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Ser nombrado

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Los nombres no son indistintos y nombrar no es una operación neutra. Cuando alguien nombra a otro o se nombra a sí mismo “argentino de bien” presupone un conjunto exterior a ese designante: habrá “argentinos de no bien”, es decir del Mal. Una vez lanzado ese nombre equívoco y discriminador, quienes no se identifiquen con él caerán en la bolsa de los que pueden ser exterminados, insultados, explotados. Todos los privilegios para unos y todos los tormentos para los otros.

La gramática (¡lean, che!) conoce de estas distinciones. Está el “nosotros exclusivo”, que excluye al tú de ese colectivo. En “Nosotros, oh Dios, te rogamos que....” Dios no forma parte de la comunidad orante. Y está el “nosotros inclusivo”, que abraza y asimila al “tú”: “Debemos esforzarnos para liberarnos de esta lacra”. Por supuesto, las corrientes que abrazaron el “lenguaje inclusivo” (nombre que detesto) dirían que todo ejemplo de nosotros inclusivo es una patraña.

Lo mismo puede decirse de los nombres: hay nombres de primera persona (yo), de segunda persona (tú) y de tercera persona (él, el que no participa del acto comunicativo). La oposición “casado/soltero” solo puede ser sostenida por un tercero que es el Estado, que también separa entre “trabajador/jubilado”. De “argentino” puede decirse lo mismo: solo el Estado sostiene ese nombre. En contra de esa nominación de tercera persona, el cantante Rodrigo nos regaló un hermoso ejemplo: “Soy cordobés y ando sin documento / Porque llevo el acento de Córdoba capital”. Independientemente de la identidad documentada de tercera persona, Rodrigo se nombra a sí mismo como participante de una comunidad por un rasgo de lenguaje (la curva tonal, el alargamiento de la sílaba previa a la acentuada). 

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Durante muchos años se nombró “clase mierda” a la clase media. Lo curioso es que quienes lo hacían participaban de esa clase estadística. “Clase mierda”, “kuka”, “viejo puto” son nombres de segunda persona. Son los nombres que nos arrojan a la cara no un tercero más o menos distante como el Estado, sino aquellos que, efectivamente, se comunican conmigo. Uno puede apropiarse de esas designaciones y transformar un nombre de segunda persona (una injuria) en nombre de primera. Es el caso de “marica”, que fue rápidamente incorporado a la lengua de las locas. A veces el Estado abraza los nombres insultantes, convirtiéndolos en nombres de tercera.

Por lo general, la política inventa nombres. Que alguien se diga “libertario” cuando es un conservador de manual del siglo XVIII solo quiere decir que pretende ocultar su verdadera identidad detrás de una máscara (superhéroe, supervillano) que hace pasar por nuevo lo que es más viejo que los Diez Mandamientos. La potencia del nombre “libertario” durará mientras dure el espejismo y el ensueño de la primera persona. Hasta ahora no ha sido aplicado como nombre de segunda (“ustedes, los libertarios”), ni mucho menos como nombre de tercera. Es, para decirlo con un término que irrita la sensibilidad libertaria, una autopercepción o, mejor: una percepción de sí que no se corresponde con la realidad.

Cuando esas percepciones imaginarias no comprometen la totalidad del nosotros inclusivo “argentinos”, a quién le importa. Cuando es la bandera de la destrucción, habría que tomar un poco de distancia y denunciar la fantochada.

A la hora de nombrarnos a nosotros mismos, pensemos qué clase de nombres asumimos como propios. Yo soy padre y abuelo, como nombres de tercera persona, pero soy “abueloca” como nombre de primera. Fui profesor (nombre de tercera), soy escritor (nombre de primera y de segunda)... ¿Soy casado o soltero? ¿Y si estuviera separado? “Separado” parece un nombre de primera persona pero también es de segunda, porque llegamos a ese punto de acuerdo entre dos (de otro modo, sería “abandonante” o “abandonado”, y ahí te quiero ver para decidir el propio lugar).

Nombres políticos: “republicano”, “peronista” (¿pero cuál es su significado, hoy por hoy), “comunista” (tanto puede ser un nombre de segunda, en la boca soez de los conservadores o un nombre de primera, en boca de personas que leen libros). Cuando el Sr. Macri se nombró como “viejo meado” no transformó el lugar del nombre, que sigue siendo de segunda persona, pero lo dirigió a un otro tú.

¿Llegaré a ser un “viejo puto” o un “viejo meado”? Ser, en todo caso, es ser nombrado.