No es usual que un creyente piense en cuestiones relativas a la fe, porque las tiene resueltas de antemano: rechaza toda discusión acerca de la existencia de la deidad que sostiene, y postula un absoluto y una eternidad que se realiza a cada instante en la mente y el corazón del crédulo, en tanto que, esforzadamente, el ateísmo debe esgrimir argumentaciones y razonamientos que insumen atención y desarrollos temporales, solo para aseverar la inexistencia de algo superior o, lo que es lo mismo, la existencia final de la nada. No es que cada religión carezca de argumentos para su propio fundamento, pero estos se desarrollan a posteriori de la organización de sistemas míticos que deben más a una comprensión primitiva, incompleta, de los fenómenos naturales, y a la divinización de estructuras familiares, políticas, sociales y parentales. Que, por ejemplo, de un dios del trueno que habitaba en lo alto de la montaña se haya llegado hasta las sutilezas propias de la teología es una de las grandes glorias de lo humano, y justifica la duración y extensión de las religiones.
Por supuesto, ninguna religión es igual a otra, y aunque a lo largo de la historia hubo dioses y dioses para tirar al techo, eso no disuade al creyente de que solo el suyo es el verdadero y los restantes son engaños, mitificaciones o aproximaciones incompletas de lo que luego sería la verdad verdadera. En ese sentido, el politeísmo era pura riqueza de caracteres, permitía intrigas, celos, cuernos, familias cruzadas y cruces de dioses y de humanos que derivaban en semidioses, gigantes, titanes y guerras tremebundas; en cambio el monoteísmo propone el tótem de un dios ausente que se manifiesta a través de un libro sagrado o por vía de profetas. Consciente de su ascetismo esencial, idealista y sacrificado, y tan ajeno a nuestra naturaleza, el monoteísmo consiguió sin embargo disimular esa característica incorporando deidades menores con las que uno puede litigar o a las que puede implorarles algo: figuras del intercambio que eran esenciales en las religiones primitivas. Antes se canjeaba ofrenda por don; ahora se reza. Seguiré la semana que viene, si Dios quiere.