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OPINION

Tiempos desconcertantes

Permanentemente leo estudios acerca de cómo cambió el mundo en los últimos cincuenta años, y de los efectos de esa revolución tecnológica en la historia, las costumbres y la forma en que los humanos nos ubicamos en la realidad. Experimento la intensidad de esos cambios escribiendo en una computadora, cuyos programas integraron la inteligencia artificial (IA), dando un salto que la aleja más de la máquina de escribir con la que escribí mis primeros textos. En todos los aspectos de la vida vivo en un mundo que no era imaginable cuando fui adolescente. Entiendo que esos cambios deben darse también, en los campos del conocimiento a los que dediqué mi vida, la política, la religión, el arte. Sin embargo, siento un gran desconcierto con lo que está pasando. Necesitamos repensar todo desde nuevos paradigmas que aún no se establecen. Nos pasa lo que a los astrónomos cuando descubrieron que la Tierra no era el centro del universo: no pudieron pensar de pronto en el Big Bang.

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‘Trumposos’. | Pablo Temes

Mis libros y mis artículos se dedicaron a analizar la nueva política y algunos me acusaron de promover una política superficial, alejada de las ideologías. En realidad, no promuevo nada, solo intento comprender la realidad cómo es, no la que habría preferido.

Tuve la suerte de formarme en universidades y con maestros sabios de la etapa anterior de la humanidad, pero trato de comprender la política cómo es, para poder influir en lo que ocurre.

El debate presidencial norteamericano fue el balde de agua que derramó el vaso en el que guardaba mi esperanza de analizar la política con parámetros racionales. Es estremecedor saber que se escogerá al presidente más poderoso de la Tierra entre esos dos personajes.

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Donald Trump es el primer presidente, en más de dos siglos de historia, que  fue enjuiciado y capturado acusado de delitos. Con la foto que le tomaron para los archivos policiales hizo vasos, camisetas, corbatas, que le permitieron obtener en una semana más de siete millones de dólares para su campaña. Lo que en otros tiempos habría sido suficiente para descalificarlo, en la política del espectáculo fue motivo de fiesta y celebración.

Maggie Haberman, periodista del New York Times, escribió una biografía de Trump, indispensable para comprender este momento de la política norteamericana, publicada en castellano con el nombre de “El Camaleón, la invención de Donald Trump”.  Lo llama así, porque al igual que el pequeño reptil, Trump es capaz de cambiar de apariencia en segundos para halagar a una audiencia.  

Los políticos de la sociedad de internet, pueden decir cualquier cosa contradictoria con sus propios conceptos. Su característica es no tener ideas, sino adoptar las que saquen más aplausos en cada escenario.

La universidad pública es la institución con más prestigio en esta sociedad

El libro de Haberman describe las características más profundas de la personalidad de Trump, encantador en ciertos escenarios, pero desalmado cuando le conviene. Más inteligente de lo que suponen sus detractores, tiene un carácter pendenciero, vengativo, amenazador. Cuando perdió las elecciones hace cuatro años, intentó romper la democracia norteamericana, invadió con un grupo de seguidores delirantes el Capitolio, lo que no le impide encabezar las encuestas en este año.

El debate fue protagonizado por Trump, frente a un Biden que transmitió la imagen de un señor senil, que no está en condiciones de manejar la Casa Blanca. Si los demócratas no sustituyen a su candidato presidencial, van a sufrir una derrota.

Me formé con maestros que tenían otra aproximación a la política, tuve la suerte de trabajar con Joseph Napolitan, conocí al consultor republicano más célebre, Roger Ailes, no sé qué habrían hecho ellos como estrategas de estos candidatos.

En esta semana, un militar, fantasma del siglo pasado, intentó dar un golpe de Estado en Bolivia, tomando el Palacio Nacional, cuando existe un consenso en respetar las normas democráticas. Salvo las dictaduras militares del Caribe y los atolones que fueron históricas guaridas de filibusteros y hoy son parte del ALBA, el resto del continente tiene gobiernos elegidos por sus pueblos en elecciones libres.

Quisiera que tengan todo el éxito que sea posible, tanto Javier Milei, como Claudia Sheinbaum, Lula da Silva, Gabriel Boric y Daniel Noboa. Pero de pronto, aparece en América del Sur un militar subido en una tanqueta anacrónica. Está claro que está en crisis la moda del socialismo del siglo XXI, que nunca fue socialismo ni se ubicó en este  siglo. Probablemente el pueblo boliviano elegirá, más pronto que tarde, mandatarios que lo ubiquen en el mundo contemporáneo, pero eso debe ocurrir porque lo decida la mayoría y no porque un militar extraviado quiera revivir el pasado.

Hace años, Malcom Gladwell escribió, en la revista The New Yorker, el artículo “Pequeños cambios: por qué la revolución no será tuiteada” que causó un enorme debate. Gladwell dijo que las redes sociales como Twitter y Facebook no son agentes de cambio de la sociedad, que  la revolución sólo puede llegar gracias a la lucha de organizaciones sociales no virtuales, que pueden utilizar internet como herramienta de difusión, pero no de organización o transformación.

