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Trampas del recuerdo

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Reina de lo nimio, una anécdota resume un estado de situación; con suerte condensa una época, imparte una elección o ilumina el mundo, y puede que sirva para todo al mismo tiempo. Hace unos años, conversando acerca de nuestros respectivos libros y los libros del resto, el múltiple Ricardo Strafacce me preguntó qué opinaba acerca de mi primera novela. Incómodo, le dije que podía reconocer, aceptar, querer y hasta sentirme orgulloso de todos mis libros o por lo menos de la mayoría de ellos, pero que de ese libro no me sentía en condiciones de opinar, porque ya no sabía quién ni por qué lo había escrito. Y recordé risueñamente, y cité casi de memoria, la primera crítica que recibió o mereció, aparecida en un medio que supongo ya no existe más. Decía: “No se entiende por qué a esta altura de la civilización se talan bosques para hacer papel para publicar un libro como este”. Comentario que me exasperó entonces y luego, de inmediato, me hizo sentir orgullosamente desafiante. Strafacce y yo continuamos la conversación, y al rato, como por azar, me leyó un fragmento de un texto y me pidió una opinión sincera. La verdad es que el texto me sonó bien, raro pero interesante, y hasta bien escrito. Le pregunté cuál era el título del libro y quién era el autor. Previsiblemente para el avisado lector de esta columna, Strafacce me dijo: “Vos”. Desde luego, era un fragmento de esa, mi primera novela por mí repudiada.

Usos y abusos de la memoria. ¿Estaba citando entonces, a sabiendas o no, una anécdota muy famosa que lo tiene a John Cage? ¿La conocí antes o después? ¿O hay anécdotas y escenas que se repiten continuamente para alimentar con su naturaleza esquiva las confusiones del arte del recuerdo? Una de ellas cuenta que, ya muy viejo, John Cage asistió a un concierto. El pianista tocó varias piezas y al finalizar la función Cage se le acercó y le dijo: “Muy interesante la que tocó en tercer lugar. ¿Quién es el autor?”. Quizá sorprendido, quizá satisfecho, el pianista contestó: “Suya, maestro”. ¿Mintieron los dos, o no? Durante años olvidé la anécdota personal y convertí la de Cage en una de mis anécdotas favoritas. Solo diferían los autores, la obra, el prestigio, pero la anécdota era la misma. (Y la conclusión de este texto suena a un autor-otro).