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UN TIEMPO NUEVO

¿Que pasó con la izquierda?

De la revolución socialista del siglo pasado queda poco. Todos los países comunistas, excepto Cuba, adoptaron el capitalismo. La revolución debía ser mundial o no existía, y esa posibilidad despareció en la última década del siglo XX. Pretender que un polo obrero comande una revolución en este momento es tan absurdo como esperar que un carlista dirija Silicon Valley. Y el socialismo del siglo XXI es una fantasía tropical que nada tiene que ver con la revolución. Sus líderes hablan con pájaros, adoran amatistas, mezclan ideas políticas con religiones y supersticiones animistas que habrían indignado a Marx.

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| Pablo Temes

Hasta el surgimiento del capitalismo, la mayoría de la población occidental vivía en la miseria. Los nobles y la Iglesia eran dueños de todo, tenían una riqueza otorgada directamente por Dios. Nos queda en la mente esa idea. Nadie protesta cuando el rey de Inglaterra gasta 100 millones de dólares, en un día, celebrando su coronación, o pide que los religiosos que afirman que las propiedades son para compartirlas distribuyan sus enormes fortunas. No las consiguieron trabajando, sino por gracia de Dios.

Los primeros que consiguieron fortunas trabajando fueron comerciantes, pero a partir de la revolución industrial, las máquinas de vapor permitieron a cualquier plebeyo producir bienes y riquezas inimaginables. Aparecieron los nuevos protagonistas de la historia: propietarios de los medios de producción y obreros, que según algunos iban a ser los dueños del futuro.

En la primera mitad del siglo XIX, algunos intelectuales como Julio Verne elucubraron con optimismo sobre lo que estaba llegando. Al aparecer esta nueva riqueza tan terrenal, algunos intelectuales reclamaron que se la distribuyera. Entre ellos estuvo uno cuyas ideas marcarían la historia por más de cien años: Karl Marx.

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Estados Unidos era un país admirado por los revolucionarios, porque se había independizado sin nobles ni reyes, su Constitución no empezó invocando a Dios sino a la gente: “We the people”. Cualquier ciudadano podía ser presidente sin otra condición que contar con el apoyo de la mayoría.

Marx trabajó hasta 1869 como reportero del New York Tribune, que publicó en 1858 16 volúmenes de The New American Cyclopedia, en la que hay una biografía de Simón Bolívar escrita por Marx, en la que lo describe como alguien cobarde, traidor, manipulador político, cruel, inconstante y con ínfulas monárquicas. Tiene alusiones racistas coherentes con el hecho de que él y Engels creían que la revolución ocurriría en países que ya habían experimentado la “misión civilizadora del capital”, como Alemania e Inglaterra. Es una biografía que sería censurada en la Venezuela bolivariana, pero se encuentra en la red.

Para Marx y Engels, la revolución sería en países que ya habían experimentado la “misión civilizadora del capital”, como Alemania e Inglaterra

En 1864 Marx fue elegido líder de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, en la que se enfrentó con el anarquista ruso Mijail Bakunin, que creía que la revolución tendría lugar en Rusia. Marx lo consideraba absurdo, porque Rusia era un país atrasado, religioso, sometido a una monarquía primitiva. El comunismo estaba para un sitio mejor. El creía que los dueños de los medios de producción y los obreros serían nuevos protagonistas de la historia, que desplazarían a todos los demás actores. Los obreros, víctimas de la pauperización, serían cada vez más pobres, hasta quedar solamente con su prole, por lo que los llamó “proletarios”. Marx murió casi en el anonimato. Diez personas asistieron a su sepelio, que no tuvo repercusión.

Con motivo del centenario de la Revolución Francesa, se celebró la Exposición Universal de París, que impactó en todo Occidente. Concurrieron intelectuales y personajes de toda Europa, se exhibieron los últimos adelantos de la ciencia y la tecnología, se exhibieron zoológicos humanos que mostraban la vida de culturas “inferiores” a las que dominaba Occidente. Entre ellos estuvieron nueve indígenas onas de la Patagonia, exhibidos en una jaula, alimentados con carne cruda para atraer visitantes.  

Se formó la Segunda Internacional Socialista, que asumió la lucha por la revolución, que solo podía ser mundial. La Internacional convocó a una huelga de un día el 1° de mayo de 1895, protestando por la masacre de Haymarket ocurrida en Chicago. La idea fue que la huelga se incrementara, fuera el siguiente año de dos días, luego de tres y así sucesivamente, hasta que la clase obrera tomara el poder.

En 1917 se produjo la revolución soviética encabezada por Lenin, un intelectual revolucionario que rescató a Marx, fundando el “marxismo-leninismo”, la ideología que fue eje de la historia en lo que Eric Hobsbawm llamó el siglo corto, que se inicia con le Revolución de Octubre y termina con la caída del Muro de Berlín en 1989.

Durante esa etapa parecía que el comunismo se expandía de manera imparable. Se instaló en Rusia, China, los países de la Europa del Este, Indochina, hizo alianzas con la revolución islámica de Libia, Siria e Irak, varios países africanos, promovió movimientos armados en casi todos los países de América Latina.

La tercera revolución industrial se estaba instalando. Así como la primera permitió la aparición de los dueños de los medios de producción y los obreros como polos de la historia, las computadoras y la internet dieron paso a una nueva sociedad en la que dejarán de existir el proletariado y las utopías del siglo pasado.

