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anacronismos

Quiero cosas imposibles

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Le dijimos no a la maternidad subrogada y a la ovodonación sometida a una larga lista de manipulaciones y formas de hacer que imponen las clínicas de fertilidad y los discursos omnipotentes de los embriólogos.

Tras varios años de dilaciones para una única transferencia, después de un nuevo turno que derivaba siempre en otro por razones discutibles, después de los argumentos falaces que fuimos construyéndonos para correr límites que, en el fondo, no queríamos correr: por fin dijimos basta. No así. No de este modo. Just do it you, baby. Y dejamos de prestarnos a esa lista infinita de pruebas y “adicionales” que se van sumando.

Las cosas imposibles sí existen, como canta Francisco Bochatón. Quiero cosas imposibles, amores imposibles, sueños que no se cumplan, casos no exitosos. ¿O acaso habría literatura sin antihéroes, sin hombres capaces de amar por fuera de los mandatos, sin mujeres dispuestas a no sufrir por la maternidad?   

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Fue necesario atravesar este proceso y hacer un trabajo serio del alma para estar listos ahora. O quizá hubo que llegar hasta el hartazgo del empastillamiento para arrojarnos a esto. Lo habíamos leído todo en Mamá desobediente, de la escritora catalana Esther Vivas. El sistema está roto. Pero para entender de verdad uno tiene que pasar por la experiencia y dar todas las vueltas necesarias.

De a poco, también, fuimos encontrándole un sentido a ser parte del conjunto de casos que engrosan esa estadística que no se publica en ningún paper, o de la que no alardea ningún programa de salud o clínica de fertilidad. 

Los fracasos se silencian o se ocultan. De ahí la importancia de escribirlo. El sistema es insuficiente en muchos sentidos, pero sobre todo en su escasez, en no dar a basto y por eso generar dificultades que acoten el universo de los que acceden. El sistema es excluyente y desprolijo, mira a la mujer como un útero aislado del resto de su subjetividad. Y esto termina siendo una trampa histérica: te dice sí a algo que no puede darte, o mejor, te dice sí a algo que te da como puede. El sistema carece de soporte emocional, no ofrece alternativas como la adopción, no articula con equipos para el acompañamiento específico. El tiempo en las salas de espera es inversamente proporcional a los segundos recibidos en los consultorios, donde se juega una especie de carrera ansiosa contra el tiempo. En resumen, y como dijo nuestra analista, “es un sistema fordista y deshumanizante del que no puede esperarse nada demasiado humano”. Tal vez por eso la pregunta: ¿Queremos generar vida así? La duda estuvo. Pero hoy pudimos decir: mejor no, mejor lejos de los mandatos y del avance científico que parece empujar a la mujer –en un retorno anacrónico– a su determinista rol de madre.

En estos años escuchamos una cantidad incontable de relatos de juicios a obras sociales y tentativas de tratamientos que no prosperaron. Doce, quince transferencias. En dos, tres lugares a la vez. Pagando. Tras demandas a las prepagas a partir del tercer intento. Todo sin que al sistema le importe nada de lo que rodea al útero de la inseminada o transferida. La escisión platónica, el péndulo posmoderno que retorna a la centralidad del cuerpo pero en demérito de la razón, han logrado su cometido: pensar ya fue. Dudar, todavía más.

Unos de los “profesionales” a los que llamamos por teléfono en medio de este periplo fue más veloz en pasarnos el costo en dólares de la práctica que proponía, que en citarnos a su consultorio para hacer su diagnóstico o mirar algún estudio que avalara la cirugía que sugería el médico que nos derivaba. “Es un lavaje del útero, te raspamos y listo. ¡No vas a salir embarazada de la histeroscopía!”, me explicó. Creen que pueden hacer y decir cualquier cosa.

La era del “nada es imposible” no contempla límites y degrada el principio de realidad. Lo que nadie te explica es “a qué costo” o para engrosar qué estadística que le sirve a quién.

También es bueno todo lo que podemos “no hacer” estando juntos. Vivir en un mundo en el que “no todo” se pueda. O incluso en un mundo en el que, aun pudiéndose, elijamos decir no, basta, o no queramos avalar la manipulación o engañar a la naturaleza y al cuerpo.

El amor es más fuerte cada vez que el lazo que une a las personas se pone a prueba. La vida nos enfrenta a la posibilidad de replantearnos todo y, sin embargo, las posibilidades de creación se expanden al infinito.