COLUMNISTAS
oposición

Se los están llevando puestos

Se debe buscar una alternativa para casi la mitad de la sociedad que no votó al mileísmo.

160225_milei_fuck_you_temes_g
Gestualidad libertaria. | Pablo Temes

Desentrañar el sentido que los individuos otorgan a sus conductas es el desafío de la teoría de la acción social, una vertiente clásica de la sociología. Los actos que esta teoría se propone explicar no ocurren en el vacío, son la respuesta al comportamiento de los otros en contextos determinados. Sobre ese supuesto, Max Weber definió cuatro tipos de acciones, descriptas en todo buen manual de ciencias sociales: la puramente pragmática, que busca adecuar un medio a un fin; la basada en creencias y valores de cualquier tipo, la determinada por afectos y sentimientos presentes y la fundamentada en la mera costumbre. Con esta tipología, el sociólogo alemán no solo construía una taxonomía, describía también el tránsito a la modernidad capitalista, regida por el pragmatismo de los negocios más que por valores, emociones o costumbres.

En política, cuyo rasgo distintivo es la apetencia de poder, la transición entre estos tipos de acciones es fluida. Ella posee, sin dudas, un trasfondo pragmático que los políticos disimulan: el electorado es asimilable a un mercado, los candidatos a productos, las campañas a inversiones y el triunfo al cierre exitoso de una transacción. Pero la política carecería de esencia sin sentimientos e ideologías. Estos componentes definen su sentido y, como lo mostró Karl Schmitt, el enfrentamiento constituye su dinámica inevitable. Si se deja de lado la fuerza bruta, el político debe conquistar la voluntad del pueblo contra sus enemigos, atrayéndolo con ideas o mitos, conociendo cómo vive y piensa, qué ama y qué detesta. Este es el desafío de la legitimación. Quizá por eso, el capitalismo y la política nunca encajaron del todo en democracia. Los líderes lo son de las masas y sus demandas, no del dinero y su renta. Lo suyo es la seducción antes que el negocio.

Acaso este marco sirva para analizar a la oposición ante un hecho inédito: el ascenso al poder de un outsider agresivo y redentor que, con mínima representación en el Parlamento, está ganándose la voluntad de legisladores elegidos para representar a casi la mitad de la sociedad que no votó al Gobierno. Si la política versa sobre la lucha por el poder, la pregunta acerca de las razones de este fenómeno debe ser dirigida a la oposición, no a Milei. Él tiene claro lo que quiere y por eso lo logra. Con “dos palitos” diría la calle. Consideremos la Cámara de Diputados, que es clave: de 257 integrantes, LLA posee 39 y suma 3 del MID, lo que implica apenas el 16% del total; a ellos incorporó aliados, principalmente PRO y otras fuerzas menores, hasta alcanzar aproximadamente 85 bancas afines, que representan menos de un tercio del total. Para que se aprobaran los proyectos que presentó, estando en minoría, el oficialismo logró quebrar bloques menores de la oposición y conquistar gobernadores extraños a su programa. Hasta llegar a la suspensión de las PASO, cuando también desarticuló al kirchnerismo. Bingo.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Semejante éxito requiere entender por qué le está yendo tan mal a la mayoría opositora. Postularemos cinco motivos para explicar su deriva: 1) la creencia en que se debe acompañar a un gobierno en temas de interés general e institucional, aunque desprecie los derechos adquiridos y los mecanismos de diálogo y consenso; 2) el individualismo, que pone la conveniencia personal por encima de los partidos, valiéndose del colaboracionismo, el amiguismo o comportamientos afines; 3) el recaudo de los gobernadores en medio de un ajuste severísimo, que los conmina a llevarse bien con el poder central, a riesgo de ser castigados en el magro reparto de recursos; 4) la intención inconfesada de librarse de liderazgos decadentes, dando lugar a la sucesión, y 5) el miedo a ser “casta” si se levanta el perfil, recibiendo el castigo de los trolls, carpetazos o cualquier otro recurso desacreditador. Estas razones abstractas suelen superponerse en la práctica de un opositor: fotografiarse con Milei puede hacer juego con aspirar a la sucesión de Macri o Cristina; o creer en la colaboración institucional, mezclarse con el miedo a los escraches. Compleja es el alma humana, y más aún si se trata de la de un político.

Considerando los tipos de acción social weberianos, es factible ordenar las razones expuestas dentro de sus límites conceptuales: el acompañamiento institucional estaría guiado por valores; la acción individualista y el cálculo sucesorio regidos por el pragmatismo, y el miedo de los gobernadores a quedarse sin recursos y el de cualquier legislador a ser considerado casta y escrachado expresarían la acción condicionada por afectos y sentimientos. El resultado de motivos tan diversos y contradictorios no puede ser otro que la fragmentación, el extravío, la mala conciencia, la carencia de liderazgos y el amedrentamiento, un sentimiento que generan los gobiernos autoritarios mejor que los democráticos. No existe ninguna regla o principio unificador. En la anomia, enseñaba Durkheim, cada uno actúa empleando una interpretación individual de cómo se alcanza la felicidad.

El recurso a la sociología clásica es propedéutico, no erudito. Tal vez ayude a encontrar una carencia. El casillero vacío de la oposición, las piezas de un rompecabezas que no quiere o no puede resolver. No es desechable la conclusión: les falta a los opositores una acción colectiva seductora, sin culpas ni prejuicios, basada en un mix de valores y cálculo. Consiste en la construcción de una propuesta integral y polarizadora, que sume peronismo no kirchnerista y republicanismo, y exprese la contracara del proyecto libertario allí donde Milei plantea la batalla: en el campo cultural en sentido amplio. Una oposición disciplinada y con libreto dispuesta a discutir el equilibrio entre Estado y mercado, a defender los derechos instituidos por la democracia, a reivindicar la solidaridad frente al individualismo, a diferenciar el gasto público de la inversión y las relaciones internacionales de colaboración con las de sumisión.

Construir esta oposición depende de poseer un convencimiento: que existe alternativa para casi la mitad de la sociedad que no votó a los libertarios porque quiere otra cosa. Y compartir un pronóstico: que en el mejor de los casos gobiernos como el de Milei excluyen a un tercio de la sociedad, desmantelan mecanismos institucionales y servicios estatales y, si logran apoyo suficiente, subvierten la cultura y jubilan a la clase política precedente.

¿Queda claro? Si el incentivo para reaccionar no son los valores, quizá lo sea la supervivencia. Para eso los opositores deben entender que se los están llevando puestos.

*Sociólogo.