Ya lo dijo Neruda, “El hombre quiere ser pescado y pájaro, la serpiente quisiera tener alas, el perro es un león desorientado, el ingeniero quiere ser poeta, la mosca estudia para golondrina, el poeta trata de imitar la mosca”; le faltó “la canción quiere ser poesía”.
Vino a confundirlo todo el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan en 2016, algo tan absurdo como si le hubiesen dado un Grammy a Javier Marías apelando a la musicalidad de su prosa. Eso fue antes del escándalo que nos tuvo en vilo, sin premio, durante dos años (pero renovaron los votos dándoselo a Peter Handke, quien asistió al entierro de Slovodan Milosevic, el artífice de las limpiezas étnicas en Kosovo y Bosnia, es decir el escritor menos candidateable del mundo, sin dudas el mejor, y desde entonces todo parece correr por la carretera justa). Pero no, no es un equívoco que nació en 2016, viene de mucho antes.
Hay en esa aspiración de la canción a ser poesía un marcado complejo de inferioridad. Para expresar que una letra nos parece buena decimos: “es poesía”. Pero no es poesía. Porque la poesía ya viene con la música, no necesita que le pongan otra. No se puede ponerle música a la música.
Una noche, Claude Debussy encontró a Stéphane Mallermé en un ágape; entonces se acercó a él y le dijo: “Maestro, nada me gustaría más que ponerle música a sus poemas”, a lo que el poeta dijo: “Qué raro, yo pensé que ya la tenía”. Sí, lamentablemente se ha hecho muchas veces, pero los poemas que funcionan con música son los que no la tienen, es decir los que son malos. Los poemas de Benedetti musicalizados por Serrat son tolerables, e incluso agradables, pero haberle puesto música a los poemas de Machado o Miguel Hernández fue un error.
Para medir las mareas, los oceanógrafos hacen cálculos imaginando la existencia de siete lunas. Es un absurdo, pero el resultado es certero. Imaginemos una locura: alguien poniéndole música a la Comedia de Dante. Creo que nadie hizo tamaño ridículo todavía, pero es posible que alguien lo haga algún día. Porque los musicos, que tienen buen oído, son sordos a la música de las palabras. Las mejores canciones tienen letras tontas, y no es algo recriminable: son canciones. Por eso amamos escuchar canciones en lenguas que no entendemos: porque cuando entendemos lo que dicen, nos decepcionan.
Y ahora no digan: hay excepciones. Siempre hay excepciones. “¡Pero el tango!...”, “¡Pero el bolero!...” Son canciones, no poesías. Lo que pasa es que a veces la poesía se abre camino, y no solo en las canciones, en todas partes, en la publicidad, en los insultos, en las conversaciones, en los cánticos de las hinchadas de fútbol, en los sueños, en los mensajes que escribimos usando un dedo, de pie, en los colectivos. Pero no “son” poesía: la alojan. A veces. Muy de vez en cuando.
Es una cuestión de umbrales. Nadie que haya lidiado con la gran poesía, ni siquiera con “la” gran, con “una” gran poesía, con una sola, podría calificar a la letra de cualquier canción de poesía. Porque la canción es canción, y es algo perfecto. No necesita de la poesía, puede consigo misma, se arregla sola. La poesía no es al raza aria del arte: solo es poesía. Y la poesía también quiere ser otra cosa. Solo el gato quiere ser solo gato. Eso también es de Neruda.