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Relaciones carnales explícitas

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Milei intenta retomar el alineamiento acrítico con los Estados Unidos. | Pablo Temes

Tras la Caída del Muro de Berlín, y en medio del surgimiento del Consenso de Washington y la irrupción de una inédita hegemonía planetaria de los Estados Unidos, la política exterior argentina ensayó un movimiento nunca antes visto en toda su historia. Carlos Menem apuntaló entonces su pragmatismo y puso a la Argentina en máxima sintonía con el indiscutido dominio estadounidense de aquellos años. Argentina se convirtió, de esa manera, en el primer país de la región en abrazar incondicionalmente a la pax americana, priorizando un modelo de inserción internacional denominado “realismo periférico”, para la discusión académica, o mejor conocido como “relaciones carnales”, para la opinión pública.

¿Por qué rememorar las polémicas relaciones bilaterales de Menem con los Estados Unidos? Porque la Argentina de Javier Milei repite por estos días la misma iniciativa: es la hora de un nuevo alineamiento acrítico con Washington. Pero las relaciones carnales ahora son mucho más explícitas.

El autor intelectual de aquél modelo de inserción internacional, sin ningún tipo de cuestionamiento hacia Estados Unidos, había sido Carlos Escudé. Formado en la UCA y en la Universidad de Oxford, Escudé se convirtió a fines del siglo pasado en uno de los más prestigiosos catedráticos de las relaciones internacionales. Pero el investigador principal del Conicet, también supo ser un rara avis académica, al convertirse en los noventa en un influyente asesor de la realpolitik dentro de la cancillería menemista.

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A través de sus papers y presentaciones en congresos universitarios, Escudé desarrolló una hipótesis que luego aplicó en el ejercicio real de la política exterior argentina. En su ya clásico libro Principios de Realismo Periférico, Escudé postulaba que los países periféricos deben conformarse con ser meros súbditos de los países poderosos, pero avisaba que esa decisión obedecía a una razón estratégica que ofrecería resultados positivos para el gobierno que la aplicaba.

Escudé sostenía que desde la Segunda Guerra Mundial, la Argentina se había convertido en el principal díscolo del hemisferio para Estados Unidos, un país que rechazaba la política exterior estadounidense con dureza y sin importar la ideología de los presidentes que ingresaban a la Casa Rosada: desde Perón hasta Alfonsín, pasando por Ongañia e Illia, siempre había algo en lo que Argentina difería con Estados Unidos. Incluso durante la dictadura, que anunciaba su occidentalismo extremo en la lucha contra el comunismo, Argentina desafió la postura norteamericana al seguir vendiendo trigo a la URSS sin obedecer al embargo que Washington impuso a los soviéticos desde 1980.

Esos antecedentes, explicaba Escudé a Menem y a los diplomáticos de entonces, eran negativos para Argentina y solo podrían revertirse si el país iniciaba un seguidismo ilimitado y sin ningún tipo de cuestionamiento hacia la única potencia mundial que emergía tras el final de la Guerra Fría en 1989 y el desplome de la Unión Soviética en 1991. Menem siguió a Escudé y Argentina sobreactuó su relación bilateral con Washington: se pusieron en marcha las privatizaciones y el achique del Estado, en lo económico, y las Fuerzas Armadas argentinas llegaron a formar parte de la alianza militar internacional liderada por Washington que obligó a Saddam Hussein a retirarse de Kuwait.

El resultado, según lo releyó más tarde el menemismo, fue beneficioso para la diplomacia argentina, que logró varios hitos: Argentina ingresó a la OTAN, se incorporó como miembro del G20 y por varios años fue un ejemplo de liberalización de la economía para el FMI.

Milei repite un seguidismo ilimitado y sin ningún cuestionamiento a EEUU.

Queriendo repetir ese resultado, esta semana Milei emuló a Menem y Argentina acompaño a Estados Unidos y se abstuvo de votar en contra de Rusia una resolución de las Naciones Unidas que exige a Vladimir Putin una retirada inmediata de Ucrania, luego de la invasión que se produjo hace tres años. De esa manera, el voto de Argentina quedó asociado a dictaduras como las de Venezuela, Nicaragua y Bielorrusia, que votaron en contra, o a países periféricos de Asia o África, que también se abstuvieron. Pero, a diferencia de las ventajas que obtuvo Menem en los noventa, para Milei no ha sido oportuna semejante pirueta.

Por caso, Donald Trump no cedió ante el aumento de aranceles que aplicó Estados Unidos al acero argentino, una medida que pone en riego miles de millones de dólares de exportación hacia el mercado norteamericano y decenas de miles de puesto de trabajo en Argentina.

El problema que tiene Milei es de tiempos y circunstancias. Porque las relaciones carnales de Menem estaban sintonizadas con Estados Unidos y la economía y la política norteamericana ofrecían ventajas a la desregulación argentina de entonces. En cambio, las neorelaciones carnales de Milei parecen desacopladas de Washington, porque Trump apuesta por el proteccionismo y no tienen ningún interés de conceder posiciones. Ni siquiera a las Fuerzas del Cielo.

Federico Merke es profesor asociado de Relaciones Internacionales en el Departamento de Ciencias Sociales y director de la Maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés (UdeSa), también es investigador del Conicet y docente del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), donde se forman los diplomáticos argentinos. Merke advierte que la política exterior de Milei es sesgada y le puede causar problemas al país. “La política exterior de Milei se impulsa en la batalla cultural y eso es negativo. Es negativo para este gobierno y negativo para el país en general. Es la política exterior de un halcón en un país que no tiene los recursos para hacer eso. Es una política exterior miope y parroquial, que apunta a emitir señales a un grupo de líderes de derecha en donde Milei y se siente cómodo. Pero eso no es la mayoría del mundo y no es cómo funciona el multilateralismo. Me parece que el Gobierno le ha bajado mucho el precio al multilateralismo”, dijo Milei en Agenda Académica.

En ese contexto, la diplomacia de Milei queda desprovista de sostén programático y aparece una encrucijada. Se vuelve ideológica sin beneficios aparentes. Argentina se suma a la batalla cultural mundial que lidera Trump –el polémica arenga homofóbica de Milei en Davos así lo demuestra–, pero el país no obtiene ganancias reales ante ese movimiento.

Porque amigos son los amigos, pero negocios son negocios. Make Argentina Great Again pero primero Make America Great Again. Esta semana Trump dijo que está orgulloso de Milei pero no le dio herramientas que le permitan demostrarlo.