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Tiempo de Cortázar

Julio Cortázar 20240816
Julio Cortázar | Europapress/YouTube

“Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros”, escribe Cortázar al principio de Las babas del diablo. En este mes cortazariano (agosto, 110 años de su nacimiento), vale aferrarse a sus cuentos.  De cada uno de sus libros se pueden extraer gemas que Cortázar nos brinda como pedazos de vida escrita. Casi consejos, puntos de vista, aperturas inquietantes, y también jocosas. De esa inquietud que moviliza; del chiste genial que relaja el intelecto. Pero sobre todo, sus cuentos nos despiertan de una cotidianidad que podría sumirnos en el vacío. Es un autor que activa, su prosa improvisa una música para estos tiempos, un freestyle de letras increíbles. Tira puentes, cava túneles, desdobla situaciones, altera espacios, se sirve de Kafka y de Alicia. Cuestiona y se pregunta.

Volvamos a la cita.  Aunque el cuento se refiere a una cámara analógica, específicamente una Contax 1.1.2, con los celulares la batalla es la misma: quedarse con algo, combatir la nada.

Captar, capturar.

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Fríos y ruidos

Así los teléfonos se elevan cuando se produce un acontecimiento: recital, accidente, puesta de sol. En la era del registro, el marco le gana al cuadro. Foto sacada, experiencia confirmada.

La contemplación ya no significa dejarse llevar por un rostro, un paisaje. Ahora hay que quedárselo, casi para librarse de él.

Con suerte, se revisa lo archivado, el dedo frota la pantallita como si fuera una lámpara, sin Aladino; ningún genio sale de allí, pero se puede seguir frotando.

Sacar una foto también es una forma de apreciar el momento; de atender a lo que nos mira. No necesariamente es un gesto automático, puede ser todo lo contrario, un impulso gozoso, una visión que nos rebasa. Me quedo con una frase escuchada al azar, como muchas de las líneas de Cortázar que contribuyen a procesar lo cotidiano: “Hoy los jóvenes se toman su tiempo”. Intenté ver quién la dijo, para asignarle una expresión. No había sido pronunciada con desprecio, más bien sonó admirativa. Entonces me surgió una pregunta, ¿tiempo para qué? La respuesta  fue distinta de lo que esperaba, menos pesimista, más bien laudatoria: tiempo para no saber. Un tiempo que antes no parecía permitido.

Me hubiese gustado sacarle una foto al hombre mayor que la dijo. En su lugar, escribo lo que se traslucía: la esperanza inundaba su cara cansada.