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UN TIEMPO NUEVO

Qué es la estrategia

La estrategia es un plan general que no debe confundirse con herramientas o acciones tácticas. No se ganan las elecciones porque se usa Twitter, se organiza una gran manifestación o una buena campaña en medios alternativos, se tiene una idea ingeniosa o se difunden imágenes extravagantes. Joseph Napolitan, el fundador de la consultoría política, dijo que en una campaña lo verdaderamente importante es el candidato, y después tener una buena estrategia. Ésta, no es una idea simpática para emocionar a los militantes o halagar al candidato, sino un documento escrito, de alrededor de cien páginas, que analiza con profundidad todo lo que se hace y se deja de hacer en la campaña para conseguir el triunfo.

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| Pablo Temes

Durante más de una  década fui profesor de estrategia, en un posgrado que prepara consultores y políticos para la política práctica. Algunos de los graduados llegaron a la presidencia de sus países o tienen un papel importante, especialmente en Argentina, Ecuador, España, Chile, y están produciendo un terremoto en Uruguay. Otros hacen sus primeras armas, pero ocupan progresivamente lugares importantes en el futuro político de la región.

Lo primero que decimos en el curso es que la estrategia es un plan general que no debe confundirse con herramientas o acciones tácticas. No se ganan las elecciones porque se usa Twitter, se organiza una gran manifestación, se hace una buena campaña en medios alternativos, se tiene una idea ingeniosa o se difunden imágenes extravagantes. Joseph Napolitan, el fundador de la consultoría política, dijo que en una campaña lo verdaderamente importante es el candidato y después tener una buena estrategia.

Ésta, no es una idea simpática para emocionar a  los militantes o halagar al candidato, sino un documento escrito, de alrededor de cien páginas, que analiza con profundidad todo lo que se hace y se deja de hacer en la campaña para conseguir el triunfo. Es necesario pensar en serio, incluso para organizar los eventos banales que ayudan a ganar. Es poco común que los políticos latinoamericanos trabajen con estrategia.

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En estos años me reuní, varias veces, con personajes que querían la vuelta de la democracia a Venezuela. Tenían buenas ideas, arriesgaban su vida, pero carecían de lo que es central para una empresa política: una estrategia, basada en investigación profesional, que analice lo que ocurre y se hace, calculando sus consecuencias en el mediano y largo plazo.

En este caso, se necesitaba una estrategia muy sofisticada: no querían ganar una elección sino acabar con una dictadura militar con mucho dinero, que construyó durante veinte años, una maquinaria de poder brutal, un aparato bien aceitado, integrado por el Poder Ejecutivo, el Congreso, el Poder Judicial, el poder electoral, las Fuerzas Armadas, la policía, los gobernadores elegidos en los estados, otras instituciones, y la movilización de millones de partidarios.

Les pedí que me permitieran leer su estrategia para estudiarla y dar un consejo. Dijeron que la tenían en su cabeza, no estaba escrita. Si eso es así, simplemente no la tienen. La estrategia política es un documento elaborado con fría objetividad, en el que se programan racionalmente incluso las emociones. Su borrador lo redactan los estrategas de la campaña, después de analizar investigaciones que les permiten planificar el plan de guerra, con los pies en la realidad y no inspirados en entusiasmos o teorías abstractas.

Mi consejo fue que consigan una buena estrategia que analice, más allá de las pasiones, en dónde están y quiénes son los partidarios duros de la dictadura, los seguidores blandos que pueden cambiar de opinión, los que la ven mal, pero la apoyan, los que se oponen al régimen militar. Solo comprendiendo lo que siente cada uno de esos grupos, qué medios emplean para informarse, se puede entregar un mensaje que los mueva en la dirección que pretendemos.

Había una institución con peso en la población, que se oponía a la dictadura de manera valiente, la Iglesia Católica liderada por el arzobispo de Caracas, Enrique Porras Cardozo. La Iglesia suele ser el último bastión de resistencia de quienes luchan por los derechos humanos cuando se instalan dictaduras como las de Pinochet, Ortega o Maduro.

Era previsible que el dictador buscara la salida de Porras para buscar el nombramiento de un nuevo arzobispo amigo, como Raúl Boird Castillo, quien fue designado justo cuando se acercaban las elecciones. La Nunciatura estuvo vacante por años, pero a los dos días de celebradas las elecciones fraudulentas, presentó sus cartas credenciales Alberto Ortega Martín, exnuncio en Nicaragua, puente entre la dictadura de Ortega, que persigue a los católicos, apresa a los obispos y los sacerdotes, y nacionalizó la Universidad Católica, con el Vaticano. No sería raro que estos jerarcas religiosos celebren la misa de Navidad en octubre, fecha escogida por Maduro para el evento, en otra de sus locuras.

Juan Guaidó, graduado en un programa de la George Washington University, fue proclamado presidente por el Parlamento en 2019, reconocido por sesenta países, la OEA y la Unión Europea. Maduro se mantuvo al frente del gobierno y las Fuerzas Armadas. Guaidó perdió progresivamente apoyo internacional y la mayoría parlamentaria en 2022 y se fue al exilio después de luchar durante cuatro años.

En estas elecciones la oposición reconoció la validez del proceso y la autoridad del Consejo Nacional Electoral cuando aceptó la proscripción de María Corina Machado, e inscribió la de Edmundo González Urrutia. Recogió copias de actas electorales, para demostrar que éste era un proceso fraudulento y proclamó como presidente a su candidato.

