Quisiera reparar en dos intervenciones de Beatriz Sarlo que me parecen significativas para pensar su lugar en la escena intelectual. La primera es el texto que escribió ante la muerte de Horacio González. Es una despedida en la que lo califica como “mi interlocutor ideal”, y luego también: “Diferían incluso nuestros juicios sobre la cultura argentina. Diferíamos en casi todo. Pero algo había en las afirmaciones ricamente entreveradas de Horacio que las volvía indispensables”. Pero ese horizonte de conversación crítica con su antagonista indica (sobre ella y sobre González) una serie de aspectos que me parecen nodales para comprender la perspectiva intelectual de Sarlo: “Éramos criollistas (…) nos interesaban los mismos temas y los dos trabajamos en ese campo amplio y difuso de la historia cultural, literaria y política del Río de la Plata (…) no coincidíamos sino en la pasión argentina”. Es que eso era Sarlo (y también González): una intelectual de acá. Lo argentino era su campo de intervención crítica privilegiado (igual que antes Viñas y antes aún Martínez Estrada). Digo “acá” como un posicionamiento mayor. Central. Elogioso. En un tiempo en que aparecen nociones vacuas (por no decir idiotas) como “Sur global”, en el que escritoras y escritores parecen escribir sus novelas como mera aplicación de los estudios culturales y de género provenientes de la academia norteamericana, en un mundo de tentaciones globales, Sarlo se quedó acá (incluso durante la dictadura). Por supuesto que ella (y Punto de Vista) fue una gran modernizadora del debate intelectual, en la vieja tradición que la liga a Sur. Y que también tuvo una buena inserción académica en Europa y Estados Unidos. Pero siembre interviniendo desde acá, sobre acá. Sarlo, criollista entonces, fue una intelectual argentina que intervino, con un arsenal teórico cosmopolita, sobre temas argentinos.
La otra intervención la recuerdo de memoria (por lo tanto, la cita va a ser imperfecta, justo con ella que hacía de la precisión un rasgo tan escolar como genial, todo a la vez). Decía Sarlo que en los diarios y el periodismo gráfico el rol de las noticas de cultura era el de alegrarnos la mañana. Mientras que las noticias de economía, política, internacionales, siempre son malas (inflación, corrupción, atentados, etc.), las noticias sobre cultura siempre son buenas: “Maravillosa exposición”, “Inolvidable concierto”, “Notable novela” (al pasar, anticipaba Sarlo el lenguaje que iban a tomar las redes, o lo que allí los escritores dicen sobre ellos y sus éxitos, marcado por la hipérbole y la “política de la afectividad” como modo de obturar cualquier discusión estética en un mundo en el que todo es lindo). Pero, precisamente, el mundo de Sarlo era el las discusiones estéticas. El de los clivajes. El de una distancia marcada ante las estéticas a las que rechazaba y, a la inversa, una cercanía con aquellas que la hacían pensar críticamente (Saer, por supuesto, en primer lugar). Había entonces en Sarlo una gran exigencia frente a la prensa gráfica, en la que tanto escribió. Las secciones de cultura tienen que encontrar su propia voz crítica, su tono de escritura. Lectora de la Escuela de Franfkurt, es decir, de que “todo acto de cultura es también un documento de barbarie”, había en ella, en torno a la palabra escrita, un optimismo que nunca perdió.