Tengo dos grandes deudas conmigo mismo: una, volver a fumar. Falta todavía, pero no dejo de pensar en ese momento. La otra, reunir mi biblioteca, algo que hoy también parece distante. Pero al menos podría empezar por las revistas, ponerlas en orden, o al menos en un desorden comprensible. Tengo aquí, a mi izquierda, una pila de números de Magazine Littéraire. Los agarro, busco el Nº 401 dedicado a Flaubert, lo encuentro, pero justo debajo de un número de la revista española Quimera, de mediados de los 80, dedicado a la literatura estadounidense. ¿Qué hace allí? No sé. Un desastre. También encuentro varios números de Ficción, que se editó entre 1956 y 1971, fundada por Juan Goyanarte, cuando se fue de Sur, de la que era socio minoritario, luego de una discusión con Victoria Ocampo, aunque unos años después Goyanarte también dejó Ficción, que hacia fines de los 60 se había convertido en una revista vieja, que ya no expresaba lo más interesante de la época.
En Ficción hay muchos textos críticos de Wilcock. Entre muchas otras intervenciones en ese sentido, se destaca “Letras inglesas”, la columna sobre literatura inglesa aún no traducida al castellano que publicó en la revista a fines de los años 50. Es un Wilcock que, a mitad de camino entre la crítica literaria y el periodismo cultural, comenta las novedades del mercado anglosajón. Recuerdo una columna en la que simplemente glosa los contenidos de los últimos números de las principales revistas literarias inglesas, casi como un servicio al lector, como para “ponerlo al día” de lo que sucede en ultramar. Recuerdo otra sobre Dr. No, de Ian Fleming, novela crucial en la saga Bond, en la que Wilcock se interesa muy seriamente, pero también con una sutil ironía, en los alcances de la literatura llamada popular. Mi columna favorita se encuentra en el número 19 (mayo-junio de 1959) y se titula “Lolita en Inglaterra”. Son tres páginas en la que da cuenta de la recepción (bajo la tríada censura, escándalo, best-seller) de la novela de Nabokov en Inglaterra (pero también en Estados Unidos y en Francia) y en las que, entre líneas, mecha su opinión sobre la novela. Es un trabajo finísimo de lectura de la crítica sobre el libro, que comienza con el desplazamiento de Doctor Yivago (sic) como “el libro de moda” y su reemplazo por Lolita. Luego Wilcock se detiene en la reseña de Lionel Trilling, de quien dice “asume actitudes de legislador moral (…) en un largo ensayo que no se distingue por su inteligencia”. Repara más tarde en el artículo que V.S. Pritchett (de quien la editorial La Bestia Equilátera terminaría publicando dos libros) dedica a la censura en Inglaterra: “Según Pritchett, la novela de Navokov es extraordinariamente ingeniosa, y en partes una obra literaria de excepcional calidad. De todos modos, resulta bastante difícil verlo como un libro capaz de inducir al pecado al lector corruptible”. Pero Wilcock se guarda lo mejor para el final: “Lolita ha conseguido, y esto es lo más extraordinario, hacer naufragar en el desinterés de la nación los esfuerzos de la beat generation, la generación de los hipsters, encabezados por Kerouac, al demostrar que, frente a una novedad de carácter tan absoluto, la obra de estos últimos no representaba, en última instancia, sino un nuevo símbolo de una cosa ya bastante conocida”.