Estadísticamente, según los datos del Banco Mundial, los obreros y los trabajadores del campo disminuyen cada vez más rápidamente, y crece lo que los viejos esquemas clasifican como población dedicada de “los servicios”. Quienes manejan las industrias son cada vez menos los trabajadores pauperizados que imaginó Marx, y más  profesionales con alta calificación, capaces de dirigir complejas plantas operadas por la inteligencia artificial y robots. Estamos transitando en estos días a una nueva sociedad en la que los humanos incorporaremos cada vez más elementos tecnológicos a nuestro ser y compartiremos la vida con seres creados por nosotros mismos.

De la revolución socialista del siglo pasado queda poco. Todos los países comunistas, excepto Cuba, adoptaron el capitalismo. Rusia ha vuelto a ser el país atrasado del que habló Marx, un zarismo protegido por la santa familia Romanov que no respeta los derechos humanos y se entiende más desde la biografía de Pedro el Grande que desde El capital.

Las dos dictaduras del socialismo del siglo XXI, Nicaragua y Venezuela, expulsaron por hambre a un tercio de su población

China cambió. En su etapa maoísta llegó a ser el país más igualitario de la historia, todos apenas podían comer: en 1981 el 90% de la población estaba debajo del umbral de la pobreza absoluta, como la entiende el Banco Mundial. Gracias a la adopción del capitalismo y con las reformas impulsadas desde el gobierno de Deng Xiaoping, la pobreza extrema llegó al 1% en 2019 y desapareció en 2020. Actualmente, es el país en el que más empresas e individuos multimillonarios aparecen todos los años, está situada a la vanguardia del desarrollo tecnológico y científico.

Cuba, la potencia latinoamericana que mantuvo ejércitos en África para colaborar con la revolución en Namibia, Eritrea, Etiopía y otros países, es un escombro que flota en el Mar de los Sargazos, pidiendo ayuda a la ONU para que su población no muera de hambre. ¿Valió la pena tanto esfuerzo para llegar a esto?

Como habíamos dicho, la revolución debía ser mundial o no existía, y esa posibilidad despareció en la última década del siglo XX. Pretender que un polo obrero comande una revolución en este momento es tan absurdo como esperar que un carlista dirija Silicon Valley.

Hace veinte años se formó el “socialismo del siglo XXI”, una opción política de ideología confusa, que reivindicaba los logros revolucionarios del siglo pasado.

La revolución sandinista de Nicaragua, que triunfó hace treinta años, inicialmente contó con el apoyo de intelectuales de todo el continente, convocados por Sergio Ramírez y el sacerdote Ernesto Cardenal que creó un paraíso poético en Solentiname. Se retiraron del Frente Sandinista cuando el comandante Daniel Ortega copó con su familia el poder, instalando una dictadura militar corrupta. Manejado por su esposa, Rosario Murillo, bruja de profesión, ha perseguido a la Iglesia católica, apresando a curas y obispos, estatizando la Universidad Católica y cometiendo otros atropellos en un caso insólito de persecución religiosa que ha contado con la complicidad de Jorge Bergoglio.

El nuncio que ayudó a la buena relación de la dictadura nicaragüense con el Vaticano, Alberto Ortega, fue trasladado a Caracas y presentó sus cartas credenciales en medio de los problemas provocados por la fraudulenta reelección de Maduro, para darle apoyo. Esta es otra dictadura militar que se mantiene en el poder. El dictador tiene un orden de prisión de la Interpol por su involucramiento en el contrabando de drogas.

Las dos dictaduras militares del socialismo del siglo XXI tienen en común que han expulsado por hambre a un tercio de los habitantes de esos países, que han tenido que emigrar a Estados Unidos y a otros países de la región.

Quedan tres dirigentes de esta corriente que tratan de volver al poder: Cristina Kirchner, Rafael Correa y Evo Morales, todos procesados o condenados por delitos comunes, junto a algunos de sus colaboradores.

La presencia de Cristina es buena garantía para que Javier Milei triunfe en las elecciones de medio término. Evo está atrincherado en la zona cocalera del Chapare para evitar que la policía lo capture por mantener relaciones sexuales con menores. Correa, prófugo de la Justicia ecuatoriana desde hace años, dirige una millonaria campaña electoral para lograr el triunfo de su candidata en las elecciones del próximo 9 de febrero. Todas las encuestas serias dan por vencedor al actual presidente, Daniel Noboa.

El socialismo del siglo XXI es una fantasía tropical que nada tiene que ver con la revolución. Sus líderes hablan con pájaros, adoran amatistas, hacen mezclas de ideas políticas con religiones y supersticiones animistas que habrían indignado a Marx.  

No estamos ya en el siglo pasado, cuando la URSS articulaba algunas creencias mágicas con la revolución mundial. Todos los estudios que hemos hecho en estos meses ratifican que la protesta, promovida por dirigentes que hablaban en nombre de las mayorías, no tiene el respaldo de una población que conversa sobre la inteligencia artificial.

Quienes vivimos la rebeldía de los 70 nos sorprendemos por la actitud de la mayoría ante los derechos humanos y otros temas que parecían sagrados. Ha pasado el tiempo de cantar canciones de los Inti Illimani. Necesitamos aguzar el oído para escuchar los sonidos que el telescopio James Webb encuentra en los límites del universo.

 

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.