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Un fantasma recorre los pasillos de la Casa Rosada: la desconfianza

La hilarante medición de la pobreza sólo aumenta la desconfianza en la maltratada palabra oficial. El acuerdo con el FMI como salvavidas de plomo de un naufragio anunciado. Consecuencias sociales y políticas en un año electoral.

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Pobreza | Cedoc

El último dato sobre pobreza difundido por el INDEC, que comprende al segundo semestre de 2024 fue festejado por el gobierno y por el propio presidente como un gol desde mitad de cancha, como la prueba irrefutable de que el plan económico funciona, que sacó a más de 10 millones de argentinos de la pobreza (según la palabra presidencial), el frenesí, la alegría y la imprudencia lo llevaron a intervenir en vivo en programas periodísticos que no trasmitían como a él le hubiese gustado la buena nueva, y les dedicó a todos los “mandriles y econochantas” la gran noticia que todos estábamos esperando: ¡Somos menos pobres!

Varios colegas han explicado en éstas páginas, de forma clara y contundente, los diferentes sesgos metodológicos que presenta el dato del INDEC: el reduccionismo por ingresos, la exclusión de las zonas rurales, la subestimación del peso de los servicios, la ponderación desactualizada y antojadiza y otros tantos sesgos, lo cual, me exime de tener que volver en detalle y en rigor sobre estos temas técnicos.

Lo interesante de destacar es otra cosa, mucho más básica y elemental: Toda estadística, (con excepción de la rama inferencial), tiene como objetivo describir o representar lo más fielmente posible un aspecto de la realidad compleja en la que vivimos. Si por el motivo que fuera, esto no ocurre, el dato estadístico pierde fiabilidad y validez, deforma la realidad en lugar de describirla y hiere de gravedad la palabra de quién lo emplea. Esto es lo que ocurre ahora con la medición de pobreza. Nadie en su sano juicio puede creerla porque es notoriamente contraria a la realidad cotidiana de los argentinos. Pero el truco está en otro lado, no en la medición, sino en la matriz de acumulación financiera con restricción externa del plan económico que comienza a crujir.

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La utilización de la apreciación cambiaria como mecanismo para contener la inflación permitió una reducción momentánea de la pobreza. Pero del mismo modo que la devaluación del 118% con la que Milei comenzó su gobierno arrojó de un solo golpe a millones de argentinos debajo de esa línea en el primer semestre 2024, si la presión sobre el dólar continúa en aumento y el gobierno se ve obligado a corregir el tipo de cambio, los precios, sobre todo de los alimentos y servicios, se dispararán con toda seguridad repitiendo el mismo resultado: millones de personas serán nuevamente más pobres.

Por ese motivo, sobreactuar, sobredimensionar y jactarse de este resultado irreal solo aumenta la desconfianza en la maltratada palabra oficial. Consumir lo que uno produce para vender no es una buena fórmula de éxito.

La desconfianza y la imagen negativa del presidente y del gobierno vienen creciendo sostenidamente desde la criptoestafa protagonizada por Milei el 14 de febrero último en ambos extremos de la pirámide social, lossectores populares que constituyen su base y el capital financiero internacional de su punta, del cual el FMI es sólo un representante institucional.

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En este sentido, el nuevo acuerdo que se está negociando representa una encrucijada irresoluble para el gobierno porque la confianza del FMI la obtuvo sacrificando en el altar de las finanzas internacionales y el déficit fiscal cero la esperada mejora en las condiciones de vida materiales de a los sectores populares que habían depositado en él sus esperanzas y que aún esperan un mejoramiento de esas condiciones, pero, paradójicamente, lo que se está negociando, más allá de los plazos, calidad y cantidad de los desembolsos, es la magnitud de la corrección cambiaria que exigirá como contraparte. Esa es la verdadera medida del ajuste económico y social que implica el acuerdo. ¿De cuánto es esa corrección? ¿Del 10%, del 20% o del 30%? Son escenarios muy diferentes que implican realidades futuras distintas para todos los sectores sociales. No es el fantasma del comunismo lo que ha puesto al gobierno de Milei en esta encerrona, ni si quiera el Kichnerismo, sino la desconfianza auto infligida, los erros propios. No hay otros fantasmas.

En términos políticos, al tratarse de un año electoral, el impacto puede ser significativo. Sin embargo, en un marco de fragmentación tanto por izquierda como por derecha de la oferta electoral, el impacto tiende a diluirse proyectando escenarios muy parejos principalmente en CABA y en la madre de todas las batallas, la Provincia de Buenos Aires. En CABA, el peronismo, LLA y el PRO se disputan el liderazgo en un espacio de 5 puntos porcentuales y a las 3 fuerzas políticas se les han desprendido de su riñón listas que disparan fuego amigo en el mejor de los casos y que pueden arrebatarles votos estratégicos en una definición tan cerrada. Una estrategia comunicacional acertada y una política de reducción de daños, harán la diferencia.

En la Provincia de Buenos Aires el peronismo disputa, dentro del margen de error muestral, el primer lugar con LLA. Lo que terminará por inclinar el fiel de la balanza hacia un lado o hacia el otro es la forma que adquiera y las consecuencias que produzca la interna que mantienen el Gobernador Axel Kicillof y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

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Lo que llama poderosamente la atención de esta disputa, son los reagrupamientos identitarios y la crisis de representatividad del peronismo que pone en evidencia. Cristina es la referente indiscutible del espacio peronista ideológicamente identificado con la izquierda, no obstante ello, al momento de elegir un sucesor en 2015, 2019 y 2023, es decir los últimos 10 años, eligió a representantes del espacio de centro derecha, como fueron Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa. Ahora que surge una figura de su mismo espacio político capaz de continuar con una tradición política de izquierda, 2 veces gobernador y con serias chances de obtener un triunfo electoral, la ex presidenta lejos de impulsarlo lo limita y le ofrece batalla.

Como señala de forma brillante Norberto Bobbio, cuando la izquierda se pasa al centro, para que no gane la derecha, pierde toda identidad y sus valores constitutivos que la diferencian del resto, pierde su rumbo, pierde el timón. Gobernar como la derecha, para que no gane la derecha, tampoco ha resultado una estrategia exitosa ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo, pregúntenle a Dilma Rousseff si sabe a lo que me refiero. Intentar imponerle esta estrategia al gobernador de la madre de todas las batallas resulta ilógico. Cristina debe limpiar su imagen, revolcarse en el barro de una interna sin sentido ideológico no parece ser la mejor manera de lograrlo.

* Sociólogo y consultor

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