propio Valdés afirmaba: “Cualquier eliminación de los controles (cambiarios) deberá considerarse cuidadosamente, teniendo en cuenta el alcance de los desequilibrios que aún tiene la economía y los colchones de reservas para fortalecer el marco de políticas” y que “es fundamental que, en última instancia, las políticas sean consistentes, y eso incluye el nivel del tipo de cambio real, para salvaguardar de forma duradera la estabilidad y la acumulación de reservas”. Diplomáticamente, Valdés fulminaba las posibilidades para que Argentina pueda recibir fondos frescos para abrir el cepo cambiario en el mediano plazo. Esto además de hablar de un “tipo de cambio real”, dando a entender que el valor de la divisa estaba atrasado y que no habría dinero del organismo para financiar una apertura en las actuales circunstancias.

Horas después fue Julie Kozac –la vocera del FMI (quien alguna vez lidió con el kirchnerismo en negociaciones estériles en Buenos Aires)– la que afirmaba que el sistema cambiario argentino del futuro no era una dolarización o algún esquema similar, sino “ese régimen implicaría una competencia de monedas, un régimen en el que el peso y otras monedas como el dólar puedan coexistir y puedan ser usados libremente. Otros países en la región, como Perú y Uruguay, tienen sistemas como ese”. Con esta frase, el FMI enterraba una de las perlas más esperables del gobierno de Javier Milei: la posibilidad de una dolarización. Entre Valdés y Kozac, se le informaba al gobierno argentino que si quisiera mantener o ampliar el acuerdo vigente, debía aceptar que el esquema cambiario sería similar al de Perú o Uruguay. Lejos de los esquemas de Panamá o El Salvador, donde el dólar es la moneda sobre las que las restantes van satelitando.

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En otras palabras, el Fondo dejaba claro en junio pasado, al presentar el acuerdo del primer trimestre, que para tener un nuevo acuerdo con dinero fresco como para abrir el cepo, debería olvidarse de una dolarización y, lo más importante, avanzar en una devaluación del peso. Esta presión ya la había recibido en carne propia Luis “Toto” Caputo al promediar las negociaciones de abril pasado para cerrar las metas del primer trimestre. Sin eufemismos, Valdés le dijo en compañía del titular del caso argentino, el venezolano Luis Cubbedu, que Argentina debía devaluar su moneda. Y que sin esta decisión, no habría acuerdo posible para obtener los dólares necesarios para poder abrir el cepo. El ministro entendió en esos tiempos que la de Valdés y compañía no era una amenaza ni una advertencia. Era una posición técnica del Fondo Monetario, que no podría discutirse en su implementación. Caputo debía olvidar el crawling peg de 2% mensual y acercar el peso a un valor “real” del dólar. Caputo y Milei descartaron de plano la posibilidad, reafirmaron la política cambiaria del Gobierno, y el conflicto comenzó, escaló y se llegó al actual punto de casi no retorno. Ahora las partes volverán a encontrarse obligatoriamente para cerrar un acuerdo por el segundo trimestre del año. Donde, otra vez, Argentina cumplió con las metas comprometidas, algo que, como se ve, tiene gusto a poco. En el Palacio de Hacienda, y obviamente la Casa de Gobierno, están en alerta por lo que el nuevo “paper” de aprobación pueda incluir como “recomendación”. Se descarta que Valdés volverá con la presión devaluatoria. En definitiva, esto es lo que el FMI viene obligando a ejecutar a todos los países con los cuales cerró acuerdos recientes, en situaciones similares a las de la Argentina de hoy. Egipto tuvo que devaluar en diciembre de 2022 un 66% para conseguir unos US$ 8 mil millones y el año pasado Etiopía debió hacerlo en un 35% para obtener unos US$ 3.400 millones. Algo similar le ocurrió recientemente a Pakistán.

En definitiva, para el FMI no hay receta posible sin devaluación. Para ningún país que quiera ingresar al listado de acuerdos del organismo. Es una receta fija. Pétrea. Innegociable. En todo caso, se puede discutir el nivel de depreciación de la moneda local. El problema mayor de aplicar siempre el inmodificable libreto del organismo financiero para países en crisis es que en general la receta funciona. Y luego de una devaluación y un inmediato momento difícil, las economías en desarrollo comienzan a renacer y lentamente a crecer. Es lo que lleva al Fondo a confiar tanto en el mecanismo devaluador. Sin embargo, Argentina es, casi siempre, un país original, donde lo que funciona en otros lados en territorio criollo provoca desastres.

Cualquier economista de clase media baja local sabe que devaluar en un país con la historia local lo que provoca es un traslado a precios inmediato al mismo nivel de la pérdida de valor de la moneda local, además de una apreciación del dólar alternativo de manera también rápida. Y, para peor, los procesos inflacionarios consecuentes terminan teniendo dos tiempos, con lo que se da una suba de precios urgente y otra distribuida en algunas semanas posteriores, cuando la industria y el comercio traslada a los valores finales el alza de los costos. Es lo que el año pasado le explicaba al FMI el entonces viceministro Gabriel Rubinstein y lo que hace unos dos meses Caputo habló con el staff técnico. Ambos sin suerte. Del otro lado, siempre escuchaba Rodrigo Valdés. Imperturbable. Y con el manual devaluador del FMI en la mano.

Sin embargo, el nombre de los personajes es secundario. Solo hay que cambiar el titular de la dirección para el Hemisferio Occidental del FMI y el titular del Palacio de Hacienda. Por lo demás, la batalla siempre fue la misma.