Maduro sigue atropellando los derechos humanos y secuestró a la familia de María Corina, pero mantiene la lealtad de todas las instituciones del Estado y sobre todo de las Fuerzas Armadas. González Urrutia se refugió en España. ¿Cuál es la estrategia? ¿Qué plan tienen para acabar con la dictadura? ¿Cuáles son los siguientes pasos que les pueden permitir avanzar partiendo de una posición más débil de la que tuvo Guaidó?

En Argentina vivimos una sucesión de elecciones que lograron metas que parecían imposibles, con el manejo de un método de trabajo basado en la estrategia. Desde comienzos del 2005 Mauricio Macri formó una mesa chica estratégica que lo acompañó hasta que ocupó el Sillón de Rivadavia. Con el diario del lunes todo parece fácil, pero fue un camino difícil.

Hay que insistir en que el éxito nunca es de los consultores, sino de los líderes, pero un gran piloto gana muchas competencias cuando conduce coches sofisticados y no cuando ingresa a la pista con una patineta.

En 2005 Macri fue candidato a la diputación por la Ciudad de Buenos Aires, empezó tercero, pero manejó muy bien la campaña  y encabezó los resultados. En la estrategia a largo plazo, esa fue una campaña de posicionamiento, que pretendía bajar lo negativo, llegar a la Jefatura de Gobierno de la CABA para luego pelear la Presidencia. En el 2007 Mauricio cumplió con esa primera etapa.

En 2009 Francisco de Narváez consiguió un triunfo espectacular en la Provincia de Buenos Aires, cuando derrotó a una lista formada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa. En el 2011 Macri fue reelegido Jefe de Gobierno de la CABA, desde donde proyectó su imagen a nivel nacional. La misma estrategia le sirvió para gobernar.

En 2015 Macri fue el primer presidente no peronista ni radical elegido presidente en un siglo. Fue “lo nuevo”, lo distinto de los políticos de siempre. Al mismo tiempo ganaron en la CABA, Horacio Rodríguez Larreta, su binomio cuando perdieron las elecciones el 2003 y su brazo derecho durante muchos años y María Eugenia Vidal, su vicejefa de Gobierno, primera mujer al frente de la Gobernación de la Provincia de Buenos AIres. Su estrategia de “la madre leona” es un modelo que se estudia en las universidades. En las elecciones intermedias de 2017 Esteban Bullrich encabezó una lista que derrotó a Cristina Kirchner en la Provincia de Buenos Aires.

Todos estos candidatos usaron la estrategia y la investigación para apoyarse en la campaña, y tuvieron rasgos en común: eran preparados, inteligentes, no poseían un curriculum frondoso, ni se dedicaban a la prédica ideológica, eran gente nueva. Sus campañas fueron ordenadas, dirigidas a la gente, criticadas por el círculo rojo, siempre tuvieron mujeres en la primera línea, no polemizaron con sus adversarios, sino que interpretaron los sentimientos de la gente.

La estrategia política es un documento elaborado con fría objetividad, en el que se programan incluso las emociones

Estamos preparando un nuevo libro, La nueva política, de Macri a Milei, en el que analizaremos detenidamente estas campañas y las compararemos con la del actual Presidente. Todas las estrategias que se usaron fueron  escritas, discutidas y aprobadas por los candidatos. Es la forma profesional de afrontar una campaña.

Macri armó una máquina imparable, que incluso tuvo éxito cuando perdió con el 41% de los votos y quedó listo para volver al poder si fracasaba Alberto Fernández, cosa que ocurrió: su gobierno es reconocido como el más caótico del período democrático. Ante esto, la mesa estaba servida para Macri, pero decidió cambiar de metodología, ninguno de los miembros de su mesa chica quedó en su equipo. Carente de estrategia, después de anunciar que llegaba su “segundo tiempo”, sufrió derrotas en todos los frentes.

Milei ocupó el espacio que dejaron la mala imagen de Fernández y la autocrítica de Macri que se dedicó a atacar su propio “buenismo”, dejando traslucir su admiración por el libertario desde el inicio de la campaña, sin cuidar que el PRO conserve un espacio con personalidad. Si un líder cree que el mejor es un dirigente ajeno, el votante prefiere irse con el titular.

La comunicación de la campaña y el gobierno de Milei tienen una coherencia que denota la existencia de una estrategia. Él es, naturalmente, un gran comunicador, pero hay un plan que potencia sus virtudes. Quedan para mis cursos materiales como el debate con Sergio Massa, en la que Milei jugó de víctima. Massa ganó ampliamente el debate, pero Milei consiguió los votos. Para entender ese aspecto de la comunicación de Milei vale leer el libro David y Goliat de Malcolm Gladwell.

El conflicto constante como estrategia para controlar la agenda de los medios y de la conversación de la gente, está bien descrito en el texto de la secretaria de Comunicación de Bill Clinton, Anne F. Lewis, La comunicación Presidencial de la Casa Blanca durante el gobierno de Bill Clinton publicado en Buenos Aires por editorial La Crujía. Son dos textos que están siempre en nuestra bibliografía.

Analizaremos este tema con profundidad, en el curso que daremos el próximo año en la Universidad del Grupo Perfil sobre cómo se elabora una estrategia política.

* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.