Se acerca Pesaj. Y, como cada año, nos reunimos a recordar la salida de Egipto, ese momento fundador en el que nacimos como pueblo. Pero este año, el relato se mezcla con un dolor profundo. El 7 de octubre no fue solo una tragedia; fue una herida que nos sigue sangrando. Y como todo en nuestra historia, también exige que lo miremos a la luz de nuestra tradición.
Hay una frase conocida en el pensamiento judío que dice: “Meshané makom, meshané mazal” — “quien cambia de lugar, cambia su suerte”. En Pesaj, no solo cambiamos de dieta: cambiamos de rol. Pasamos de esclavos a libres, de oprimidos a protagonistas. Cambiamos de lugar, física y espiritualmente.

Pero hoy, nuestro “makom” como pueblo está herido. El lugar que habitamos no es geográfico, sino emocional, identitario y colectivo. Y es un lugar de división. Judíos que se critican unos a otros por no creer, por creer diferente, por no ser “suficientemente” religiosos o sionistas. Ortodoxos, liberales, tradicionales, conservadores: cada uno defendiendo su trinchera imaginaria, mientras afuera la amenaza es real.
En Israel, el clima también se partió en dos. Protestas, tensiones, odio entre hermanos. Y entonces ocurrió el 7 de octubre. ¿Casualidad? ¿Destino? Tal vez fue un grito de la historia, recordándonos que cuando nos fragmentamos, nos volvemos vulnerables. Que cuando el “makom” es la des-unión, el “mazal” es la tragedia.
Pesaj nos invita a cambiar de lugar. No solo a salir del Egipto de ayer, sino del Egipto simbólico de hoy: ese en el que no podemos sentarnos en la misma mesa a escucharnos. Ese en el que la sospecha reemplazó al respeto. Ese en el que olvidamos que la libertad no se sostiene con ejércitos, sino con unidad.
Cambiar de lugar no significa rendirse a la visión del otro, sino construir una nueva. Un punto de encuentro. Un “tercer lugar” que no sea ni de uno ni de otro, sino de todos. Un lugar donde ser judío no sea una forma de etiquetar, sino de pertenecer.
Este Pesaj, más que nunca, necesitamos salir del “makom” de la fragmentación. Necesitamos cambiar de lugar —espiritual, social, comunitario— para que cambie nuestro “mazal”. Porque si no somos capaces de construir un consenso interno, tampoco podremos enfrentar lo que viene de afuera; que celebra y saborea nuestra vulnerabilidad dividida.
Pesaj no solo celebra la libertad. Celebra el poder de un pueblo que se movió junto. Que caminó con diferencias, pero en una misma dirección. Y atravesó el desierto.
Hace 42 veranos, no un verano del 42
Este año, no alcanza con recordar la historia. Hay que escribir una nueva.
Unidos. O esclavos.
Unámonos.
Queda mucho desierto por recorrer.
MV CP