Debemos sospechar del discurso de los escritores sobre su propia obra? Recuerdo ahora un conocido poema de William Carlos Williams llamado Vi el número 5 de oro: “Entre la lluvia/y las luces/vi el número 5/de oro/en un rojo/coche de bomberos/avanzando/inatendido/con estruendo de campanas/aullidos de sirena/y ruedas que retumban/por la ciudad oscura/”. En Una poética activa. Poesía estadounidense del siglo XX, Kevin Power comenta el poema a partir de la primacía de la visión sobre la escucha: “Lógicamente precede al oído. Primero presenta lo que ve, los detalles precisos y el orden exacto en que suceden (…) así consigue crear un orden perceptivo del suceso, tal y como lo perciben los ojos (…) el único verbo (“vi”) es perceptivo y estático, puesto que la intención de Williams es omitir el tiempo y hacer que el poema funcione solo con tensiones visuales”. La de Power es una interpretación aceptable, es cierto que la visión arranca antes que la escucha (primero ve el número 5, y solo más tarde oye el “estruendo de campanas” y los “aullidos de sirenas”), pero es igualmente cierto que el poema dice muchas otras cosas. Ocurre que Power está interesado en poner en relación la percepción visual del poema con el famoso precepto de Williams, según el que “no hay ideas sino en las cosas”. Y ahí fracasa: porque lo último que debe hacer un crítico es reproducir el aparato teórico del autor analizado. El crítico debe siempre recelar de los discursos programáticos de los escritores, su trabajo es el de la sospecha, el de la creación de nuevas categorías, incluso opuestas a las que pretende defender el escritor de turno.
Pero es hora de volver al comienzo (al fin y al cabo, quizás lo propio de la literatura y la crítica sea volver, una y otra vez, al comienzo). ¿De dónde viene mi sospecha ante los comentarios de los autores? Siguiendo con el mismo poema, veamos cómo lo explica el propio Williams en su Autobiografía: “Un día cálido de julio, al volver cansado de la clínica de posgraduados, pasé, como lo hacía muchas veces, por el estudio de Mariden (Hartley), en la calle 15 (…) Cuando me acercaba al portal oí un ruido de campanas y el rugido de las sirenas de los coches de los bomberos (…) me volví justo a tiempo para ver el número 5 dorado sobre un fondo rojo que pasó como un relámpago. La impresión fue tan repentina que saqué un papel del bolsillo y escribí un poema corto sobre ello”. Es decir que en el recuerdo del autor aparece primero… ¡La escucha! (“cuando me acercaba al portal oí un ruido de campanas” y solo después “me volví (…) para ver el número 5”). Aquí sí la interpretación de Power es mucho más aguda, potente y arriesgada que la que propone el propio Williams, que además no escapa de cierta idea remanida de la epifanía y la inspiración (“la impresión fue tan repentina que saqué un papel del bolsillo y escribí un poema”). Es que en la tensión entre la versión del autor y el trabajo de la crítica, ocurre lo siguiente: es probable que lo que dice Williams sea verdad, solo que eso no tiene la menor importancia.
Recuerdo otro poema, ahora de Louis Zukofsky, que tal vez ayude a destrabar el nudo que une lo que se ve con lo que se piensa: “¿Puede una nota de luz desistir en su empeño/cuando el pensamiento la indica profunda u oscura?/Ver sol y pensar sombra”.