El mundo está siendo castigado por la añeja maldición china: vivimos en tiempos interesantes. Donald Trump pretende comprarle Groenlandia a Dinamarca, aunque la isla es una especie de estado subsidiado independiente que se está derritiendo a pasos agigantados a causa de los cambios climáticos que se acelerarán gracias a su política de favorecer la extracción salvaje de hidrocarburos. De conseguir su propósito, posiblemente los Estados Unidos terminen pagando por un territorio que pronto deje de existir y a cambio se vean obligados a rescatar a los sobrevivientes.
Otra deliciosa idea, prolegómeno de su pasión secreta (diseñar al mundo como voluntad y representación de su anaranjada personalidad), combina el retiro paulatino o abrupto de los organismos internacionales al tiempo que propone que su nación obre como fuerza imperial de paz americana, convirtiendo el territorio de Gaza en un campo de especulación inmobiliaria y trasladando a sus sufridos habitantes a Egipto, Jordania o donde se le dé la real estate gana, sin preguntarles la opinión a los gobiernos de la región, y sin advertir que esa vocación humanitaria es inversamente proporcional a su decisión de expulsar de su propio país a quienes no le gustan, bajo el supuesto de que en Estados Unidos hay americanos nativos como él, cuyos antepasados llegaron de Europa.
A esa idea compulsión de traslados masivos –el benefactor Trump promete “bonitas casas” a los expulsados, a cambio de quedarse con los escombros de Gaza y de, seguramente, montar alguna base militar con acceso a playa–, Hamas la acusó de racista, lo que no deja de sonar extraño en una organización que se propone arrojar a los judíos al mar sin darles siquiera la posibilidad de habitar la isla de Madagascar, proyecto que en su momento alentó el Reichsführer SS Himmler, paso previo a internarlos en sus campos de exterminio.
No es que sean nazis –¡líbrenos Dios de esos zurditos!–, solo están generando las condiciones para que los nazis vuelvan, si es que ya no lo hicieron.
Con su tradicional vocación por el copy-paste, nuestro trumpetizado presidente acaba de retirar a la Argentina de la Organización Mundial de la Salud. Bienvenidas pestes y virus. Siguen las buenas noticias.