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Revistas de moda

Hay en esas revistas aún mucho para pensar, comenzando por la ironía, como en Alberdi.

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Acierta Horacio González (en el prólogo a la edición facsimilar de La moda, la revista “de música, de poesía, de literatura, de costumbres” que escribió y editó Alberdi entre fines de 1837 y mediados de 1838, reimpresa durante su gestión al frente de la Biblioteca Nacional) en señalar a El curioso, publicada hacia 1821, donde colaboraba Juan C. Lafinur, como su antecesora directa. Pariente lejano de Borges, éste le dedica un poema en el que aparece mencionado sus lecturas de Locke. Es que mientras en El curioso los retratos de costumbres mundanas todavía son deudores de un liberalismo naciente, muchas veces en clave militar, en La moda ya estamos en presencia de la política entendida como aquello que modifica la vida cotidiana, aquello que irrumpe en medio de la frivolidad, como el sueño romántico de una generación que se imagina eternamente joven. Una nueva generación para un nuevo país (una generación mucho más compleja que el rescate en clave de elogio idiota que lleva a cabo la pesadilla neoliberal que nos gobierna). En La moda, Alberdi –y su alter ego: Figarillo- escribe con una prosa brillante. Veamos uno sus billets sobre costumbres, el dedicado a las “reglas de urbanidad para una visita”: “Aborrezco esos espíritus inquietos que con nada están contentos. Enseño lo que he visto, lo que se usa, lo que pasa por bello entre gentes que pasan por cultas (…) es más romántico, más fashionable el dejarse andar en brazos de una dulce distracción, y hacer como Byron (…) si posible es, de la noche día, y del día noche”. Gaceta semanal, moderna como pocas, La moda está organizada en secciones. Entre ellas, mi favorita es el “Boletín Cómico”, titulo programático, escrito con una sorna por momentos cruel, en la que seguramente el sobrino nieto de Lafinur –Borges- debe haberse inspirado, según los diarios de Bioy, cada vez que mencionaba a la celebérrima señora Bibiloni de Bullrich. Dejemos caer entonces una cita de Alberdi: “Se puede llamar una carta, una visita hecha a una persona ausente. De modo que una carta es tan fácil como una visita, donde las visitas son fáciles, como en Inglaterra, pueblo positivo, sustancial, poco ceremonioso. Pero en España, donde una visita es solemnidad, donde el orientalismo que ha desaparecido de la poesía parece haberse refugiado en la urbanidad, una carta es una empresa”.

Habrá que cruzar el Atlántico, y esperar hasta 1874, y encontrarse con La dernière mode, escrita y editada por completo por Mallamé, para obtener una experiencia de lectura similar. Saltemos de nuevo el océano, hasta encontrarnos ahora en Cuba, en 1883, año de aparición de La Habana elegante, en la que Ramón Meza (ah, qué editor independiente se animará a publicar Mi tío el empleado, magnífica novela satírica, de un antiespañolismo que envidiaría Alberdi, favorita más tarde de Martí) y Julian del Casal escriben regularmente (del Casal también traduce a Baudelaire, o escribe bajo su influencia: “¡Cómo tus manos heladas/Ansíense de mi cuello,/O esparcían levantadas/las ondas de tu cabello!”, sin contar sus menciones al café habanero “multiplicador del hastío”, que luego va a ser retomado por Virgilio Piñera en La isla en peso). Hay en esas revistas aún mucho para pensar, comenzando por la ironía, como en Alberdi: “Que el público ilustrado/No gusta escritos chicos/Sino escritazos largos”.