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opinión

Risa y sadismo

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Risas de fiesta. Primero celebró con asado el veto al aumento a los jubilados, y en el balcón de la Rosada con Susana Giménez el día del lacerante índice de pobreza. | james grainger/buenos aires times/cedoc

“¿Es acaso la vida un cuento sin sentido, lleno de ruido y de furia, narrado por un idiota?”.

(Macbeth, Shakespeare)

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“Los dioses nacieron de la risa de dios y los hombres de sus lágrimas”.

(Mitología griega)

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Una excepcional columna del jurista y escritor Marcelo Gioffré, titulada “El sadismo y la mortificación como política de Estado”, publicada en La Nación esta semana, merece leerse más de una vez (completa en este enlace). Nadie podría catalogar a Gioffré de comunista o kirchnerista, los más habituales calificativos denostativos del mileísmo, tampoco a La Nación. Justamente el último libro de Marcelo Gioffré en coautoría con Juan José Sebrelli, titulado Desobediencia civil y libertad responsable, rescata el concepto clásico de desobediencia civil y lo propone como modo de resistencia responsable a los atropellos a la libertad. 

Sebrelli fue director del suplemento de Cultura del diario PERFIL y Gioffré, columnista de este diario cuando sufría en soledad el mayor enfrentamiento con el gobierno de Néstor Kirchner. Y me alegra que cada vez más intelectuales y medios de comunicación desde una verdadera posición liberal se sumen a criticar a Milei con la misma vara republicana que lo hacíamos a gobiernos de signo ideológico opuesto al de La Libertad Avanza. La columna de la contratapa de ayer de PERFIL se tituló “El legítimo derecho a la resistencia”, llamando la atención a la expropiación invertida del concepto del aguante y utiliza para el gobierno de Milei los mismos argumentos de Gioffré/Sebrelli oponiéndose a abusos de poder de gobiernos anteriores. 

“No por nada el sadismo como política de Estado empalma con esa ideología que expande las fronteras de lo mercantil al cuerpo (es posible vender un órgano), a la vida (es posible vender un hijo) y a la cultura (si no es rentable, no sirve): la deshumanización”, sostiene Gioffré en su texto, “exhibiendo rasgos de matonismo que excitan el morbo de los seguidores”. 

Es que se puede comprender que un gobernante considere mejor producir un dolor en el presente para evitar uno mayor en el futuro y hasta aun si se equivocara en la medida, siempre que actuara de buena fe y con honestidad intelectual. Lo que no se comprende es el goce, el disfrute, el regodeo con que se anuncian malas noticias para algún colectivo, mortificando doblemente a quienes van a sufrir la medida. ¿Para qué? Una hipótesis es que la debilidad política del gobierno de Milei requiere una sobreactuación de poder confundiendo poder con agresividad y violencia.

Pero la risa burlona que emerge en el rostro del Presidente en varias de estas ocasiones pareciera surgir espontáneamente de sus emociones. Como si sintiera placer al humillar al destinatario violando su dignidad sádicamente. Probablemente Javier Milei fue electo por una parte de los ciudadanos casualmente por su capacidad de humillar a quienes creían responsables de haber humillado antes a esos votantes: los políticos, la “casta” (palabra que aburre), a quienes esos ciudadanos asignaban la responsabilidad de su empobrecimiento.

Y que ese rictus sádico pueda no representar su verdadera voluntad, sino responder a cuestiones de índole personal tramitadas a través de descarga violenta, problema que de existir haya terminado siendo egosintónico en su trabajo de candidato, sintonizando sin saber con la necesidad de quienes se sentían humillados por el sistema y precisaban un humillador de humilladores.

En “La risa sádica de las industrias culturales, según Horkheimer y Adorno”, texto del profesor mexicano Juan Pablo Anaya basado en Dialéctica de la ilustración de los pensadores de la Escuela de Frankfurt, se explica al tipo de risa sádica “por el placer que se experimenta en el mal ajeno en cada privación que se cumple”. Gesto sádico que intimida y señala a las “fuerzas que hay que temer”, aquellas que impiden al personaje, pero también al espectador, alcanzar el objeto de su deseo (la libertad, el amor, la riqueza, el coito, etc.). Adorno y Horkheimer definen ese espectáculo como una “irrupción de la barbarie”. También Henri Bergson coincidía en que esa risa tiene por función intimidar humillando.

El alemán tiene una palabra que no existe en español, schadenfreude, que indica placer por la desgracia ajena. Esta palabra alemana, compuesta por schaden (daño), y freude (alegría), describe el regodearse o regodeo (en inglés se aproxima la palabra epicaricacy: joy upon evil o pleasure from the misfortunes of others). También un viejo refrán japonés dice: “La desgracia ajena sabe a miel” y una de las citas de Nietzsche fue: “Ver sufrir a los demás hace bien”.

“El sentimiento de schadenfreude siempre existe, pero aumenta o disminuye con la prevalencia de las emociones que hacen que la gente lo experimente en primer lugar”, afirma Silvia Montiglio, profesora de la Universidad Johns Hopkins y conferenciante sobre schadenfreude. Schopenhauer dijo que la schadenfreude era “un signo infalible de un corazón completamente malo”.

“Mente del troll” es una interpretación tecnológica de lo que en otros campos podría denominarse “trastorno sádico de la personalidad”: personas están siempre buscando el placer en la humillación y el sufrimiento ajeno.

En Estados Unidos la ultraderecha en las redes utiliza el eslogan Own the libs: Poseer a los liberales, que, según la profesora de Filosofía en la Universidad de Harvard Susanna Siegel, está “diseñado para cultivar la schadenfreude”. Interesantes los juegos de lenguaje: “poseer” tiene polisemia sexual (habitual en Milei y Trump) y libs, liberales en Estados Unidos, son los progresistas (socialistas o comunistas también para Trump y Milei) y no la libertad como la entienden  los libertarios.

El rictus sádico al sentir placer por la desgracia de los demás no es risa pura sino mueca estática que disonantemente esconde también amargura, envidia y sentimiento de inferioridad.