No viví ese mundo, pero lo añoro. Lo añoro o lo añoré: lo añoré mientras veía El agujerito, el notable documental de Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta. No frecuenté esa disquería mítica, ni la mítica Galería del Este. Nací tarde para el Instituto Di Tella. Y la Facultad de Filosofía y Letras, cuando yo cursé, ya no estaba en esa zona, no integraba ese circuito. Pero hay algo de ese mundo (porque eso era: una especie de mundo) que llegó de alguna manera hasta nosotros, hay algo que en nosotros se pierde si ese mundo se perdió, o hay algo que se perdería si ese mundo llegara a perderse.
La película lo expone muy bien: los veinte metros cuadrados de El Agujerito (ampliados por su onda expansiva, pero también por todo lo que los rodeaba) era un espacio donde pasar, donde estar, donde encontrarse con otros. Era un negocio, sí, era un negocio, y ese factor estructural no se ve para nada escamoteado por ningún velo romantizado o metafísico; pero en las antípodas de los mercaderes embrutecidos que se han vuelto ya todo un tópico, lo que activaron los hermanos Epstein fue una atmósfera de sofisticación cultural, curiosidad artística, disfrute compartido. Y también, claro, a tono con la época, parte de un fuerte impulso de libertad (expresiva, corporal, sexual), mucho antes de que la palabra se volviera tan penosamente estrecha (hacer plata y evadir impuestos).
Hay algo que cuenta Susy Epstein en un momento dado de la película. Cuenta que cierta vez, conversando con Rodrigo Fresán, le preguntó cómo es que sabía tanto de música; él le dijo que, cuando joven, frecuentaba cierta disquería en la que se hablaba mucho de discos y se conseguía lo inconseguible. Entonces supieron que en verdad ya se conocían, que habían sido vendedora y cliente. Que algo podía desplazarse del valor de cambio al valor de intercambio, el de encontrarse y conversar, el de formarse y aprender en el puro contacto con los otros. Los músicos también iban a buscar música a El Agujerito (y son ellos justamente los que mencionan las limitaciones de plata). Y cuando la represión se ensañó con la disquería (durante la dictadura de Onganía primero, durante los años de plomo después), no deja de percibirse, así sea por la negativa, por el encono del poder represor, lo que había y lo que hay de valioso en todo eso.
El agujerito es una de las tantas películas valiosas que genera el cine argentino. Va a estrenarse el jueves próximo en el cine Gaumont, un espacio muy valioso donde puede verse ese cine.