Un clima exitista embarga al oficialismo al tiempo que la oposición muestra un raquitismo inquietante. El plan económico, a pesar de las advertencias sobre un peso sobrevaluado, parece marchar de maravillas. El discurso del “esto va a salir bien” parece estar imponiéndose por encima de los que creen que “esta película ya la vimos”.
La batalla cultural libertaria tiene por detrás la idea de que el Estado nacional no debiera hacerse cargo entre otras cosas ni de la salud ni de la educación ni de la obra pública. Debiera ser un aparato burocrático pequeño con pocas funciones, que prácticamente no cobre impuestos y deje las responsabilidades en manos de los Estados provinciales y de los particulares. Dicha concepción supone que las provincias debieran seguir el ejemplo, reducir impuestos, pero dar los servicios que la Nación se quita de encima. Algo que rompe con la idea de Argentina país federal.
Al final del camino esperaría una reforma constitucional que anule gran parte de la orientación consensualista de la reforma del 94 y nos lleve a un país libertario unitario.
Mientras el Gobierno avanza, la principal oposición no logra superar las consecuencias de lo que Alejo Shapire llama “la traición progresista”, ya que a nivel mundial el progresismo ha cambiado de sujeto histórico, pasando de la defensa de los trabajadores a la defensa de las minorías.
Un sector del peronismo se viene ocupando más en pensar cómo resolver los derechos de las minorías que en cómo regenerar el tejido productivo nacional. Y entonces les aparece Milei que no se preocupa por los trabajadores, pero le marca a la oposición que ellos solo se ocuparon de las minorías, mientras generaban trabajadores pobres.
Con la duplicación del presupuesto en la Asignación por Hijo y el Plan Alimentar, el Gobierno se ocupa de los más necesitados, y le deja a la oposición el desafío de generar una propuesta que haga eje en generar desarrollo económico y trabajo en un mundo en donde la IA, la tecnología y el libre comercio no dejan lugar para repetir viejas recetas a los nuevos problemas. Mientras tanto, el Gobierno estructura un relato que lo hace aparecer como el mejor de la historia. Y aquí empiezan las barreras de la opinión pública.
Si hoy preguntamos quién fue el mejor presidente desde la democracia, Alfonsín, pasando por Menem, los dos Kirchner, Macri y Milei, la respuesta es Néstor Kirchner.
En nuestro último estudio nacional de o.p. a pesar de que el kirchnerismo dejó de nombrarlo, incluyendo su política de equilibrio fiscal, para un 35% el santacruceño fue el mejor presidente, le sigue Milei con 26%, que es bastante para alguien que aún no terminó su mandato. Esto es solo una manifestación de lo que sucede por debajo.
Respecto al Estado solo un 36% cree que este no debe ser activo en ayudar a la gente y las empresas mientras un 62% cree que en la necesidad de un Estado activo.
Dado el éxito del Gobierno en tranquilizar los precios y el dólar generando una sensación de estabilidad tenemos una opinión pública polarizada, pero donde la orientación general del Gobierno choca en contra de la percepción de un 52% que cree que vamos hacia una latinoamericanización de la sociedad con muchos pobres, escasa clase media y riqueza concentrada en pocas manos. Claro que a favor del Gobierno un 45% cree que nos encaminamos hacia una sociedad en desarrollo con crecimiento de los sectores medios.
Las elecciones de medio término están a la vuelta de la esquina. Mientras un segmento de la sociedad tiene una contraparte que la representa políticamente, la otra, la que no comparte gran parte de los valores libertarios, carece de representación política potente.
* Consultor y analista político.