Según Gladwell el activismo por la red es imposible porque los vínculos que crea no activan movilizaciones, más allá del mundo virtual. Critica a quien cree que al aceptar una solicitud de amistad en Facebook tiene un nuevo amigo que no existe. Nos enteramos, en el mismo artículo, que este gran analista de las comunicaciones no tiene ninguna cuenta en Facebook,  ni en Twitter, que está lejos de la realidad virtual. Al artículo de Gladwel siguió una polémica con Clay Shirky publicada en Foreing Affairs,  “From Innovation to Revolution; Do Social Media Make Protests Possible?”.  El profesor de la Universidad de New York publicó además dos libros sobre el tema, Here Comes Everybody sobre cómo organizarse sin organizarse, y Cognitive Surplus.

Me siento más cerca de Gladwel, pero reconozco que la realidad es otra. La política se alejó de las tesis y de las teorías, se ganan elecciones produciendo espectáculos que permitan que el camaleón adopte las formas más útiles para cada escenario, pasamos de la política de las tesis a la de las formas, de los programas de gobierno a los likes.

La protesta idiotizada es otro producto degradado de la política contemporánea

Han criminalizado la protesta. En los sesenta y setenta muchos jóvenes protestamos en contra de la invasión norteamericana a Vietnam. Como lo revelaron los documentos desclasificados, la CIA pintó dos lanchones con los colores y símbolos de Vietnam del Norte, atacando a la Armada norteamericana, para dar pretexto a la invasión. Decenas de miles de estadounidenses murieron en Indochina, arrojaron sobre un país pequeño más bombas que las que lanzaron en Europa en toda la Guerra Mundial. Los horrores del napalm se pudieron ver en las primeras fotos que circularon, en tiempo real, de la masacre de My Lay. Muchos jóvenes nos movilizamos en el mundo para protestar en contra del atropello y logramos que se detenga un genocidio absurdo. En ese tiempo la protesta tenía un sentido importante.

En la sociedad superficial de la red, vimos cómo algunos ecologistas pintaron el monumento de Stonehenge construido hace cinco mil años en Inglaterra. ¿Qué cambio climático produjeron los anónimos constructores del neolítico para justificar esta salvajada? Otros activistas han tratado de destruir algunas obras de arte con la misma motivación. La protesta idiotizada es otro producto degradado de la política contemporánea. Los fanáticos criminalizan su propia protesta.

En la Argentina el fenómeno se repite. Durante la discusión de la ley Bases en el Congreso, apareció una mujer con un bidón de nafta que incendió las bicicletas que sirven a los porteños para transportarse. Un grupo de delincuentes animados por un dirigente, incendió la camioneta de un modesto periodista que cubría los hechos.

Hace 60 años estudié en el Filosofado San Gregorio, un centro en el que los jesuitas preparaban a sus cuadros. Eran sacerdotes de los antiguos, interesados en la religión, que estudiaban teología, se preocupaban por asuntos que tenían que ver con su Dios. Estudiábamos con entusiasmo a teólogos como Hans Kung, Karl Rahner y Joseph Ratzinger.

Nuestros maestros reflexionaban sobre las consecuencias que podía tener en la teología el hecho de que los humanos provengan de distintos seres que fueron moldeando la especie y no de una única pareja que pudo cometer un pecado original que otorgue sentido a la teoría de la redención. Los descubrimientos de Heisenberg sobre la indeterminación de las últimas partículas y la física cuántica, habrían generado nuevos debates teológicos sobre la física.

Eso también está en crisis en la sociedad superficial de la red. Cuando se discutía en el Congreso si Aerolíneas Argentinas podía ser privatizada, apareció una foto de Jorge Bergoglio, rodeado de dirigentes y carteles del sindicato de la empresa. ¿Qué tendrá que ver con Jesús, la defensa de una organización que hace política usando un subsidio de un millón de dólares diarios, pagados por los argentinos? Ni siquiera hay el pretexto de que sea una organización de pobres. Pertenece a políticos de clase media y alta.

Asimismo, el activista Bergoglio citó de urgencia a Axel Kicillof a una audiencia privada en el Vaticano. Seguro que no fue para conversar de teología, Kicillof ni siquiera es católico. Tampoco la Iglesia tenía un negocio pendiente con el Gobierno de la Provincia. Fue simplemente un acto político de agresión en contra de Milei.

Los curas villeros que trabajan en el país para los negocios de la pobreza, organizaron misas para que los kirchneristas puedan gritar en el templo sus consignas políticas. El arzobispo organizó un comedor en la Catedral, hecho sin precedentes en el mundo.

En la sociedad de internet, los que hacían negocios en el templo y fueron desalojados por Jesús, presiden manifestaciones para pedir más dinero del Estado para sus empresas. No oyeron eso de que el templo es casa de oración. La pobreza de espíritu es difícil de explicar en un tuit.

* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.