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Un millón de amigos

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Cuando esta columna salga será el día del amigo. Bares abarrotados, mensajerías instantáneas colapsadas, fotos en todas las redes para no ser menos. La amistad también puede volverse un motivo de comparaciones y mediciones perniciosas. Un maniquí más en la vidriera del siglo XXI. Mostrar popularidad, alardear afectividades, consagrar estereotipos.

En 1969 Led Zeppelin lanza su primer disco, la carrera armamentística crece y la ciencia ficción gana terreno. Justo ese año Neil Amstrong pisa la luna. El motivo es romántico y podría haber sido cualquier otro. El hombre se sale de su órbita y abandona la Tierra. La humanidad se mira a sí misma. Aquel perfecto círculo de plata se vuelve un espejo. ¿Podemos ser amigos y convivir en un mundo que no implosione? “¿Dejaría mi puesto en el salvavidas, es decir, moriría por alguno de mis amigos?” –se pregunta Raymond Carver en aquel hermoso ensayo suyo sobre la amistad. “Vacilo, pero otra vez la respuesta nada heroica es no. Ellos tampoco lo harían por mí, y yo no querría que lo hiciesen. Nos entendemos perfectamente en esto, como en muchas otras cosas. En parte somos amigos porque entendemos esto. Nos queremos, pero nos queremos un poco más a nosotros mismos”. Carver pone en palabras una evidencia que nadie posteará. Su interés por sus amigos está dado por su interés personal en la escritura. Algo que mueve su deseo lo lleva hacia el vínculo con aquellos que frecuenta, pero por los que no sería, ni quiere, ni espera, que se dé la vida. La amistad es sinceridad, un lugar donde queda expresamente representada nuestra forma de ser honestos con nosotros mismos.