COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Se puede tolerar algún insulto como recurso, pero su uso habitual agota

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Escatológico. El discurso basado en diatribas se acerca más a la cloaca que al respeto. | Télam

Los exabruptos (entendidos como sinónimos de groserías, brusquedades, incorrecciones) del señor Javier Milei ya no sorprenden a nadie. Más aún: tan naturalizados están por su repetición sin solución de continuidad, que van dejando de ser motivos de indignación. En verdad, lo que alguna vez pudo parecerse al ataque frontal y sin filtros contra sus oponentes, un estilo, genera hoy una mirada casi benévola, semejante las que se adjudican a los incultos crónicos.

Milei es un generador de viejos y nuevos insultos, que distribuye generosamente sobre dirigentes internacionales que no comulgan con sus ideas extremistas, sobre políticos que no lo acompañan, que lo acompañaron pero ya no lo hacen, sobre periodistas que ejercen su oficio con independencia, opinión propia y recursos profesionales legítimos, reconocidos por quienes aman la libertad de pensamiento y entiende la profesión como una pieza central de los sistemas democráticos.

Vayamos a ejemplos concretos. En el plano internacional no lo agotan sus golpes de efecto. Dijo a la agencia Bloomberg, durante su campaña preelectoral en agosto de 2023, que no haría tratos con los países con gobiernos “comunisas” (mencionó a China, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Brasil). Hoy, sus funcionarios hacen malabares para llegar a buenos acuerdos con varios de ellos, en particular China y Brasil. Meses antes había calificado al presidente brasileño Lula da Silva como un “zurdo salvaje apoyando dictadores, tipos que violan los derechos humanos, autócratas con sus manos manchadas de sangre”. No fue más benévolo en sus dichos para con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, a quien llamó “comunista asesino”. Admirador de Donald Trump (no oculta su incondicional al candidato republicano para las elecciones estadounidenses de noviembre próximo), calificó de “empobrecedor” al presidente de Chile, Gabriel Boric. Y puso la frutilla del postre en su visita personal (no oficial) a España, donde generó un terremoto al atacar de manera virulenta al gobierno de ese país, con el agregado de un sibilino comentario contra la esposa del mandatario socialista, Pedro Sánchez.

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Cuando mira hacia adentro de la Argentina, Milei abre el fuego en todos los frentes. Si un periodista critica alguna de sus medidas (o sus actitudes), el Presidente descarga insultos feroces. Y no les ahorra palabrotas a políticos opositores, parlamentarios no sometidos a sus designios, hombres o mujeres que osan ejercer la libertad de pensamiento en la que el adalid de la libertad, como se define, no cree.

En un breve ensayo presentado en el congreso internacional de comunicación y pensamiento de 2022, se señala: “El lenguaje de los políticos es un ‘arma’ que ellos saben utilizar para conseguir su objetivo final: gobernar. No existen grandes diferencias entre políticos de una determinada línea de pensamiento o la contraria. El objetivo de todos ellos es el mismo, el poder,  y el lenguaje y las diferentes formas de su utilización es uno de los medios para conseguirlo. Para ello, no habrá ninguna dificultad en conformar un discurso que lleve a la asimilación de lo que cada uno persigue para la consecución del objetivo final”. 

Sin embargo, si para lograr su objetivo de impactar en sus seguidores o en quienes no lo son, el Presidente insiste con su lenguaje insúltante, más bien soez, habrá un momento de saturación y comienzo del rechazo. Se puede insultar alguna que otra vez, vomitar palabrotas o recursos lingüísticos procaces para generar reacciones (no importa si a favor o en contra). Pero no resultará favorable hacerlo siempre. Y Milei lo hace siempre.