La película de la semana debería ser “Qué pasará con Guzmán?”, pero en realidad es otro capítulo de los productores de “Cómo seguirá la relación entre Alberto y Cristina?”. Porque de eso se trata, de la pelea de fondo que tiñe toda la política argentina de modo permanente, que puede tener tres derivaciones lógicas: 1) firman una paz (aunque precaria y transitoria), 2) siguen en esta tensión permanente, o 3) se rompe formalmente. Hay otras elucubraciones alrededor –por ejemplo, sobre si habría una paz con un ganador o no–, pero básicamente existen estos tres escenarios.
Como lo dijimos en esta columna oportunamente, la probabilidad de ruptura formal no parece alta ya que eso implicaría que todo el funcionariado de Cristina se retire, perdiendo “los fierros de la gestión”, y porque “el que rompe, pierde”, pudiendo pagar costos infinitos. El vocero Larroque ya se encargó de dejar en claro que ellos no se van de un lugar del que se creen dueños. Por lo tanto, eso corre la consideración a los escenarios 1 y 2. Por todas las anécdotas que trascienden de fuentes fidedignas, además de las que publican los medios de comunicación, firmar una paz en el corto plazo no parece viable: ya se hicieron gestiones esta misma semana que fracasaron. ¿Por qué no quieren? Primero porque existe un malestar profundo entre ambos, un desprecio personal, lo cual hace que desandar el enojo será lento. Segundo, porque la paz se firma cuando no queda otra, siendo que el desfavorecido/a llega a la conclusión de que pierde más de lo que gana con la guerra (aunque sea todo temporal). Ergo, ambos tratan desde distintas estrategias de mejorar su posición relativa en el campo de batalla. Por ahora sigue vigente el “empate catastrófico”. Los dos se vetan mutuamente en todas las situaciones posibles.
Entonces, si paz de corto plazo suena raro y ruptura formal no conviene, viramos a la tensión permanente. Pero claro, con el transcurso de los días pasan cosas, y en este caso los de afuera no son de palo, como el FMI. Precisamente entre martes y jueves próximos se realizan las audiencias por la adecuación de tarifas de gas y electricidad más la tan mentada segmentación, dado que el 1º de junio debería estar decidido. Sin embargo, ahora dicen que las fechas no son tan tajantes y todo podría demorarse. Esto significa una sola cosa: Alberto no sabe, no puede o no quiere escalar el conflicto con Ella por este tema clave, ya que si los funcionarios cristinistas del área desobedecen puede ser el inicio de una guerra mundial. O puede ser otra cosa: una rendición semiincondicional del Presidente.
A esto se agrega el hecho de que el primer mandatario querría hacer un cambio que no puede, sencillamente porque no hay quién le acepte el encargo. Es lógico: si no hay garantía de poder para tomar decisiones, ningún prestigios@ se anima a meterse en la picadora de carne. En esas condiciones, solo dos tipos de personajes se lanzarían a la aventura: un loco/tonto, o un pirata para hacer un negocio concreto para un lobby. Tampoco abundan mártires. Pero la cuestión no pasa solo por lo que querría Alberto, sino también por la lista de adherentes al operativo clamor “que se quede Guzmán, porque si no va a ser todo peor”. Cavallo, Melconian y el empresariado nativo –además del Kristalina– sostienen que es mejor no hacer olas. Son palabras tenidas en cuenta por los mercados y todo tipo de círculo rojo.
Sin paz a corto plazo, ni ruptura formal, se vive en tensión permanente
Esto es un poco de premio consuelo para un presidente aislado dentro de su propia coalición, ya que casi nadie le da crédito, además del cristinismo: los gobernadores, los intendentes, la CGT, Massa. Hasta los albertistas están decepcionados. En síntesis: aislado en su coalición y sostenido por externos por temor a lo peor, mucha solidez no tiene. Pero eso no significa que cobren vida las probabilidades de renuncia, crisis institucional, etc., porque el escenario es “un poco más complejo”.
Analicemos esto con detalle: ¿quién quiere que Alberto se vaya? Cri cri, cri cri. Probablemente nadie. Un par de párrafos más arriba identificamos que el mundo de los negocios preferiría que no, así como también temen que se vaya el ministro de Columbia. Los aliados internos disconformes comparten el mismo deseo. ¿Cristina? Lo dudo. Una cosa es condicionarlo para que haga lo que Ella quiere y otra cosa es agarrar el fierro caliente. Si CFK llega y vuela todo por el aire, tendrá relato para justificarse, pero la única verdad es la realidad: su propio electorado la va a pasar mal por la disparada de expectativas negativas. No parece un buen negocio. ¿Massa? No come vidrio, sin consenso de todas las partes, asomarse al infierno podría ser pan para hoy y hambre para mañana (si hay un gran calculador de la política argentina, es él). ¿La oposición? No, lo que quiere es que el experimento Alberto se termine de incinerar por sí solo, mientras dirimen candidaturas para 2023.
Alfonsín y De la Rúa se fueron bajo la siguiente fórmula: mal manejo de la economía + organismo internacional que les bajó el pulgar + mundo de los negocios que ya los daban por prescindibles + el peronismo algo empujó + la opinión pública mayoritaria ya les había picado el boleto. Acá el peronismo está en el poder, aunque fragmentado; el mundo de los negocios prefiere pájaro en mano que cien volando; la opinión pública está cansada de Alberto, pero sabe que atrás de una crisis política viene la dimensión desconocida; y el principal organismo internacional prefiere hacer la vista gorda por varias razones, aunque el manejo de la economía no sea el deseable. Es decir, la fórmula de la salida en helicóptero no se estaría verificando. Solo queda un factor: que el Presidente no se harte y se vaya a su casa a cuidar a su nuevo hijo.
Al igual que muchos activistas de los derechos civiles en EE.UU. en la década del 60, Alberto parece practicar la resistencia pasiva. Suele ser una estrategia que exaspera a todos los bandos. Hace falta mucha sabiduría, fortaleza interna y habilidad para que dé resultado.
*Consultor político. Ex presidente de Asacop.