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Que el último pague la luz

La extensa semana de lluvias de mediados de marzo dejó sus rastros en el campo. Las observo y leo como un semiólogo al texto. Marco, separo, pongo en serie. Zonas bajas encharcadas que nunca antes se habían inundado, una reproducción infinita de mosquitos que zumban hasta hacerse escuchar, calles de barro intransitables y el descontrol del verde estallando por todos los canteros y rincones.

Así luce el cambio climático que nos niegan. Semanas o temporadas de calor extremo y sequía, que nos hacen imaginar desiertos e instalar nuevos riegos para atacar la causa; y luego, semanas alternativas de lluvias incesantes que enloquecen a animales y plantas. ¿Y esto a qué estación corresponde? Los árboles pierden sus hojas creyendo que ya es el momento y, de golpe, volvemos a estar en verano. Las heladas se anticipan y no reaparecen en invierno. El clima ha perdido el termostato. Hoy, por ejemplo, recibimos al otoño con 31º de temperatura. En Bahía Blanca, el temporal se llevó 16 vidas porque, en un solo día, cayeron cerca de los 290 milímetros de agua que tardan seis meses en caer.

La flora puede perderse tanto por los calores extremos como por el exceso de lluvias. Un suelo inundado no drena y pudre las raíces de las plantas. Hoy me puso muy triste una bignonia que se perdió la semana pasada. La habíamos plantado en honor de la mamá de mi esposo. Tres días bajo el agua fueron amarronando sus ramas verdes que ya pronto iban a dar flores. La enredadera se había acercado al troco de un fresno y lo estaba abrazando. La imaginamos subiendo hasta la copa y envolviendo de flores toda esa extensión. Pero la lluvia pudo más que nuestro deseo, y pudrió sus raíces.

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Si bien la humanidad vivió catástrofes naturales que sirvieron para “tábula rasa y cuenta nueva”, los efectos de esta etapa superior de la industrialización son más atroces. La conciencia de la huella humana que vamos dejando es menor, o muy pocos tomamos conciencia de la importancia de no vivir como si no importara qué le dejamos a los que vienen detrás. El transporte aporta con fuerza a la emisión de gases a la atmósfera. Mucho más el auto que la moto, mucho más el cohete espacial que el auto. Sin embargo el desarrollo discursivo que solo produce autoengaño intenta decirnos que la exploración espacial es el futuro y que “ellos saben”. No soy pesimista, pero tampoco creo que haya que volverse negador de la realidad para ser optimista. Mientras ninguneemos como especie el trabajo contranatura de evitar desastres y devolver algo de lo que tomamos del medio, ningún esfuerzo individual será suficiente.

El aporte del granito de arena es mejor que nada –no vamos a ir también contra eso– siempre hay una buena intención en esfuerzos aislados, incluso los que hacemos nosotros, aunque resulten poco y mal enfocados. Pero todos sabemos que no alcanza, que es necesario articular organizaciones intermedias y ONG’s, y también a las buenas voluntades empresariales que entienden que es necesario y esperable el desarrollo de la Responsabilidad Social por parte de todas las industrias para que la cosa realmente cambie.

El Estado como lo conocimos ha muerto. Las fronteras se han desdibujado por completo y el capital, cada vez más, fluye desbocado en busca de esa reproducción financiera y vacía, haciendo estragos en el ambiente y la vida.

Los discursos de época nos han convencido de que la palabra ética sobra y la moral es aburrida. ¿Qué hacer entonces? Salvarse a sí mismo, compostar tus propios desechos orgánicos, plantar tu árbol, escribir tu libro y no traer más hijos a este despelote mundial. A mis abuelos que cruzaron el océano en barco para hacerse la América no les gusta esto.

El siga siga parece haber ganado la pulseada y la presencia cada vez más probada y abultada de emanaciones de dióxido de carbono y gas metano a consecuencia de la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo o el gas, retienen y seguirán reteniendo el calor en la atmósfera, lo que incrementará la temperatura planetaria. Son datos científicos, no opinión. Para paliar los excesos, responderemos con más excesos: más equipos de AA –uno en cada habitación– más automóviles, más estaciones espaciales para huir, no importa si a Marte o la Luna, pero huir antes de que la Tierra se acabe. Que el último pague la luz.

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