Hay libros que se recuerdan por razones morbosas. Uno de ellos es Letras torcidas: Un perfil de Mariana Callejas de Juan Cristóbal Peña, publicado este año en Chile por la Universidad Diego Portales. La edición fue de Leila Guerriero y eso lleva a asociar Letras torcidas con La llamada, la reciente no ficción de la propia Guerriero, cuyo subtítulo es Un retrato, en este caso de Silvia Labayru, otro personaje de oscura actuación en los años setenta. Labayru fue una militante montonera secuestrada en la ESMA que trabajó para sus captores. Hija de un militar, fue liberada con su hija nacida en cautiverio y emigró a España. Allí fue acusada por sus excompañeros de colaboracionismo pero, con el tiempo, esa acusación se revirtió. Labayru declaró en varios juicios, fue indemnizada tres veces, pasó a ocupar el lugar de víctima ejemplar y su caso sirvió para que los represores fueran condenados incluso por una figura de violación antes no contemplada.
La llamada es un panegírico de Labayru, un relato de superación y de triunfo que cuenta cómo salvó y cómo rehizo su vida, cómo se convirtió en empresaria exitosa, alcanzó el amor, enfrentó a sus torturadores y se transformó en una persona admirable. El destino de Callejas fue muy otro y Letras torcidas es un largo viaje hacia la sordidez. Mariana Callejas nació en un pueblo cercano a Coquimbo en 1932 y tuvo una juventud aventurera, que la llevó a participar en la fundación de un kibutz en Israel donde tuvo tres hijos de un primer matrimonio. Después de vivir en Estados Unidos, volvió a Chile donde se enamoró de Michael Townley, un americano diez años más joven con el que compartía un anticomunismo visceral que los llevó a ser parte de la DINA, la siniestra policía política de Pinochet y a cometer, entre otros actos terroristas, el asesinato del General Prats en Buenos Aires. Pero Callejas quería ser escritora. Así, los Townley montaron una casa en los cerros de Santiago donde en el sótano se torturaba, se asesinaba, se fabricaban explosivos y se elaboraba gas sarín, mientras que en los pisos superiores Mariana organizaba un taller literario y una tertulia que convocó a casi todos los escritores que residieron en Chile durante la dictadura.
Callejas empezó a caer en desgracia en 1976, luego de que Townley fuera acusado del asesinato en Estados Unidos de Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende, pero no fue hasta más tarde, con la reafirmación de la democracia, que ella misma fue juzgada y condenada por sus delitos como miembro de la DINA. En el medio, Pedro Lemebel acusó a los tertulianos de Callejas de ser cómplices de la dictadura y el eco de estas acusaciones llega a Nocturno de Chile, la novela de Roberto Bolaño publicada en 2000. Al parecer Callejas no era mala escritora, ganó concursos y sus cuentos secos, sin moralejas ni discursos políticos, despertaron la admiración de sus colegas. Callejas mantuvo la ilusión de ser leída a pesar del ostracismo que la acompañó hasta su muerte en la soledad y la miseria, postrada en un asilo. Según un editor, Callejas era buena escritora, pero no tanto como Céline por lo que, dada su historia, no valía la pena publicarla. Letras torcidas es una mirada sobre el mundo monstruoso de la dictadura chilena y el intento de retratar a un verdadero fantasma de la literatura.