Fue un año que, para muchos, navegó en el desconcierto. Un ejemplo, el locuaz abogado y dirigente social Juan Grabois. En pocos días de distancia, entre otras declaraciones, formuló la siguiente: “Hay que ser pelotudo para no entender que se necesitan superávits gemelos”. Lo dice quien ha preconizado el respaldo al gobierno de Cristina de Kirchner y su sucedáneo Alberto Fernández, ambos especializados en promover el déficit. Sumido en el desprecio a Javier Milei, el referente del Vaticano señaló: “A pesar de que el proyecto del gobierno funcione, lo respalde mas del 90% de la gente, yo voy a estar en contra”. Casi un cieguito en el desierto, obstinado en ignorar que si finalmente Milei tiene éxito será justamente por conseguir el superávit de los gemelos. A menos, obvio, que Grabois se considere un pelotudo o no controle su logorrea, ya que en otras manifestaciones improvisó sobre la inflación con el mismo talento cómico de los políticos por hablar sin decir nada. Quizás, por esas condiciones, sea Presidente algún día como le gustaría al Papa, según le confesó a un visitante hace pocos años.
La chanza no es personal, se refiere a buena cantidad de afectados por el huracán Milei durante el 2024, que movilizó costumbres y pensamientos con un simple procedimiento contable de no gastar más de lo que se puede. Un hábito que los argentinos ignoraban desde los tiempos en que Roberto Lavagna fuera ministro de Economía de Néstor Kirchner, quien lo soportó en el cargo por una razón que no era exactamente la eficiencia. En esos primeros años de gestión, Néstor se sostenía en Lavagna como interprete de Eduardo Duhalde y porque lo imaginaba poseedor o propietario de una millonada de votos que le habían servido para llegar a la Casa Rosada. De ahí, que apenas concluyeron las elecciones posteriores, le comentó a su ministro —un hombre indócil, por otra parte— que ya no le debía nada, que la nueva millonada de votos le pertenecía a él, y que estaba en el poder debido a su capacidad para conseguir adhesiones. Era él y el Universo, parafraseando a Ernesto Sábato. Un argumento político que no contemplaba lo económico y le permitía despedirlo luego de cualquier mínima confrontación. Por supuesto, ocurrió.
Un capricho narcisista en medio de un clima nervioso, cualquier anécdota rebalsaba el vaso. Había una reunión de IDEA a la cual Kirchner ordenó no asistir a su plantel de gobierno. “No puedo faltar”, sostuvo su ministro consciente de su rebeldía, “ya me comprometí hace tiempo para hablar en ese evento”. Y concurrió, ocasión en la que señalo en público, por primera vez, la turbidez de ciertos negocios emprendidos por el envalentonado patagónico (tipo Lázaro Báez, entre otros que luego se volvieron escandalosos). Claro, el ministro dejó luego su cargo y Kirchner empezó a gobernar como si él fuera un técnico en el Palacio de Hacienda, con prevalencia de asesores que le contaban el día a día del almacén y con figuras económicas cuyo apellido, rostro o curriculums nadie recuerda: directo al déficit. Lo pagó su mujer, Cristina. Como diría Grabois, fue un pelotudo, si uno se atiene a esta versión de la historia, hasta ahora no divulgada en forma completa, aunque el cronista no pretende disponer de los derechos de autor. Solo contar.
Viene a cuento esa transición desconocida por el aporte invisible, al menos difícil de contabilizar, que realizó el PRO de Mauricio Macri a la expresión política de Milei para ganar las últimas elecciones. Más o menos semejante, quizás, a la contribución que realizó Lavagna y el duhaldismo para que Néstor triunfara en su momento. En el 2025 se puede dirimir ese enigma desafiante, planteado sin ocultamientos por Milei al ingeniero boquense: “Vamos juntos a los comicios en todo el país. O vamos por separado. Ningún municipio puede ir por su cuenta”. No esperaba Macri esa propuesta terminante, todavía rumiaba por los rincones el “mal trato” que percibía su agrupación y él mismo por parte del Presidente. Al parecer, además lo sacan de quicio los trolls oficialistas que, durante su gobierno, empezaron a actuar bajo las ordenes de Marcos Peña. Son distintos personajes pero con la misma misión, claro antes eran mas tímidos los mensajes. Sin disponer de una respuesta esclarecidas para la invitación, Macri ensayo un “si” ambiguo, característico, quizás la demostración mas cierta de que no estaba en su cabeza el mensaje que le envió Milei.
Complejo el momento para quien imaginaba vacaciones largas en el sur, bucólicas, y ahora debe adaptarse —otra vez— a exigencias particulares y tempraneras que despacha el hombre que no se permite licencias y lo induce al desconcierto como a Grabois. Aunque se reconozcan en signos diferentes. Macri debe analizar ahora contingencias previas a los comicios, derogación o no de las PASO, la constitución de un frente previo al armado de listas, el sometimiento que en materia de nombres seguramente querrá imponerle Milei, a listas violetas o amarillas. También a la suspensión de otras pamplinas, como el diálogo con la Vicepresidente Victoria Villaruel, a la cual más de un PRO la coqueteó con una posición dominante en el futuro. También a la contemplación del territorio que parecía pertenecerle más que la herencia de su padre, la Capital Federal, ahora en manos de un primo que en general hace lo contrario al gobierno nacional, punto de partida de un posible declive, insalvable políticamente. Mejor la paz cuando la motosierra amenaza con una guerra.