Me subo, le digo adónde vamos, me dice hoy lo llevo, pero el año que viene no: me voy a Dubai y no vuelvo. Le digo que se apure a comprar el pasaje. No, me dice, ya compré cuatro: tres los vendo y uno es para mí. Me lo dio un contacto, la AFA. Los vendo a trescientos diez mil pesos cada uno: pasaje ida y vuelta, estadía de un mes en casa de familia, pero yo me quedo. Le digo: ¿no es demasiado barato? Son mil quinientos dól… Pero no vuelvo, me interrumpe. Voy en misión extremadamente secreta. Ah, le digo. Cuénteme. Es una misión extremadamente secreta, repite. ¿Y quién lo manda?, le digo. Levanta la mano y con el dedo índice apunta al techo del capot. ¿Usted?, le digo, porque con ese gesto no sé si fue usted mismo o… Él, me dice. ¿El Altísimo?, le digo. Usted lo ha dicho. Voy a Dubai, veo el Mundial, pero mi misión es… lanzar la bomba de la paz mundial. Yo soy el…el… ¿El elegido?, le pregunto. Usted lo ha dicho, no me salía la palabra. Ah, le digo, como Cristo. No, ese es otro, yo... Yo acá tengo familia, tengo muchas mujeres y dieciocho hijas. ¿Vírgenes?, le pregunto. No, casadas, con nietos…Ah, le digo, ¿y no va a extrañar a la familia? La misión es lo primero, me dice. Lo mío está anunciado en los libros. Quiero saber en cuáles. ¿En la Biblia? ¿En el Antiguo Testamento? ¿En el Nuevo? En todos, me dice, en el Corán, y… Ahí estoy yo, anunciado.
Lo de la bomba de la paz mundial me tiene un poco preocupado, así que mientras hablamos miro a ver si no saca un chumbo, me fijo si aplicaba bien los cambios, no sea cosa que nos estampemos contra un colectivo. En Dubai hay un monumento, una mujer con una cimitarra y un mundo, al pie del monumento está mi nombre. ¿El que figura en el cartelito?, le digo. Sí, ese, me dice, pero cambiado. Porque mi misión es extremadamente secreta. La bomba de la paz. Acuérdese de mi nombre, me dice, y me cobra.
Cuando me bajo, advierto que no le pregunté el resultado del Mundial. Mejor así.