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Tiempo de descuento para un mito del fútbol

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Leo. El gran dilema es si llega al próximo Mundial. | afp

Messi salió lesionado en la final de la Copa América del año pasado, y ahora, lesionado de nuevo, no jugó contra Uruguay ni va a jugar contra Brasil (por su ausencia –y tal vez también por la de Neymar–, la AFA al final bajó unas 15/20 lucas las entradas, que igualmente siguen siendo carísimas). Es decir, se perdió los tres partidos más importantes de la Selección de los últimos tiempos. Es evidente que estamos asistiendo al final de su carrera. De hecho, juega en una liga muy menor, con partidos internacionales menores que menores aún (¡La otra vez jugó contra un equipo de Jamaica!).

La MLS no explotó, terminó siendo un reservorio de excracks ya veteranos, en la puerta del retiro, o de jugadores de segunda o tercera clase. Si llega a haber uno más o menos bueno y en forma, se queda un tiempito para hacerse unos mangos y luego, no bien puede, se las toma. El ritmo de los partidos impresiona por su lentitud y la falta de presión. A Messi, por supuesto, le alcanza y le sobra, aunque su equipo el año pasado quedó eliminado muy rápidamente y eso hizo que estuviera mucho tiempo sin jugar, perdiendo aún más ritmo.

Si, como decía, es evidente que está en el final de su carrera, no lo es tanto la forma en que va a adquirir ese final. ¿Estamos en presencia de su decadencia última o todavía está a tiempo de dar un último salto y retirarse (digamos después del Mundial 2026) jugando de un modo sorprendente para su edad? Messi es más que un extraordinario jugador, es un mito del fútbol. A su altura estuvieron solo Maradona y Pelé. La forma en que terminan los mitos sus carreras es un gran tema, que va más allá del fútbol y alcanza a otros deportes, la música, el mundo del espectáculo e, incluso, muy de vez en cuando, la política.

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Elvis Presley no fue solo un cantante, fue también un mito. Pero la forma en que terminó su carrera (y su vida) es opuesta a las de los otros dos mitos vivientes del rock, Paul McCartney y Mick Jagger. El final de la carrera de Muhammad Ali fue tristísimo. Michael Jordan, en cambio, se fue por la puerta grande. Como Pelé, que habiendo jugado toda la vida en el Santos, al final, para hacerse unos mangos, se fue al Cosmos de Nueva York (en el primer intento de armar una liga de fútbol estadounidense) para jugar junto a Beckenbauer, en los Estados Unidos de los 70, donde se sintió a gusto, incluso ideológicamente. Maradona también fue un mito, tal vez el más grande de todos, no solo como jugador sino precisamente como mito. Cuando un mito adquiere una forma trágica, su grandeza se vuelve inconmensurable. Si lo miramos con distancia, la forma en que adquirió su decadencia fue mucho más allá que lo meramente deportivo, y se pareció a la del propio Elvis Presley, antes que al Che Guevara, como les gustaría a muchos. A Maradona lo extrañamos día a día (pensamos: ¿qué diría de Milei?, ¿qué diría de esto o de aquello?) pero su muerte ocurrió mucho antes de que se le detuviera el corazón.

Me gustaría que el final de Messi estuviera a la altura de su mito. Lo digo en términos futbolísticos, porque en nada se asemeja a las vidas de Presley o Maradona. Me gustaría un último renacer, una última vuelta de tuerca genial, para que, paradito de doble cinco adelantado, llegara al Mundial poniendo pases entre líneas. Pero ahora no estuvo en estos partidos y hay que ir acostumbrándose a que cada vez esté menos.