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Síndrome en el poder

Milei, con el disfraz de "General Ancap".
Milei, con el disfraz de "General Ancap". | Cedoc

Crear un villano a partir de la más profunda frustración ha sido uno de los mayores logros de la película Los increíbles. Un antihéroe que quiere convertirse en superhéroe. Un falso superpoderoso que se alimenta de aquello que rechaza, seguramente porque él mismo se ha sentido rechazado. Su patético histrionismo evidencia la estrategia endeble del amargado. Despotrica; malhumorado, eufórico. Y para colmo, se llama Síndrome. La elección del nombre no podía ser mejor: “Conjunto de síntomas característicos de una enfermedad”. Este malvado tendrá que vérselas nada menos que con una familia. Pero no se trata de una familia tradicional. No lucha contra una tradición. Es una familia que se quiere, ese es el problema, y quizá del amor hayan surgido sus superpoderes. Son creativos, juegan, protegen a los demás. Mientras que Síndrome, solo, aislado en su búnker (¿tenía canes?), goza de su tiranía, suerte de venganza personal encubierta. De sus dichos –violentos, acosadores, burlones– se desprende su propia enfermedad.

Otro gran personaje de la misma película es la Mujer Elástica, una suerte de feminista en acción, sin discursos ni tener que demostrarle nada a nadie; piola, audaz, poderosa y elástica en varios sentidos.

Recuerdo que hace unos años, nuestro actual presidente, ingresó disfrazado a una reunión de aficionados al animé diciendo, “Soy el general Ancap (anarcocapitalista), vengo de Liberland. Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas…”.

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No sigo porque me da náusea tanto odio en una sola frase, pero pueden googlearla. Me viene la imagen de Keynes, integrante de uno de los grupos más creativos del siglo XX, al que pertenecían artistas, filólogos, escritores como Virginia Woolf, Wittgenstein, Katherine Mansfield. Lo evoco en un retrato del escosés Duncan Grant, en una pose melancólica quizá pensando al mundo después de la Primera Guerra Mundial. Premio Adam Smith, miembro de la Real Academia sueca, británica, de la Econométrica Society; enamorado de la pintura, gran lector de libros científicos y poesía; también pareja de hombres notables como el mismo Grant o James Strachey, traductor de la obra de Freud. ¿La homosexualidad del gran economista contribuirá acaso a que el general Ancap lo haya injuriado de esa manera? ¿Qué oculta bajo ese disfraz de furia y oprobio? ¿Qué miedos lo impulsaron a atacar de ese modo identidades que no le hacen ningún daño? ¿No debería ser juzgado por sus aberrantes e injustas acusaciones en Davos? ¿No es síndrome de una revancha personal?